La España zombi
Partidos, sindicatos, instituciones públicas... Estos son los perfectos ejemplos de modelos caducos que se niegan a morir. Elementos esenciales como son del Estado de derecho, imprescindibles para la vida en democracia, yacen agusanados por la corrupción rampante.
Hace unos días los zombis de The Walking Dead aterrizaban en España. Durante el fin de semana un grupo de zombis llegados desde Atlanta se pasearon por Madrid, Barcelona, Bilbao y Sevilla para celebrar el estreno de la cuarta temporada de la serie. Me los crucé en Madrid y me quedé un rato mirándoles.
Me estremecía y no era por miedo a estos zombis de pega. Me inquieta pensar que estamos en tiempos de transición y no sabemos hacia dónde nos estamos dirigiendo. Esta espectadora se remueve incómoda en su butaca. Con las gafas de cerca, las de lejos y con las 3D, todo lo que alcanzo a ver son los pasos sin rumbo de lo que está muerto y no acaba de morir y de lo que debería estar naciendo y no acaba de nacer.
Zombis, o sea. Estamos rodeados de muertos vivientes, no sé si ustedes los ven también. Los últimos informes revelan que los españoles entre 16 y 64 años están rezagados en comprensión lectora y son los últimos en matemáticas. Pero no sucede nada. Lo existente se perpetúa en forma de nueva ley que el siguiente gobierno derogará. Muta y degenera, pero no muere. El zombi se arrastra. Hemos llenado las aulas de pizarras digitales y de ordenadores portátiles convencidos como estamos de que el futuro pasa por enseñar a nuestros niños a desarrollar destrezas digitales. Pero el nuevo modelo muere cuando paseando por la calle Libreros te topas con padres y madres intentando vender libros de texto viejos para poder costearse las libretas y los lápices de este año. Este zombi muerde y será el responsable de generaciones amodorradas cuyo único pulso vital será escoger si les mola más Adidas o Nike.
Llevarán Levi's porque ya no existe Lois. Comerán Dunkin' Donuts porque ya no existirá Panrico. Comprarán Bosch porque ya no existirá Fagor. Las empresas de toda la vida agonizan sin que haya surgido una alternativa que ocupe su lugar. Mientras cerrábamos los ojos ante el desmoronamiento de las empresas tradicionales, hemos querido hacer de los emprendedores los nuevos héroes y de las startups las nuevas tablas de salvación, como si el advenimiento de un Zuckerberg ibérico pudiera sacarnos del pozo de un día para otro. Este zombi es colosal. Va dejando tras de sí un reguero de instalaciones fantasma, economías desmembradas y lo que es peor, vidas humanas en estado catatónico. Robándole letras a Jethro Tull, "demasiado viejos para el rock and roll, demasiado jóvenes para morir", se van quedando en la cuneta miles de cabeza de familia a medio camino de todo. Con 50 años, se les aparta por considerarlos demasiado viejos para volver a estudiar, demasiado viejos para volver a darles trabajo, y demasiado jóvenes para poder acceder a una -mísera- pensión de jubilación que les permita sostener a sus familias. Muertos en vida, zombis.
Hay más zombis, muchos más. Partidos, sindicatos, instituciones públicas... Estos son los perfectos ejemplos de modelos caducos que se niegan a morir y siguen impidiendo que la sangre nueva entre a raudales y arrastre el olor rancio, a moqueta raída que lleva demasiado tiempo sin ver el sol. Elementos esenciales como son del Estado de derecho, imprescindibles para la vida en democracia, yacen agusanados por la corrupción rampante, no queriendo darse cuenta de su pérdida de autoridad y de la vergüenza que nos causan a los ciudadanos a los que prometieron defender. Atenazadas por don Tancredo, por el señor YTúMás y mister NoMeConsta, las instituciones democráticas se pudren y reptan, arriba y abajo, en una vía muerta, sin salida. La luz, la transparencia, las reformas..., esas tiernas criaturitas no llegarán a encarnarse nunca.
Todos ellos, zombis. Undead vs Unborn: los no-muertos y los no-nacidos. Los Undead, que dicen que todo va bien y sólo hemos de esperar a que escampe. Que no nos preocupemos si lo que nos cae encima no son sino los escombros de lo que entre todos construimos. Los Unborn, cuya labor es denunciar lo que ocurre, enarbolar la bandera de la indignación, pero que no proponen nada nuevo. Sólo aspiran a que todo vuelva a ser como era, sólo que ahora con ellos al mando.
Y luego estamos los demás, que quiero creer que somos la inmensa mayoría. Los que empezamos a sentirnos responsables y que queremos sentirnos ciudadanos y no súbditos. Personas cuyos sentidos aún no están embotados por el detritus y que anhelamos que nuestra decepción profunda no degenere en amargura sino en esperanza de reconstrucción. Somos los que ya no queremos huir de los zombis, sino que queremos combatirlos y eliminarlos. Somos los que queremos que la sociedad española deje de ser la novia cadáver.
Quizá así podría dejar de sentir casi a diario una especie de tristeza vacía que nos invade y acaba por desembocar en angustia, y que ni con la Wikipedia soy capaz de ponerle nombre.