La historia no contada de las víctimas más pequeñas de la brutal guerra en Yemen
"Nuestros hijos lloran todo el día y toda la noche por la falta de comida y agua limpia".
Fatima Mohammed Ali y sus dos hermanos pequeños estaban sembrando hortalizas el año pasado en la huerta de su familia en una región remota del norte de Yemen cuando de repente cayó un ataque aéreo sobre la casa familiar. La explosión masiva demolió la vivienda, enfrente de los campos donde estaban trabajando, y un columpio situado cerca. Abeer, la hija de Ali de 10 años que estaba en el columpio, murió al instante.
Aterrada al pensar en otro ataque por la guerra civil de Yemen, la familia de Ali abandonó la huerta. Encontraron un lugar donde cavar un búnker subterráneo improvisado, que Ali describe como "un gran agujero cubierto con cortinas", donde vive ahora la familia.
Pero sin la producción de la granja para comer y vender, a la familia le cuesta sobrevivir. Para el mes de abril, la guerra parecía dispuesta a llevarse a otro de los hijos de Ali. Esta vez, era Ishraq, de tres meses. Ishraq, a la que le diagnosticaron malnutrición severa, luchaba por su vida en el centro médico al-Jamhouri de la ciudad yemení de Saada.
"Nuestros hijos lloran todo el día y toda la noche por la falta de comida y agua limpia", cuenta Ali al reportero y activista Ahmad Algohbary en el hospital. "Hay veces en las que prefiero la muerte antes que vivir esta vida".
El distrito de Saada, en el norte de Yemen, junto a la frontera con Arabia Saudí, es una de las zonas más aisladas y peligrosas del país asolado por la guerra y casi inaccesible a periodistas y extranjeros. La violencia constante ha complicado de forma extrema la vida de los civiles. Los bombardeos han reducido a escombros muchas escuelas y mercados de Saada, antiguamente una ciudad muy animada. En las áreas rurales, donde no han dejado de sucederse los ataques aéreos y los recursos siempre han escaseado, la destrucción es incluso peor.
Antes de la guerra, Yemen importaba más del 90% de sus alimentos básicos. Estos días, se ha complicado la llegada de ayuda a Saada por los checkpoints y los bloqueos por carretera llevados a cabo por fuerzas militares leales al Gobierno, así como los bombardeos por parte de la coalición internacional que apoya al presidente Abed Rabbo Mansour Hadi.
El distrito de Saada es el lugar de nacimiento del movimiento hutí, un grupo de rebeldes chiíes que se extendió por la zona sur del país en 2014 y al final tomó la capital. La ofensiva obligó al Gobierno de Hadi a huir más al sur hacia la ciudad portuaria de Adén. El Gobierno enseguida se ganó el apoyo de una coalición militar de nueve países de Oriente Medio y África, liderados por Arabia Saudí.
Tanto Estados Unidos como Reino Unido proporcionan armas a los saudís. En mayo, el Gobierno de Trump prometió 110.000 millones de dólares en la venta de armas para el reino saudí.
Los aviones de la coalición han producido al menos 2166 bombardeos en el distrito de Saada desde principios de 2015, según el Yemen Data Project, un programa independiente para recoger y difundir información sobre la guerra. Eso es una media de 127 bombardeos al mes. Los ataques a lugares no militares, como mezquitas, mercados y hospitales, superan los ataques a lugares militares en una proporción 3 a 1, según la base de datos que maneja el programa.
Hasta este año, Saada ha vivido 268 bombardeos. El ataque más reciente, en un mercado el mes pasado, mató al menos a 25 civiles que estaban de compras.
Los trabajadores humanitarios han avisado de que en la ciudad de Saada la situación nutricional está en niveles de emergencia. La ciudad tiene las tasas más altas de retraso en el crecimiento y el desarrollo del mundo, donde uno de cada ocho niños se ven afectados por la malnutrición. Más del 67% de los niños que viven en la zona están crónicamente malnutridos, según UNICEF. Casi el 10% de los niños menores de 5 años sufre malnutrición aguda y el 2% de ellos, malnutrición severa aguda.
