El 'milagro' acaba entre rejas: la obsesión eterna de Rato por el poder
La vida del todopoderoso ministro de Economía que ha acabado en la cárcel por las tarjetas black.
Son las Navidades del año 2000. Dos hombres en un coche camino a la estación de esquí de Baqueira Beret. Y no son dos personas cualquiera: José María Aznar y Rodrigo Rato. El presidente del Gobierno y el vicepresidente segundo y todopoderoso ministro de Economía. Los dirigente más fuertes del país en ese momento y, además, grandes amigos.
Los dos se conocían desde el año 1978, dos niños bien de la sociedad (eso sí, Rato mucho más adinerado). La cosa venía de lejos, sus padres habían sido amigos ya y sus madres, ambas asturianas, se conocían desde jóvenes. Y sus esposas eran íntimas también: Ana Botella y Gela Alarcó. Todo iba más allá de la política: las familias pasaban juntas muchos fines de semana en el molino de Rato en Carabaña -hasta las jornadas de reflexión antes de las elecciones-.
En en ese frío trayecto hacia la felicidad del esquí, un Aznar envuelto en el manto de la mayoría absoluta le confiesa a su amigo que no se va a presentar a un tercer mandato y que piense si quiere ser el líder del PP y el próximo candidato a La Moncloa. Era su "sucesor natural", según confesó en su libro de memorias el expresidente.
Rato duda y le dice a Aznar que tiene hijos pequeños y que no se ve capaz de asumir ese reto para dentro de cuatro años. El entonces presidente lo vuelve a intentar unos días más tarde: "Piénsate bien lo que te he dicho. Aún faltan cuatro años. Tienes tiempo. Yo no hablaré del asunto con nadie".
Pero Rato no se calló y Aznar unos meses más tarde leyó en El Mundo un titular: Rodrigo no quiere. Fue un antes y un después en sus vidas, lo que no le había contado a su amigo se lo confesó a un periodista. Silencio durante años sobre este tema. Y en verano de 2003, según reveló Aznar, Rato le dijo que ahora sí quería. Se veía ya listo para alcanzar el sueño de ser presidente del Gobierno. "Tú me has dicho dos veces que no", le espetó Aznar, a lo que contestó Rodrigo: "Pero ahora te digo que sí". El presidente fue entonces el que se calló y tomó nota.
El sábado 30 de agosto Aznar citó al mediodía en su despacho a Rato, Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja, además de a Javier Arenas -entonces secretario general del PP, como testigo- para anunciar su sucesión. Los hombres del PP decidían el futuro del país en torno a una mesa baja en el despacho del presidente.
Y Aznar habló: "No hace falta que os diga el aprecio y la gratitud que os tengo por todo el trabajo de estos años. Sólo quiero que entendáis que en mi decisión no he pensado en nada más que en intentar servir lo mejor que sé al interés general de España. Con este criterio, he pensado que la persona que mejor puede hacerse cargo de la situación en estos momentos es Mariano". La resignación se apoderó de los ojos de Rodrigo, pero aceptó la propuesta. Luego, los cinco salieron a comer al jardín de La Moncloa.
En ese momento se le escapó el sueño de ser presidente del Gobierno. Rodrigo, que había dicho que no a su amigo, nunca calculó bien los efectos de ese "no" Aznar. Y eso que él se había convertido en el niño mimado de su Gobierno: la cara del "milagro económico", la mayor bandera política de Aznar y los suyos.
Pero Rato también se guardaría su rencor hacia Aznar posteriormente y nunca olvidó el sueño de ser presidente. Lo que nunca pensaban los dos es que quince años más tarde el Tribunal Supremo ratificaría la condena de cuatro años de cárcel para Rato por el escándalo de las tarjetas black. La vida da muchas vueltas.
El niño bien californiano, diputado cunero enchufado
El exvicepresidente siempre vivió, pensó y soñó en alto. En aquella España setentera que veía la decadencia de Franco, Rodrigo era un joven con greñas, adicto al rock y cuya familia se podía permitir que viviera en California estudiando en Berkeley. Niño bien, con ganas de marcha, locuaz, con don de gentes. A comerse el mundo... y a los 30 años se metió en política con la ayuda de su padre y de Manuel Fraga. Por supuesto, señoría 'cunera' de la derecha por Cádiz.
Rato fue creciendo políticamente y se convirtió en un pata negra de la derecha española que capitaneada por el amigo José María acabaría llegando al poder tras décadas de 'felipismo'. Y Rodrigo fue clave también para organizar comidas y cenas durante la oposición para que el empresariado bendijera al chico de Valladolid (aquellos jóvenes 'aliancistas').
Todo a lo grande, con oropeles. Lo suyo fue llamado el milagro económico, pero también fue la época de la plena ultra liberalización de la economía española en la que la burbuja inmobiliaria engordaba cada segundo a golpe de pelotazos de constructores aduladores del poder. Aquella ley del Suelo de 1999... Y a Rato ese universo le gustaba también.
