Tengo un Huawei: ¿me espían?
EEUU y sus aliados anglosajones cercan a la empresa con acusaciones de robo de tecnología, comercio con Irán y, sobre todo, de pasar información a China. ¿Es esto verdad?
Los teléfonos móviles Huawei sirven para espiar a sus usuarios y pasar la información que logran al Gobierno de China. Esa es la acusación más inquietante de cuantas EEUU está lanzando sobre la compañía, la tercera fabricante mundial de celulares. No es la única: sostiene que ha robado tecnología de telecomunicaciones a firmas occidentales para mejorar la suya, irregularmente, y que ha hecho negocios con Irán, un país sobre el que la Casa Blanca aplica sanciones que, entre otras cosas, impiden venderle productos de este tipo.
Los cargos criminales, hasta 13, presentados esta semana formalmente en dos juzgados de Brooklyn y Washington, son gruesos: fraude financiero, robo de secretos comerciales, violación de las sanciones a Teherán y obstrucción a la justicia. Pero, ¿son también ciertos? Llegan en un momento en el que la guerra comercial entre China y EEUU se acentúa, en el que el presidente norteamericano Donald Trump aplica como un rodillo su "América primero", en el que la pelea por la implantación de la tecnología 5G promete dejar grandes beneficios en todo el planeta.
La firma china ha emitido comunicados en los que se muestra "decepcionada" con las denuncias interpuestas en su contra y en los que niega reiteradamente que haya cometido delito alguno. Las autoridades de Pekín también se han pronunciado, afirmando que estamos ante una "injustificada represión" a sus nacionales y rogando que se trate de manera "objetiva y justa" a estas empresas.
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La historia no es nueva, las sospechas y acusaciones se vienen lanzando desde hace años, pero ahora es cuando se han dado pasos concretos, como el veto a determinados contratos de la empresa china en suelo estadounidense y el más evidente, la detención en Canadá de la vicepresidenta de Huawei, Meng Wanzhou, hija del fundador de la compañía, acusada de comerciar con Irán.
Vamos al pasado año: en el CES Las Vegas, uno de los mayores eventos tecnológicos del mundo, Richard Yu, consejero delegado de Huawei, se sale del carril y, de forma inesperada, se queja de que no les dejaban consumar ningún acuerdo con compañías de EEUU. Por primera vez, hacía público lo que era un secreto a voces: que las presiones políticas habían impedido que firmasen una alianza con la empresa de telefonía AT&T, cuando estaba casi a punto, por la que se iba a comercializar el modelo Mate 10 Pro en Estados Unidos. Con este nuevo fracaso, Huawei se quedaba igual, sus terminales no se venden con ninguna compañía del país y sólo se pueden comprar por Amazon, por algunos minoristas especializados o en su web, pero luego hay que activarlo aparte.
Fue The New York Times quien publicó que el no al contrato vino, esencialmente, tras la carta de un grupo de abogados (en su mayoría conservadores) a la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés). En ella explicaban que Huawei iba a usar esos teléfonos para espiar a los usuarios y luego trasladar los datos a China, su país. La cuestión de la supuesta seguridad nacional y la amenaza de espionaje se antepuso al interés comercial y se dio carpetazo al asunto.
La respuesta es no. Nadie ha aportado hasta el momento un informe claro, indiscutible, de que Huawei esté cometiendo estas irregularidades. Hay declaraciones y advertencias, de fuentes potentes y (que deberían ser) creíbles, pero nada tangible. Por ejemplo, ha habido iniciativas en el Senado que denuncian a la empresa como "el brazo derecho del Gobierno de China", que se han sumado a la ya citada carta admitida por la FCC y a los pronunciamientos de las principales agencias de seguridad de EEUU, como la CIA, el FBI o la NSA, que insisten en que mejor no dejar entrar a las firmas chinas.
En el Congreso se han hecho acusaciones desde 2012, pero no se han presentado pruebas sustanciales del espionaje denunciado. Existe un informe del Comité de Inteligencia de esta cámara que casi no se cita en el procesamiento posterior por la endeblez de sus argumentos, recuerda el NYT.
Lo más sólido que hay son las palabras que Chris Wray, director del FBI, pronunció hace justo un año. "Estamos profundamente preocupados por los riesgos de permitir que cualquier compañía o entidad que esté en deuda con gobiernos extranjeros y que no comparten nuestros valores obtenga posiciones de poder dentro de nuestras redes de comunicaciones (...). Esto puede proporcionar capacidad de modificar o robar información y de realizar espionaje", dijo.
El fiscal general en funciones, Matthew Whitaker, también ha afirmado que "Huawei representa una doble amenaza, tanto para la seguridad nacional como para la economía". Su manera de actuar expone, abunda, "su descarada desconsideración por las leyes estadounidenses". Hechos que sustenten estas palabras no ha presentado, al menos por ahora.
La única acusación que por ahora tiene visos de poderse levantar contra la compañía -al menos con la información que ha trascendido hasta ahora- es la del comercio con Irán, que está siendo la base de la detención de Meng Wanzhou, que aún sigue en Canadá y cuya extradición a EEUU está en debate aún.
