"Yo escondí y distribuí urnas el 1-0"
Dos personas que participaron en la red que repartió el material para la votación cuentan cómo sortearon el control del CNI y llevaron las urnas a los colegios.
A falta de dos semanas para el referéndum unilateral del 1 de octubre, un amigo de la adolescencia llamó a la puerta de Marc (nombre ficticio). Hacía años que no se veían y esa visita inesperada le extrañó. "¿Sabes que estamos en un momento delicado no?", le dijo su amigo. "¿Hasta dónde quieres arriesgarte?". Marc no se lo pensó: "Dime qué tengo que hacer", le respondió.
Unas horas más tarde, se dirigía con su coche a una casa rural de un pueblo de Lleida a recoger una caja llena de urnas. A la vuelta, otro amigo suyo de confianza iba dos kilómetros por delante para vigilar que no hubiese ningún control policial. "Era como si llevara droga o armas", recuerda ahora este joven. "Estaba acojonado". Desde su domicilio, se encargó de separar y distribuir todas las urnas y papeletas que acabarían en los colegios de Tàrrega (Lleida) y trasladó otras a gente de su confianza en tres pueblos más: Vilagrassa, Verdú y Anglesola.
Durante unas semanas, fue el secreto mejor guardado de este país. Tanto el CNI como la Policía Nacional se volcaron en encontrar el material para la votación, sin imaginar que no estaba en ninguna dependencia de la Generalitat ni en los Ayuntamientos: se encontraba en los domicilios de ciudadanos anónimos que tampoco sabían quién más estaba implicado. Ni siquiera la pareja de Marc era consciente de que en su casa había decenas de urnas escondidas. Desde el Gobierno, se repetía por activa y por pasiva que no habría urnas ni votación. La mayoría de los catalanes tampoco sabía si habría referéndum.
"La premisa era muy clara: nadie podía conocer la cadena completa", explica Pere (nombre ficticio) desde cuyo domicilio se repartieron las casi 50 urnas que acabaron en los colegios de Sabadell (Barcelona). "Me dieron un papelito con el lugar dónde tenía que recogerlas, pero no sabía quién me recibiría. Esa persona tampoco sabía a quién se las daría yo", recuerda este hombre de mediana edad.
La otra instrucción obligatoria: móviles apagados y fuera de la habitación donde se hablaba del asunto. Las urnas no podían quedarse más de una semana en el mismo lugar. Nada de comentarlo por teléfono y nada de mencionar nombres y apellidos. Prohibido contárselo a los familiares o a la pareja. "Estábamos todos muy paranoicos", recordaba Pere este martes en una cafetería de Barcelona. "Veíamos cómo entraban en imprentas y otros lugares y pensabas: en cualquier momento irrumpen en mi casa".
El sábado 30 de septiembre, Pere se pasó el día mirando por la ventana de su casa. Iban llegando vecinos a su domicilio en intervalos de media hora, perfectamente organizados, sin saber qué iban a recoger. Alguien les había citado ahí a una hora determinada, sin darles más detalles. Tocaban el timbre y decían un número, correspondiente al colegio que les tocaba. Pere les abría la puerta y les daba su paquete. "Venía gente que nunca hubiese imaginado", afirma, "algunos históricos del PSUC de Sabadell y muchos que ni siquiera son independentistas".
El inicio de la cadena
El sábado pasado TV3 entrevistó a la persona que supuestamente estuvo en el primer escalón de esta cadena. El tipo que inició el boca a boca que después supondría una red que acabó implicando a casi 250 personas que guardaron el secreto.
Según el relato de esta persona anónima, se fabricaron en China a mediados de junio de 2017 y se encargaron 10.000 urnas, que sufragó de su propio bolsillo (siempre según su versión). Vinieron en barco –tardaron 25 días– y llegaron al puerto de Marsella. Desde ahí se trasladaron en camiones hasta la Cataluña Norte, cerca de Perpiñán. El almacén estaba a tocar de una gendarmería. Tres camiones las llevaron desde Perpiñán a ocho centros de distribución repartidos por Cataluña: Pirineos, Ponent, Camp de Tarragona, Baix Llobregat, Barcelona, Bages, Osona y Alt Empordà. Cada uno de estos centros tenía un responsable que se encargaría de buscar a otras personas de confianza.
A mediados de agosto ya estaban todas las urnas repartidas en estos ocho puntos excepto el de Ponent, cuyo transporte debía hacerse el 17 de agosto. Los atentados de la Rambla y Cambrils retrasaron la entrega unos días. A mediados de septiembre empezó la distribución comarca a comarca, municipio a municipio. Según las fuentes consultadas, participaron en el reparto todo tipo de personas: Mossos de Esquadra y bomberos en sus horas libres, personal de la Generalitat, miembros de la judicatura, empresarios, activistas y cualquier persona que se consideraba que era capaz de guardar el secreto.
Llega el 1 de octubre
Viernes 29 de septiembre. El responsable de la ANC para el referéndum en Tàrrega traslada a unos cuantos vecinos su preocupación durante una reunión de vecinos para coordinarse de cara a la votación: "Estoy preocupado por las urnas, no sé quién cojones las tiene". Marc sonríe por debajo de la nariz. En ese momento ya ha escondido unas cuantas urnas en un colegio, justo en el agujero del ascensor.
A última hora de la noche de ese viernes, su amigo de la adolescencia le vuelve a citar en un lugar discreto. Abre el maletero y está lleno de papeletas. "Están calentitas, recién imprimidas en Perpiñán", le dice. Horas antes, la Guardia Civil había intervenido en una imprenta de Igualada todas las papeletas destinadas a la zona de Lleida. Esas son las de repuesto y Marc las repartirá durante la noche del sábado.
"Vengo a por la carne". Así se identifican los vecinos de Tàrrega que acuden al domicilio de Marc, carnicero de profesión, a buscar las urnas y papeletas para trasladarlas a los colegios. Es domingo de madrugada y faltan pocas horas para que abran los colegios.
Pere, en Sabadell, sube las urnas a su coche y se dirige hacia el colegio que le toca por el censo. Aparca justo en la puerta. Son las seis de la mañana y ya hay centenares de personas amontonadas ante la escuela. Trata de encontrar al responsable del colegio. Algunos le toman por un policía secreta y no le dejan pasar. "Tampoco podía decir en voz alta que tenía las urnas porque yo también tenía miedo de que hubiera policía infiltrada", recuerda. Finalmente consigue hablar con el responsable y le habilitan un pasillo de manera discreta. Sale de su coche con las urnas y la gente empieza a aplaudir.
"Me costó mucho guardar el secreto, hice un gran esfuerzo", recuerda Pere. "Había leído lo que era la clandestinidad, pero cuando te encuentras en ella hay que reconocer que da miedo pero a la vez es emocionante". Para Marc, la clave fue que nadie sabía apenas nada. "No me podía chivar porque solo sabía de otra persona que estaba implicada", sostiene. "La gente se concienció y priorizó el secreto a la vanidad".