Blatter contra el fútbol
Sería de agradecer que Don Joseph se pasara a la muy elegante federación de badminton y nos dejara retozar, felices como cochinos, en el lodazal de la bronca de bar.
Joseph Blatter. Foto: GETTY IMAGES
"No insistan con esto de la tecnología. Si el árbitro y sus asistentes se ponen a discutir una jugada en un vídeo, el público se va del estadio (...). El fútbol tiene que ser humano, hay errores, pero sobre todo pasión". Con estas palabras zanjaba Joseph Blatter, omnipotente presidente de la FIFA, el debate sobre el uso de la tecnología en diciembre de 2009.
Don Joseph, ya lo han visto, no es hombre de convicciones fuertes. La semana pasada logró justo lo contrario a lo que proclamaba en su día: la aprobación de gadgets insólitos para resolver los goles fantasma. La medida fue decidida por la International Board, un organismo compuesto entre otros por Alex Horne, Patrick Nelson, Stewart Regan o Jonathan Ford, prohombres todos que acumulan entre el mismo número de Balones de Oro que Bustingorri.
Blatter explica que decidió que el Ojo de Halcón debía aplicarse en cuanto vio el fallo arbitral que dejó a Lampard sin un golazo ante Alemania en el último Mundial. El jefe supremo de la FIFA es suizo de adopción y no cuesta imaginarle deliberando su decisión durante la ceremonia del té con las Chicas de Oro o en una reunión con apasionados barras bravas helvéticos.
Con todo, la FIFA ha logrado atentar contra la base misma de un deporte que mueve pasiones porque es un altar dedicado al absurdo. Al fútbol le conviene la injusticia, la arbitrariedad, la polémica y los caprichos de la suerte. El fútbol son las corruptelas de Italia en los 30, la derrota de Hungría en el 54, la final de los palos cuadrados, el Estudiantes de The Animals y las genialidades cítricas de Veleno Lorenzi. El fútbol son codazos, agarrones e insultos en la oreja, montañas de feas artes explícitamente inventadas para atentar contra ese horror llamado Justicia.
Por supuesto, el fútbol no será lo mismo sin goles fantasma, pero lo peor es que pronto llegará otra cruzada bienpensante contra los errores en el fuera de juego, después se promoverá el rearbitraje íntegro desde un salón con arañas colgantes y, por último, un decreto que impida que calamidades como Bosingwa puedan alzar una Copa de Europa. Y todo ello dirigido por un suizo que es una auténtica mina para el periodismo de investigación. Peor aún: por un hombre que de joven sí entendía este deporte y se jactaba de su condición de piscinero.
En el fondo, tienen ustedes razón: no es ninguna sorpresa que Suiza no entienda el deporte de Balotelli o Tévez. Pero sería de agradecer que Don Joseph se pasara a la muy elegante federación de badminton y nos dejara retozar, felices como cochinos, en el lodazal de la bronca de bar.