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De hecho, el único pirateo relacionado con Huawei del que sí hay pruebas declaradas no fue realizado por la compañía o por el régimen chino, sino precisamente por la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU (NSA); en 2012 se supo que con un programa llamado ShotGiant creaba puertas traseras en el equipo de redes de la marca china para controlar sus comunicaciones en todo el mundo y revisar sus lazos con Pekín. Una estratagema que se supo, como tantas, tirando del hilo de las filtraciones de Edward Snowden.
"Podemos decir que Huawei no supone mayor riesgo que cualquier otro operador en el mercado. Es obvio que China tiene un sofisticado sistema de seguridad, pero también lo tienen EEUU o Rusia, y todos comparten el interés por lograr más información del contrario y hasta del aliado. Hoy tiene la confianza de Ejecutivos y empresas de más de 170 países. No se van a exponer si el riesgo es tan elevado o más que con otras firmas, como las europeas, que también están desarrollando en vanguardia el 5G", explica el analista belga Koen Gyssels.
Esto ya había pasado antes: EEUU vetó los productos de la fabricante de móviles china ZTE y de la rusa Kaspersky, dedicada a la seguridad informática, por los mismos motivos que ahora alega sobre Huawei. ZTE, de hecho, ha tenido que acabar pagando más de 1.000 millones de dólares de multa para poder seguir haciendo negocios con Washington, tras vender equipamiento de telecomunicaciones a Irán. Una de las más abultadas que se conocen en el sector, que casi le cuesta la existencia.
Ahora es la tecnología, como hace años eran las críticas a China por sus prácticas comerciales en la industria pesada tradicional, como el acero, que le hacían especial daño. Las razones parecen claras: el mercado de teléfonos en EEUU está prácticamente copado por una empresa local, Apple, y las asiáticas, sobre todo, suponen una seria competencia. Más, cuando se pelea codo a codo con Pekín para ser la potencia económica mundial del futuro inmediato y parece que la hegemonía norteamericana tiene los días contados. "En igualdad de riesgos, la pelea es comercial. Se está impidiendo a los consumidores de EEUU tener una opción de compra más por proteccionismo", abunda Gyssels.
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Como explica el analista Jason Perlow, de ZDNet, la persecución a Huawei entra dentro de esa estrategia, pero no sólo se limita a EEUU, sino que crea un "incidente internacional importante", por varios motivos. El esencial es que se han "contagiado" otros mercados, sobre todo anglosajones, que hacen seguidismo de Washington. Australia y Nueva Zelanda han vetado ya a la compañía en la futura implantación de redes 5G con equipos de comunicaciones especializados; Orange la ha descartado como socia en Francia; la alemana Deutsche Telekom está "revisando" sus compras de equipos con ellos; BT, en el Reino Unido, ha anunciado que va a eliminar los equipos de Huawei que daban servicio ya a sus redes de 3G y 4G; y Japón va a vetar a la empresa en las licitaciones gubernamentales.
Perlow recuerda además que "Huawei no sólo hace teléfonos", sino equipos de comunicaciones, redes de cableado, fabrica componentes y chips... Están bien "enganchados" en la red global que une el mundo. Así que sacarlos del terreno de juego no es, dice, una opción. "Es imposible dejar de comprarles o dejar de cooperar con ellos, básicamente por el aspecto financiero y, desde luego, desde el punto de vista práctico", añade.
El caos en la industria sería total, porque de ellos dependen los teléfonos completos, pero también las redes de telefonía, el ensamblaje final de otros productos que delegan en ellos, la cadena de suministro de componentes esenciales para una sencilla tableta, pero también para el llamado internet de las cosas, o sea, los que llevan un electrodoméstico, un coche o una máquina médica. Algunos pueden comprarse en otros mercados, a otras empresas o a países como Corea del Sur o Vietnam, pero ni por asomo al mismo precio.
Y en el caso de EEUU, los números cantan. Los dio recientemente Bloomberg: la balanza comercial está 347 billones de dólares (unos 302 millones de millones de euros, mareante) a favor de China, con 463 billones exportados a Estados Unidos frente a 116 exportados por EEUU a China. Pekín, además, ha comprado 1.2 trillones de dólares de deuda estadounidense a base de bonos del tesoro. Washington, aunque sea a regañadientes, los necesita. "Incluso con espionaje de por medio, no querrán poner todo eso en juego", concluye el periodista.
Los especialistas de la prensa tecnológica -de The Verge a Wired, pasando por Gizmodo o DigitalTrends- reconocen la dificultad de conocer a ciencia cierta todo lo que hacen los dispositivos que llevamos encima, los poderes políticos y económicos que hay detrás y el uso que se hace de la información. Va más allá de la pura telefonía, tenemos los ejemplos de redes sociales como Facebook, en plena investigación.
Pero también coinciden en recomendar una serie de políticas que pueden llevar a evitar algunos sustos. Hablan de mejorar los controles internos de compras en cada compañía, hacer seguimiento a las firmas y que se impliquen, si hay duda, hasta las agencias gubernamentales de turno.
Debe haber un esfuerzo internacional por monitorear lo que se hace, crear certificaciones electrónicas creíbles, hacer mejoras del software de control y abundar en los filtros contra el malware (programa malicioso). Por ahora, recuerda Reuters, nunca se ha encontrado uno de estos últimos que haya sido patrocinado directamente por un país, ni siquiera por China.
Queda, por tanto, mucho por aclarar en estos nuevos tiempos, en los que Trump ya no tiene tan presente, para bien, a la milenaria China...
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EEUU contra China.