'La Traviata' de Sofia Coppola o 'Lost in correction'
Ni rastro de Sofia Coppola en la esperada Traviata que ha estrenado el Palau de les Arts de Valencia. No compareció la directora neoyorquina en su debut operístico en España, ni se manifestó su espíritu en el montaje que acogió el templo de Calatrava. La expectación en Valencia era máxima, como larga la alfombra roja sobre la que desfilaron la Reina Sofía, Valentino y su inseparable Monica Bellucci ante los flashes de las cámaras y los contorsionados selfies del público asistente, que esperaba encontrar en Violetta Valéry un trasunto de Maria Antonieta o, cuando menos, un retrato iconoclasta de la soledad de una mujer asfixiada por las convenciones sociales de una época.
Nada más lejos de la heterodoxia historicista de la reina de Francia al son de la música de The Strokes, ni más cerca de los rigores de pasarela de alta costura al ritmo de los vestidos de Valentino, que terminó revelándose como el verdadero factótum de este montaje de la Ópera de Roma, donde se estrenó la temporada pasada. Se había comprometido el diseñador italiano a respetar el libreto original, alegando que la cortesana Violetta no podía ir vestida "con impermeables ni trajes ridículos". Pero subestimó la vigencia de la música de Verdi, cuya partitura aspira, precisamente, a salpicar al espectador y enfrentarlo a las más ridículas contradicciones de su tiempo.
Fue preciso, por tanto, traducir al lenguaje valentiniano cada uno de los recursos escénicos de Coppola. Así, por ejemplo, la enorme escalinata de mármol del primer acto no era un guiño nostálgico a la Ópera de Sicilia donde Mary Corleone muere en el desenlace del Padrino III, sino un frívolo pretexto para exhibir el deslumbrante vestido de la protagonista. En un exceso de prudencia y corrección, la directora de Lost in traslation optó por una Traviata tan rutinaria como poco ambiciosa. El mayor mérito de su propuesta no aconteció sobre el escenario, sino en las taquillas del Palau de les Arts, que agotaron las entradas para las siete funciones dos meses antes del estreno.
La Orquesta de la Comunitat Valenciana dejó el listón bien alto y volvió a demostrar que tiene cuerda (y vientos, como el del clarinetista Joan Enric Lluna) para seguir reivindicándose como una de las mejores fábricas de sonido de España tras el padrinazgo de Zubin Mehta y Lorin Maazel de su primera etapa. El maestro valenciano Ramón Tebar ofreció una versión reducida de la partitura, llena de matices y especialmente lúcida en las transiciones orquestales. Su clarividencia en el foso logró compensar el vacío emocional de la escenografía de Nathan Crowley, que no supo captar el popoloso deserto de las relaciones sociales ni resolver dramatúrgicamente los momentos más íntimos del libreto.
La soprano letona Marina Rebeka abundó en la paradoja de una voz portentosa que, por momentos, no fue capaz de transmitir la intensidad de los sentimientos de la protagonista, especialmente en el Amami, Alfredo. Lo que no impidió que fuera agasajada por el público. El tenor mexicano Arturo Chacón-Cruz cumplió, no sin dificultades, en el rol de Alfredo. Mención aparte merece la interpretación de Plácido Domingo, que debutó en 1959 como tenor en el papel de Alfredo y se enfrentó, a sus 76 años y por primera vez en España, a la parte de barítono encarnando al padre del protagonista. Su interpretación de la gran aria del II acto, Di Provenza il mar, il suol, arrancó varios bravos a la grada.