La Nava del Barranco: 24 horas en el refugio natural del lujo
Relato de un día en una finca que tiene por bandera tres conceptos: exclusividad, naturaleza y discreción para sus clientes adinerados.
Al recibimiento sólo le falta la sintonía de Downton Abbey. Están la casa inmensa que reina sobre los extensos predios que la rodean; el servicio de la casa haciendo fila frente a la puerta, sus uniformes reflejándose en el agua de una fuente de varios metros; la sensación de que a partir del momento de su llegada, el huésped sólo tendrá que ocuparse de desear, pues eso bastará para que sus anhelos sean cumplidos. Es La Nava del Barranco, una finca cercana a Castellar de Santiago, en el Campo de Montiel (Ciudad Real).
Por sus características, por su servicio y por su exclusividad, La Nava es uno de los destinos predilectos de las grandes fortunas españolas, europeas y mundiales. Es, efectivamente, la finca en la que caza, o cazaba, el rey emérito. Pero Juan Carlos I no es el único que encontró aquí el lugar perfecto para disfrutar de sus aficiones. Según un miembro del equipo de gestión de la casa, entre sus clientes se cuentan "grandes directivos que necesitan privacidad con sus equipos, grupos de cazadores y grandes fortunas internacionales de todos los sectores: banca, empresa, cine...".
No hay manera de sacarle un solo nombre, porque eso arruinaría para siempre uno de los principales valores de la finca: el secretismo. Lo que pasa en La Nava se queda en La Nava y el nombre de quién pasa por allí, por supuesto, también es información reservada. No podría ser de otra manera en un alojamiento inclasificable que cuenta con una pista privada de aterrizaje de 3 kilómetros de longitud para que los huéspedes lleguen a la casa más rápida y cómodamente, pero sobre todo sin cruzarse con ojos curiosos o preguntas incómodas.
El único requisito para alojarse en La Nava es tener el dinero suficiente como para reservar, al menos durante una noche, cinco de sus quince habitaciones. La cifra tiene al menos tres ceros y da acceso a 24 horas de ultralujo, naturaleza y servicio prácticamente palacial. Pero el precio final sólo se conoce tras una solicitud personalizada de presupuesto.
Así es un día en La Nava.
14.30 horas. Comida con vistas a la inmensidad
De los 4.000 metros cuadrados que ocupa la casa, distribuida en tres plantas, 700 corresponden a las terrazas y a un porche que impresiona la primera vez que se pone un pie en él. Es un mirador privilegiado desde el que se otea un brazo de Sierra Morena extendiéndose en derredor y difuminando la frontera entre Ciudad Real y Jaén, entre la Meseta y Andalucía. También se ve la piscina de la casa, cuyas aguas se integran en el horizonte.
La vista se distrae con el olor de la comida que va saliendo de las cocinas de La Nava. Pisto de primero, solomillo Wellington de segundo y tarta de limón de postre. Todo se sirve en vajillas exclusivas, mandadas hacer para la casa en las firmas más selectas de Francia y Portugal. Todo se corta y se pincha con cubiertos de plata. Todo llega sin pedirlo. Todo es de una perfección implacable.
Pero ni siquiera todo el oro del mundo puede evitar una tormenta, y desde la mesa se aprecia cómo se forma a lo lejos, cómo atraviesa cerros y arroyos y cómo cae sobre la casa con su viento y su chaparrón. Mientras otros trabajadores de la casa -entre 80 y 100 personas atienden a los huéspedes en temporada alta- recogen a toda prisa la mesa en la que hemos comido para salvarla del agua, los invitados disfrutamos del café en sillones mullidos al calor de la chimenea. A nuestro alrededor, mesas llenas de libros de fotografía de fauna de todo el mundo.
19 horas. El espectáculo único de la berrea
La tormenta agita árboles y matorrales, cuyos aromas se elevan desde los contornos y se meten en la casa. ¿También huele mejor cuando se es rico (aunque sea por un rato)? El aire de campo no lo vence ni el olor de gasolina de los 4x4 descubiertos que, conducidos por los empleados de la casa, adentran a los visitantes en las 4.000 hectáreas de territorio prácticamente salvaje que dan forma a la finca.
Alcornoques, encinas, quejigos y matorrales ocupan todo lo que abarcan los ojos y dan sentido a la palabra aislamiento. Son la morada de ciervos, muflones, zorros, perdices e incluso linces. Un ecosistema fascinante y un escenario fenomenal para la caza, la actividad que ha sido hasta ahora la razón de ser de La Nava. En cada habitación hay un cuidado folleto en el que se muestran al cliente lugares, nacionales e internacionales, en los que disfrutar de su afición cinegética. "Finca de caza de perdiz", se lee en el encabezamiento de la página web cuando se busca la ubicación en Google.