Las dudas le llevaron a no ser finalmente el sucesor. Nadie apostaba un duro por Mariano Rajoy, y al final se ganó al jefe. ¿Qué hacer después? Siempre mirando por encima Rato: se propuso llegar a lo más alto del Fondo Monetario Internacional (FMI). Washington, ese paraíso de políticos, millonarios, economistas y espías. El lugar donde el poder se respira de verdad (ríanse de la Carrera de San Jerónimo).
Volvió a recurrir a su amigo Aznar para vencer a Jean Lemierre y a Mario Monti. Descolgó el teléfono para hablar directamente con cuatro personas: George Bush, Tony Blair, Jacques Chirac y Gerhard Schroeder. En junio de 2004 conseguía la elección, con el apoyo del nuevo Gobierno de José Luis Zapatero. Y en su primera visita como pope económico mundial se la cobró a Aznar: ya no lo llamó ni lo invitó a una reunión organizada con todo el poder económico y político español. Ese cargo está a la altura de un jefe de Estado. Todo ya estaba roto.
Los Rato conquistan (y fracasan) América
Welcome to America! Los Rato llegaban al poder. ¿Qué pensaría de su bisnieto Faustino Rodríguez San-Pedro? El bisabuelo ya dominaba las altas esferas: vicepresidente del Senado, alcalde de Madrid, ministro de Hacienda, Estado e Instrucción Pública con Francisco Silvela y Antonio Maura...
La familia ha heredado siempre el gusto por el dinero. El padre del exministro, Ramón Rato Rodríguez-San Pedro, tenía una fortuna derivada de actividades de la industria textil y la construcción, mientras su madre, Aurora Figaredo, era de familia con minas de carbón, además de negocios en banca y en la siderometalurgia. Por cierto, la familia fue acusada de evasión fiscal en 1967 y su padre fue condenado a tres años de cárcel y a pagar 176 millones de pesetas.
El heredero de los herederos desembarca en 2004 en el número 1900 de la avenida Pensilvania. FMI style. Vivía cerca de la plaza Dupont, se cortaba el pelo en Diego's Hair (con la clientela más poderosa del mundo)... Pero a la vez se iba fraguando la mayor crisis económica mundial desde 1929 que ni olió en su despacho.
Tres años en los Estados Unidos... y (¡sopresa!) anunciaba que volvía a Madrid cuando todavía le faltaban dos años para agotar su mandato. Hay muchas leyendas sobre ese movimiento: él lo achacó a motivos personales, muchos en el partido lo vieron como un giro por si perdía Rajoy las elecciones generales al año siguiente, otros apuntan a que ya sabía que lo investigaba la Guardia Civil, los conspiranoicos hablan de que desde dentro del FMI le invitaron a irse.
El champán y la resaca de la detención
Rato llegaba a Barajas dispuesto a ser el gran banquero de España. Primera parada: el banco Lazard. Segundo paso: consejero internacional del Banco Santander. Y en 2010 subía el escalón máximo al ser elegido presidente de Caja Madrid, el toro de la economía madrileña que pasaba a ser un enfermo bancario en plena crisis. Se fusionarían varias entidades y tocaría él mismo la campana de la salida a Bolsa en la plaza de la Independencia el 20 de julio de 2011. Ese día corrieron los litros de champán.
Y las burbujas de champán y de Bankia estallaron a la vez que llegaban al poder su antiguo compañero-rival Mariano Rajoy, poniendo al frente de Economía a Luis de Guindos, que fue pupilo suyo y su secretario de Estado en la época de Aznar. Otra amistad rota por el poder y el dinero: "Guindos me exigió la dimisión", reveló durante una comparecencia en el Congreso.
Ahí cayó definitivamente el mito de milagro, enterrado con la crisis económica -que ayudó a provocar- y con los suyos de nuevo al frente del país. Eso sí, se aprovechó de las medidas de Cristóbal Montoro y se apuntó a la amnistía fiscal.
En abril de 2015 llegaría la otra imagen que marcará su vida: la mano en la nuca de un policía metiéndolo en un coche. Era detenido por fraude fiscal, blanqueo y alzamiento de bienes. El aznarismo miraba aterrorizado la televisión y acusaba incluso al Gobierno y al sector de Soraya Sáenz de Santamaría de publicitar la operación para presentarse como adalides contra la corrupción. Rato nunca superaría ese momento en plena calle en el Barrio de Salamanca.
Y después de utilizar durante años su tarjeta black de Caja Madrid, la que le ha llevado a la cárcel. España estaba en plena crisis, miles de despidos y rescatando a Caja Madrid con dinero público. Él mientras sacaba la tarjeta en joyerías, tiendas de ropa, restaurantes de lujo, balnearios, hoteles y viajes. Solo durante sus últimos tres meses en Bankia sacó 16.000 euros en cajeros automáticos; o en solo cuatro días consecutivos (del 23 al 26 de febrero de 2011) gastó 1.849 euros en clubs y salas de fiesta. Y una obsesión: le gustaban los tomates buenos. Así lo ha confesado su (elitista) frutero Félix Vázquez.
Rodrigo Rato, pura obsesión por el poder y el lujo. Próxima parada: la cárcel.