"Antes de la guerra el número de casos de malnutrición era muy pequeño", contó a Algohbary en abril el doctor Ali al-Kamadi, que trabaja en el departamento de nutrición del hospital al-Jamhouri. Nada que ver con la situación actual.
La visita de abril fue el quinto viaje del periodista a Saada en lo que iba de año. Algohbary, que vive en Saná, la capital de Yemen, se sentó con los trabajadores de al-Jamhouri y las familias de varios niños diagnosticados con malnutrición. Ofreció al HuffPost fotos y transcripciones en árabe de sus entrevistas.
Aunque la situación en Saada va empeorando a diario, al-Kamadi asegura que hasta ahora el hospital se las ha arreglado para dar un apoyo crucial a los niños de la región, entre ellos el bebé de Nadia Mohammed.
Mohammed contó a Algohbary que vendió todo su oro para comprar a su familia algo de comida. La madre de 33 años no recuerda la última vez que su familia comió carne o arroz.
En las semanas y los meses antes de llegar al hospital, su hijo de 10 meses, Naji, no paraba de llorar. Mohammed y su marido se dieron cuenta de que el estómago del bebé había empezado a hincharse y se lo cauterizaron en un esfuerzo desesperado por frenar la inflamación y aliviarle el dolor. Esta práctica médica que data de hace siglos se usa en Yemen para tratar un amplio rango de enfermedades, y sólo a veces resulta efectiva.
"Pensamos que podría ayudarle a recuperarse, pero siguió llorando", recuerda Mohammed.
Al final, oyó hablar de al-Jamhouri a sus vecinos. En el hospital, se enteró de que Naji sufría un tipo de malnutrición severa llamado kwashiorkor, provocado por la falta de proteína, que a veces conduce a hinchazón del estómago. Después de recibir tratamiento en al-Jamhouri, Naji se está recuperando en casa con su familia.
Los niños como Naji están en la línea del frente de la crisis sanitaria de Yemen. Incluso antes de que la guerra civil asolara el país, Yemen era la nación más pobre de Oriente Medio. Hoy en día, más de dos millones de niños yemeníes están malnutridos. Medio millón sufre malnutrición severa aguda, una afección que puede acabar con su vida.
Debilitados por la falta de alimento, los niños corren un mayor riesgo de morir de enfermedades evitables como el cólera. Yemen está combatiendo el brote de cólera que ya ha afectado a 300.000 personas y ha matado a más de 1600.
Cada año, unos 40.000 niños en el país no superan su quinto cumpleaños. "El conflicto de Yemen está alimentando una de las peores crisis infantiles en el mundo", explica al HuffPost Bismarck Swangin, del área de comunicación de UNICEF en Saná.
La crisis está agravada por el daño que la guerra ha hecho al sistema sanitario. Más de la mitad de las instalaciones están parcialmente destruidas o cerradas por escasez de medicinas, equipamiento, personal e infraestructura. Un bloqueo naval impuesto por la coalición liderada por los saudíes ha restringido la importación de alimentos, provisiones médicas y combustible. A los civiles se les impide viajar al extranjero para tratamientos médicos desde que los vuelos comerciales a Saná se suspendieron en agosto de 2016.
Los rebeldes hutíes, las fuerzas del Gobierno y los aviones de la coalición han sido acusados de atacar centros de salud —bombardeando instalaciones, robando ambulancias y saqueando medicinas y equipo médico—, según un informe de Watchlist sobre Niños y Conflictos Armados.
"Se están atacando hospitales de forma sistemática como una táctica de guerra por parte de los saudíes y sus aliados", explica Christine Monaghan, investigadora de Watchlist. "Estos ataques, junto con la negación del acceso a la ayuda humanitaria por el bloqueo, ha supuesto que la población civil, especialmente los niños, mueran a gran escala de enfermedades evitables", añade.
