Krzysztof Charamsa: "El papa Francisco ha desarrollado aún más la paranoia antigay del Vaticano"
Krzysztof Charamsa (Gdynia, Polonia; 1972) sabe bien cómo funciona el ala más dura de la Iglesia. Este sacerdote formó parte durante años de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio o Inquisición. Pero en octubre de 2015 dijo basta y provocó un terremoto que hizo temblar los pilares del Vaticano.
"Quiero que la Iglesia y mi comunidad sepan quién soy: un sacerdote homosexual, con un compañero, feliz y orgulloso de mi propia identidad", declaró en una entrevista en Il Corriere della Sera antes de dar una rueda de prensa junto a su pareja, un catalán llamado Eduard.
Aquello provocó la reacción furiosa de la Iglesia, que expulsó a Charamsa del Vaticano. Desde entonces vive con su novio en Cataluña. Ahora, casi año y medio después, acaba de publicar el libro La primera piedra, en el que narra cómo fue su proceso de salida del armario y en el que cuenta jugosos detalles del funcionamiento interno de la Iglesia.
Dice que es usted gay desde que sus padres le dieron la vida. ¿Por qué decide formar parte de la Iglesia, una institución que tradicionalmente no se ha mostrado nada amistosa con los homosexuales?
Fui educado en la Iglesia, que para mí fue una parte más de mi familia. Además, yo tenía la consciencia de que era gay, pero lo rechazaba, me lo negaba a mí mismo, me decía a mí mismo que era una confusión de un momento. Eliminaba esa posibilidad de mi ser porque lo consideraba una cosa mala, antinatural, enferma. Lo hacía porque estaba sometido a la formación homofóbica de la Iglesia y ser gay iba totalmente en contra de lo que yo creía.
Charamsa, junto a su pareja, el día que salió del armario.
En todo ese tiempo, ¿nunca tuvo remordimientos de conciencia? Es decir, usted formaba parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es el antiguo Santo Oficio o Inquisición, muy hostil con los homosexuales…
Yo convivía en todo lo que la Iglesia me enseñaba. Creía verdadera y justificada toda su mentalidad. Yo confiaba en ella y no pensaba en absoluto que sus decisiones, sus normas, estaban basadas en la total ignorancia de lo que hablan. Yo eso lo empiezo a descubrir cuando entro a trabajar en la Congregación. Allí veo que la imposición de una ideología del pasado no se basa en absoluto en un diálogo disciplinar, en la confrontación con otras ciencias, con el conocimiento humano. O, simplemente, con la experiencia de las personas. Porque nosotros no conocemos a familias homosexuales pero gritamos a los cuatro vientos que todos los homosexuales son criminales o pedófilos. Todo esto no podía saberlo cuando fui al seminario. Yo simplemente creía en la Iglesia, que era la fuente de todo mi conocimiento sobre la homosexualidad.
¿Cuándo se da cuenta de todo eso?
Mi proceso de salida del armario interior comienza sólo cuando, en la Congregación, empiezo a abrir los ojos a otras fuentes de conocimiento y no sólo a una demagogia teológica que nunca se confronta con un discurso académico multidisciplinar. Hoy en la Iglesia se continúa enseñando, por ejemplo, que los homosexuales no tienen capacidad humana de amar. Yo empecé a preguntarme: ¿pero de verdad se ha verificado qué sienten las personas homosexuales? ¿De verdad no tienen sentimiento de amor y sólo un deseo de sexo de manera hedonista? Yo fui víctima de una visión perjudicial, llena de falsedades, que constituye la base sobre la que la Iglesia apoya su posición homofóbica.
¿A qué se debe esa posición homofóbica que, asegura, tiene la Iglesia?
La Iglesia tiene una interpretación de las escrituras y de la tradición. Pero, desde hace unos decenios, la sociedad tiene un conocimiento totalmente diferente de la homosexualidad que nuestros abuelos no tenían. La Iglesia, para no confrontar este nuevo saber con sus interpretaciones, estigmatiza a los gays. Es un rechazo casi paranoico. Con lo que hoy sabemos sobre sexualidad, la Iglesia pierde un elemento de su sistema de poder sobre las personas. Lo comparo siempre con lo que vivimos en el pasado con el descubrimiento del sistema solar o con la evolución. Perdimos centenares de años para empezar a tratar seriamente unos descubrimientos que necesitaban que la Iglesia cambiase sus interpretaciones de las escrituras. Y lo acabó aceptando, pero haciendo sufrir a muchísima gente en el camino.
Si en el Vaticano se sospecha que un cura es gay, ¿qué trato recibe?
Hay historias muy diferentes de cómo son tratados los sacerdotes gays. Muchas veces todo termina con el gran consejo de encubrir todo, de permanecer en silencio, y no hacen nada. Es también lo que se hace en los casos de los curas que tienen relaciones con las mujeres. El obispo les dice: ‘debes hacerlo discretamente y que no se haga público’. Está esa cultura del silencio, pero también hay casos de sacerdotes homosexuales que son enviados a hacer curas psicológicas, terapias de conversión. Eso existe en la Iglesia. No usan electroshocks, pero sí otras formas psicológicas de curar la homosexualidad. En definitiva: en la Iglesia hay permiso para llevar una doble vida o una condena a tu pesadilla interior.
¿Lo que molesta a la Iglesia, entonces, es que los casos salgan a la luz?
