Las claves de las elecciones sin oposición en Egipto
Al Sisi, el actual presidente, se enfrenta con un único rival, hombre de paja que lo piropea constantemente. Los demás opositores abandonaron o están arrestados.
Entre los días 26 y 28 de marzo, es decir, de lunes a miércoles, Egipto celebra sus terceras elecciones presidenciales desde la revolución que derrocó al dictador Hosni Mubarak en 2011. Recuerda aquella primavera: primero, el ansia de libertad y de democracia, la represión, la plaza Tahrir. Luego las elecciones, el ascenso de los Hermanos Musulmanes, el presidente Mohamed Mursi. Y, en 2013, el golpe de estado que lo hizo todo añicos y devolvió al país al pasado, encabezado por el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Egipto, Abdelfatá al Sisi. Un año después, Al Sisi se convirtió en presidente y, desde entonces, maneja Egipto de forma, como mínimo, autocrática.
Ahí es donde estamos ahora, con Al Sisi al mando y una cita electoral por delante en la que el antiguo militar va a medirse, prácticamente, consigo mismo. Sólo hay otra candidatura además de la suya, la de Musa Mustafá Musa, un señor que aplaude sin sonrojo a Al Sisi, hombre de paja que sirve para dar apariencia democrática al proceso. Los demás opositores se cayeron por el camino: o renunciaron o fueron oportunamente detenidos. Los contrarios al presidente han llamado a boicotear los comicios, tras intentar suspenderlos sin éxito. Nadie se hace ilusiones: el comandante va a arrasar.
Mejor estables que libres
Al Sisi fue elegido por primera vez en el 2014 por una abrumadora mayoría. No sólo es que conservara la popularidad (o la capacidad de imprimir temor) alcanzada al destronar a los Hermanos Musulmanes, sino que peleó contra todos los posibles opositores, fueran islamistas u opositores seculares. Entonces y ahora su mensaje es similar: la estabilidad del país es más importante que muchas libertades. Sin calma no puede emprender, dice, el plan de austeridad que se ha planteado ni la creación de nuevas infraestructuras. Pide continuidad para "revivir" la economía, algo que los expertos le reconocen, pese a la inflación que está generando.
La idea de que una elección realmente peleada podría desestabilizar el país, permitir que los islamistas regresen al poder o interferir con sus esfuerzos por revitalizar una economía tambaleante le ha servido como cantinela en estos meses, ideas difundidas por la prensa afín, ya que él prácticamente no ha hecho campaña. No ha salido a la calle, pero tampoco le hace falta, porque su rostro empapela todo Egipto, como en los mejores cultos personalistas de Oriente Medio. "Él es la esperanza", se lee al pie. Sin otros oponentes y con apoyos como el de EEUU, es innecesario pelear más.
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La gente de Al Sisi sí se está moviendo para que haya una alta participación, por lograr la mayor legitimidad en una convocatoria con tantas dudas. La prensa oficialista dice que no votar constituiría un acto de "alta traición". Hay 60 millones de egipcios llamados a las urnas.
Después de las elecciones, si presidente lograr otro mandato de cuatro años, "probablemente trate de reformar la constitución para permitir que un presidente se mantenga por más de dos legislaturas", según ha explicado Paul Salem, experto del Instituto del Medio Oriente con base en Washington, a la agencia AP. "Dirán que es necesario para la estabilidad, la economía y por razones de seguridad", pronostica Salem. "Mi impresión personal es que esto genera estabilidad a corto plazo, pero hará cualquier transferencia de poder, que se dará tarde o temprano, mucho más difícil".
De lo que no se habla en campaña (ni antes de la campaña) es de las denuncias que hacen las ONG locales e internacionales: las desapariciones forzosas de opositores o defensores de derechos humanos, los asesinatos extrajudiciales (emboscadas, interceptaciones en viviendas particulares, extraños accidentes), la persecución a la prensa libre o los 40.000 presos políticos de los que apenas se tiene noticia.