Los ciervos son los reyes de la zona. En esta época coinciden el celo de las hembras y el máximo esplendor de los machos, que emiten sonidos guturales para marcar su territorio y adueñarse de un harén de hasta 50 hembras. Si el berreo no sirve para mantener a raya a los rivales, se producirán peleas inmisericordes en las que las cornamentas chocan con la fuerza suficiente como para derribar un árbol.
La lluvia ha retrasado la expedición y el sol se esconde, por lo que los ciervos y otros animales aparecen ante nuestros ojos como imponentes bultos en la penumbra. Este fenómeno natural que hemos dado en llamar espectáculo resulta todavía más grandioso así, pero se decide regresar al alba del día siguiente para contemplarlo en mejores condiciones. Al alba. Ni siquiera siendo rico puede uno dejar de madrugar, caray, pero la naturaleza tiene sus ritmos y es lo que hay.
21.30 horas. Una cena donde el "no" no es posible
Cenar a la luz de las velas ayuda a superar el disgusto por el madrugón que se avecina a la mañana siguiente. Toca descubrir otra estancia de la casa, un "salón rojo" en el que la cena se sirve a la luz de las velas y con la lumbre encendida. El esplendor de La Nava, todo aquello que la convierte en uno de los lodges más exclusivos de España, destella en el servicio de cena.
La creación de una atmósfera que ni las fotografías ni los vídeos alcanzan a reflejar del todo, el cuidado de cada detalle y, de nuevo, las delicias salidas de la cocina de la casa. "Aquí no trabajamos con el no", asegura Fina Torreiro, la titular del equipo de cocina. Lleva 28 años trabajando con la familia Medem y sabe, probablemente, que los clientes que acuden al lugar tampoco están acostumbrados a lidiar con el "no" en su día a día.
Quien se aloja aquí lo hace con un menú cerrado, pero siempre hay lugar para la improvisación. "Todavía no se ha dado el caso de que algún cliente pida algo y no se le haya podido dar", dice orgullosa Fina, mientras Margarita Vivar, la directora de la casa, 20 años haciendo que los invitados se sientan como en su hogar, se sonríe.
7 horas. La pasión del campo
El motor de los coches todoterreno rompe la paz cuando todavía no ha salido el sol. En la búsqueda de fotografías de los animales con una luz mejor, es Miguel Ángel Sánchez quien acompaña al grupo. Es el jefe de la finca, el encargado de dirigir el equipo de campo y vigilar que los animales que pueblan el territorio estén en buen estado. No hay mejor acompañante posible para entender la manera en la que el lujo más exclusivo se da la mano con la naturaleza en La Nava.
Miguel Ángel, marido de Margarita, la directora de la casa, es un soplo de naturalidad en la sofisticación que ha rodeado a todo en las últimas horas. Habla con franqueza, hace bromas y mientras los ciervos berrean, muestra su pasión por la enorme riqueza natural que hay en torno a la casa. Gracias a él descubrimos que este inmenso pedazo de la Península no son los territorios de La Nava, sino los dominios de La Minerva, una lince.
Es una de los nueve linces que hay en la Finca, pero ha dado a luz un par de veces y es especial para él. Por eso se le iluminan los ojos cuando habla de ella, igual que se le oscurece el semblante cuando habla de los zorros. "Es un animal destructivo. Mata por placer y deja la presa casi entera. Sólo hace falta ver lo que hace con las perdices: arranca las cabezas y deja todo lo demás". El zorro sibarita es una imagen demasiado poderosa como para dejarla pasar al escribir de uno de los rincones más exclusivos de España.
14 horas. Comida al aire libre. Del lujo al lujo, con una ruina de por medio
La comida campera es otro de los acontecimientos en los que todos los engranajes de La Nava dan lo mejor de sí. El plan inicial era disfrutar de una cena en pleno campo el primer día, pero la lluvia obligó a convertirlo en una comida campera de despedida. La comida no se transporta, sino que se cocina en el mismo campo, en una cocina móvil que se sitúa a unos metros de la mesa, tan vestida y tan lujosa como a cubierto.
Esta comida es la síntesis de lo que Javier Medem, propietario de La Nava, quería para la finca y para la casa. El proyecto nació de la ruina de su familia. Tras la quiebra, comenzaron a explotar la finca para caza mayor. Toda la familia se encargaba de algo en la casa, desde cocinar a preparar las habitaciones, y Javier era el encargado de recibir a los clientes. A todos aquellos a los que atendió, les hizo la misma pregunta: ¿Cómo sería la casa de caza de sus sueños?
Teniendo en cuenta todas las respuestas, diseñó y construyó La Nava.