La pesadilla de la Iglesia es la transparencia, decir en voz alta algo que debe ser un tabú. Hay casos de curas que anunciaron que eran gays y fueron rápidamente despedidos del ministerio. Mientras, hay muchísimos curas que tienen pareja y es suficiente mantener la discreción para continuar sin perder el trabajo. La Iglesia sólo actúa cuando algo se hace público. Por eso la la institución tiene pánico a la prensa, a la globalización, a internet. Porque tiene miedo a la información sobre sí misma.
Hablaba antes de curas que tienen relaciones con mujeres. ¿Eso es habitual?
Encontrar en África un candidato a obispo que no tenga relaciones con una mujer es muy difícil. Casi imposible. Hay sacerdotes que tienen una relación con una mujer y el obispo cierra los ojos con la recomendación de que no salga a la luz. Esta es la hipocresía que yo denuncio en la Iglesia. El celibato de los sacerdotes es una ley sobre la que Iglesia debe reflexionar a la luz de muchísimos sacerdotes que viven su heterosexualidad de manera sanísima con otra persona sin caer en una contradicción con el amor a dios. Muchas veces, estas relaciones son una verdadera bendición para estas personas porque les ayudan a descubrir que el ministerio es servir a los hermanos. Cuando veo a muchos curas que no tienen ninguna relación me doy cuenta de que están amargados y totalmente desconectados de la realidad. No tienen ni idea de lo que es la vida en familia, de las parejas, protegidos ellos entre muros de una corporación que les da todo pero les cierra en un mundo que no existe.
¿Cómo funcionan esas curas psicológicas de las que hablaba?
Las conozco de la mano de expertos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que era nuestra fuente de conocimiento sobre la homosexualidad. El primer nombre es Joseph Nicolosi, el padre de las terapias de conversión y oráculo sobre la homosexualidad. Paul Cameron es otro y no para de ofrecer conferencias en la Iglesia católica enseñando que la homosexualidad se debe neutralizar de dos formas: mediante la medicina o mediante la ley, con la penalización. Y él está convencido de que penalizar es mucho más eficaz para eliminar de la humanidad esta peligrosa patología. Y esta es la posición de la Iglesia, que, lejos de condenar estas terapias, las aplica. El famoso experto del Vaticano monseñor Tony Anatrella preparó la ley para prohibir a los gays ser curas, firmada en 2005 y confirmada por el papa Francisco en 2016. Ahora Anatrella está acusado por sus pacientes de abusar de ellos sexualmente en las terapias, que constituyen un engaño a las personas y van en contra los Derechos Humanos.
¿Qué se dice en esas terapias?
Es una manipulación espiritual con ayuda de la psicología. Igual que cuando te eliminan del ministerio y te encierran en un convento y te dicen que con la oración debes curar tu perversión, tu patología interior. Y te ayuda de un psicólogo católico, que no tiene ni la más mínima idea de lo que es la homosexualidad, y de los que hay muchísimos en la Iglesia. Crean una realidad que no existe o mantienen una visión de la homosexualidad como la de hace 100 años.
¿Quién se somete a estas terapias?
No tengo el cuadro completo, pero sé que se promueven en la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sé que jamás la Iglesia ha condenado estas terapias y que hay grupos que usan elementos de ellas para los homosexuales. Hay testimonios de los que se llaman exgays que han pasado por este tipo de manipulación que antes daban testimonio de la eficacia de las curas y que ahora descubren el engaño que han sufrido por motivos religiosos. Viven situaciones de depresión, problemas de cómo salir de este engaño que han aceptado por fe para corregir algo que ni puede ni debe ser corregido. La Iglesia engaña promoviendo la cura para alguien que no está enfermo.
Se refería antes al papa Francisco, que confirmó la ley para prohibir a los gays ser curas. ¿No choca eso con la imagen aperturista que se tiene del pontífice?
Esa es una ley de tipo Apartheid, del tipo de las leyes antisemitas de Hitler. Las primeras declaraciones de Francisco estaban totalmente en contra de lo que él mismo decía cuando era arzobispo de Buenos Aires. Sobre todo aquella frase que dijo de: ‘¿Quién soy yo para juzgar a un gay si quiere servir al señor?’ Hoy ha negado todo esto porque ha dicho que ningún homosexual es capaz de servir al Señor. Es una contradicción. Lo que hace el papa Francisco con los homosexuales lo considero una manipulación de la opinión pública. Porque la impresión es que él tiene una actitud diferente con la que encubre una persecución a los homosexuales aún más irracional. De una parte, sale abrazando o hablando con un transexual y, mientras, su oficina en el Vaticano tiene una circular en la que se dice que los transexuales no son capaces de ser católicos. La paranoia antigay se ha desarrollado aún más con Francisco. Cuando, en el futuro, la Iglesia pida perdón a los homosexuales, nadie debería aceptarlo. ¿Cuántos más deberán sufrir por este retraso de la Iglesia? No hay perdón para eso.
Usted ha llegado a decir que hay “obviamente una relación entre celibato y pedofilia”. ¿Por qué lo cree así?
Está estudiada la relación entre la pedofilia y una sexualidad rechazada, vivida como complejo, con negatividad, en ambientes rígidos, puritanos, que te imponen restricciones no racionales. El celibato obligatorio está entre esas formas de vida en las que la sexualidad no tiene un desarrollo sereno y una libre expresión. Lo que está obstinadamente prohibido, sale por otras vías. La pedofilia ha existido siempre, pero fue siempre cubierta por una cultura del silencio que mi Iglesia continúa manteniendo, ayudando así a estigmatizar a las víctimas.