Antes de que la guerra comenzara en 2015, el distrito de Saada tenía 700.000 habitantes, pero muchos civiles huyeron cuando los recursos empezaron a escasear y la coalición saudí les instó a evacuar la zona en 2015. La población de la ciudad de Saada se ha reducido a la mitad y sólo quedan 25.000 civiles. El hospital de al-Jamhouri apenas sirve de salvavidas a quienes sufren pobreza y violencia.
Es uno de los no más de cuatro centros médicos que funcionan en el distrito. Al-Jamhouri posee un área de maternidad, un centro de traumatología, salas quirúrgicas y salas de urgencias. La organización internacional Médicos Sin Fronteras ha proporcionado al hospital medicinas, equipo médico y personal.
Sin embargo, se vio obligado a abandonar a su gente en agosto de 2016, cuando el incremento de bombardeos en Saada hicieron la zona demasiado peligrosa.
Muchos de los médicos que siguen trabajando en Yemen han perdido la esperanza.
Según el doctor al-Kamadi, las familias tienen que interrumpir el tratamiento de sus hijos cuando se les acaba el dinero para cubrir el coste de las medicinas, la comida y la estancia en el hotel.
La doctora Mariam Aldogani, que trabaja en Saná para la organización internacional Save the Children, afirma que los médicos del país ven hasta a 180 pacientes al día, pese a que muchos trabajadores sanitarios llevan meses sin cobrar.
"No damos abasto", se lamenta Aldogani por Skype. "Los médicos están luchando. Pero no somos capaces de cubrir las necesidades médicas del país".
"Veo el miedo en los ojos de las madres", cuenta Aldogani. "Lo más duro de mi trabajo es no ser capaz de salvar a todo el mundo".
El tiempo pasa, y las organizaciones humanitarias —entre ellas UNICEF— piden donaciones. Los miembros de la comunidad internacional prometieron reunir más de la mitad de los 2100 millones de dólares que se pidieron en la cumbre de las Naciones Unidas en Ginebra en abril.
"No consigo entender cómo la comunidad internacional puede tener esta crisis delante y no hacer todo lo posible por reducir el sufrimiento al que hacen frente los yemeníes", afirmó durante la cumbre Mutasim Hamdan, director del Norwegian Refugee Council para Yemen.
Los trabajadores humanitarios piden a países como Estados Unidos y Reino Unido que aumenten las donaciones y paren el flujo de armas con las partes beligerantes en Yemen.
"El día en el que no se vendan armas a las partes beligerantes en ningún lugar del mundo, será muy difícil que se produzca una guerra", dijo el secretario general de la ONU Antonio Guterres en la cumbre cuando se le preguntó por la complicidad de los principales países donantes que también proporcionan armas para el conflicto de Yemen.
Mientras tanto, los ciudadanos más pequeños de Yemen se quedan sin tiempo.
La abuela Alia Alaloot contó a Algohbary su larga travesía en busca de seguridad. Los hijos adultos de Alaloot trabajaban en su huerta de Saqeen (Saada) cuando una bomba de racimo estalló allí mismo a principios de este año. Alaloot ha tenido que criar ella sola a su nieto Faris, que en ese momento era recién nacido.
Ella y el bebé buscaron techo en un campo de refugiados en al-Manbaah, una ciudad ubicada en el distrito colindante de Hajjah, cerca de la frontera saudí. Pero, al igual que la ciudad de Saada, Manbaah —controlada por los hutíes— es un blanco habitual de los bombardeos saudíes. Al poco tiempo de que se instalaran, el campamento se quedó sin comida.
Alaloot se dio cuenta de que no podían quedarse allí. Ella y el niño, muerto de hambre, emprendieron un viaje de seis horas en burro y en taxi a al-Jamhouri.
Después de meses de tratamiento intensivo en el hospital, Faris se está recuperando. Se encuentra estable.