El hombre de paja
Musa Mustafá Musa, del partido Al Gad (que no tiene ni escaños en el parlamento), es el contrincante de Al Sisi, casi por accidente. Anunció su candidatura a 48 horas de que se acabara el plazo y presentó la documentación in extremis. Hasta ese momento, su apoyo público al actual presidente fue total. Llegó incluso a cambiar su foto de perfil en Facebook por una de Al Sisi. "Gane Musa o gane Sisi, cualquiera de los dos es nuestro presidente", se corea en sus escasos mítines, a los que asisten no más de 30 personas.
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Decidió ir a las urnas sólo para que el presidente tuviese un rival. Sayed Al Badawi, del partido Wafd, iba a ser ese segundo hombre para la farsa, pero su candidatura no fue avalada por sus compañeros de formación. Así que Musa tuvo que dar el paso al frente. Lo ha dicho claramente a El Mundo: "He decidido presentarme porque tengo un programa y soy consciente de la delicada situación del país. Todos los candidatos se retiraron y, sin rival, las elecciones se habrían convertido en un referéndum, un escenario que no era bueno e iba a causar problemas. Con nuestra candidatura lo hemos evitado". "No estamos presentándonos por cortesía hacia nadie y no esperamos que nadie nos haga ningún favor. Estamos en esto para competir de forma real", matizó apenas a Reuters.
No tiene pinta de ser un problema para el excomandante: si Musa logró las firmas de 47.000 ciudadanos y el apoyo de 27 diputados para presentar su candidatura, Sisi logró medio millón de refrendos populares y los de 500 diputados, de los 596 que tiene la cámara egipcia.
Sin competencia
La votación de estos días viene precedida por una intensa purga de potenciales candidatos, algo que no se había dado ni siquiera en los 30 años de gobierno de Mubarak. Las autoridades también han reprimido a la prensa y han alentado a los ciudadanos a que denunciasen a cualquiera que pensasen que fomentaba una mala imagen de Egipto.
Así, varios candidatos se retiraron aduciendo hostigamientos e intimidación o acabaron entre rejas. Imposible presentarse. El peor trato lo han recibido dos ex generales: Sammi Annan, del Ejército de Tierra, y Ahmed Shafiq, de la Fuerza Aérea (que ya terminó segundo en la votación del 2012).
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Annan, de 70 años, exjefe del Estado mayo entre 2005 y 2012, fue arrestado tres días después de lanzar su candidatura en enero y está todavía preso. Antes del anuncio estaba siendo vigilado y se le dijo que no se postulase, según un alto funcionario del aparato de seguridad citado por AP. Fue acusado de violar la ley al presentarse al cargo sin permiso. Cinco coches lo rodearon hace dos meses y nada más se ha sabido. Shafiq, por su parte, vivía en los Emiratos Árabes Unidos cuando lanzó su candidatura. Desde Dubai lo deportaron y lo enviaron a Egipto, donde fue arrestado. Durante días fue hostigado y la prensa oficial lanzó una campaña para desacreditarlo, hablando de casos de corrupción y de supuestas aventuras sexuales. Finalmente se retiró de la contienda el 7 de enero y, al parecer, se encuentra en arresto domiciliario. "No soy el hombre adecuado para guiar a Egipto en este momento", dijo, sin más.
También el pasado noviembre, el coronel del Ejército, Ahmed Konsowa, anunció su intención de postularse para las presidenciales pero al mes siguiente un tribunal militar de El Cairo lo condenó a seis años de prisión por "expresar opiniones políticas contrarias a los requisitos del orden militar".
Hay más nombres, como los de Anuar El Sadat, sobrino del presidente asesinado en 1981, y Jaled Ali, otro abogado progresista. Ambos se retiraron alegando que habían sido intimidados y que destacados miembros de sus campañas habían sufrido arrestos inexplicables. Ellos son los que están impulsando un boicot a la cita electoral, junto a una cincuentena de intelectuales y personalidades que piden elecciones justas y democráticas.
Al Sisi ha asegurado que "desearía que hubiera diez de los mejores candidatos para que la población eligiera" y ha negado la existencia de una política de represión contra quienes no le sigan a ciegas. "La gente es libre de expresar su opinión y también demostrarla con sus actos pero no es libre de dañar el país con actos violentos", concluye.