Los asesinatos de Atocha: cinco muertes que iniciaron el camino a la democracia
“En esta casa trabajaron por la libertad y murieron por defenderla el 24 de enero de 1977 Javier Benavides, Serafín Holgado, Ángel Rodríguez, Javier Sauquillo y Enrique Valdevira”. Cualquiera que pase por delante del número 55 de la calle Atocha puede leer estas palabras en la placa que homenajea a los cinco muertos y cuatro heridos a manos de la ultraderecha que hubo hace cuarenta años con el objetivo de paralizar la democracia.
Otra placa, ésta en el Colegio de Abogados de la calle Serrano, fue descubierta ayer para que la tragedia no caiga en el olvido. Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, que fue cofundadora de ese despacho de abogados y que había salido de él unos minutos antes del tiroteo, describió a sus compañeros como personas “entusiasmadas con el trabajo útil que hacían, con su reivindicación de la manera de hacer valer los derechos de los trabajadores”.
El 24 de enero de 1977, hacia las 10.30 de la noche, un comando fascista irrumpió en el despacho de abogados del número 55 de la calle Atocha y acribilló a disparos a los nueve letrados que se encontraban trabajando. Todos ellos pertenecían a Comisiones Obreras, trabajaban por los ciudadanos de Madrid y asesoraban a las asociaciones de vecinos en una época en la que ya se hablaba de una Transición pacífica. Murieron cinco de ellos y cuatro resultaron heridos.
Cristina Almeida se encontraba en Chile el día del asesinato. Eran unos días de tensión por la muerte de dos jóvenes -uno a manos de la triple A y otra por un bote de humo lanzado por la policía- y el secuestro del teniente Villaescusa. Tanto Almeida como sus compañeros sabían lo que se jugaban: “Inconscientemente, llamé para decirles que tuviesen cuidado”. Ella llegó después del funeral pero fue de las primeras en volver a entrar en ese despacho. “Vimos la vida que allí quedaba... la trenca de Javier Sauquillo, los papeles, la ropa... Todo lleno de sangre”, describe.
Ella fue una de las abogadas de la acusación. Los detenidos fueron Francisco Albadalejo, secretario del Sindicato Vertical del Transporte Privado de Madrid y vinculado a FET de las JONS, al que se le consideró autor intelectual; y José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá y Fernando Lerdo de Tejada como autores materiales. “Llevamos el juicio adelante, aunque los supervivientes no creían que fuesen a identificar a los asesinos”, cuenta.
Fue de las primeras en ir a visitar a los abogados que habían sobrevivido al hospital: “Luis Ramos me cogió la mano y me la apretó tan fuerte que me la dejó morada. Se estaba aferrando a la vida”. Dolores Gonzalez Ruiz también sobrevivió. Su marido, Javier Sauquillo, la tapó cuando los asesinos comenzaron a disparar y, aunque tuvo un duro postoperatorio por el disparo que recibió en la cara, consiguió sobrevivir. “Cuando Lola vio que su marido se desangraba, se movió y la dispararon”, cuenta la abogada. “Nada más entrar en la sala de reconocimiento y ver a José Fernández Cerrá, supieron perfectamente que era el que les mandaba poner las manos en alto”, dice Almeida.
EL DOLOR DE LAS FAMILIAS: “NO ENTENDÍA NADA”
El hermano de Paca Sauquillo, Francisco Javier, fue asesinado en ese despacho. Tapó a su mujer para que no la matasen. “A él lo acribillaron”, dice su hermana. “Recuerdo que antes de que pasase todo hablaba con Javier y con Lola de lo que pasaba con la Triple A en Argentina y pensábamos que no podía pasar aquí”, señala.
Ella se enteró de la tragedia al volver de otra asociación de vecinos con la que estaba trabajando. “Viví impotencia, dolor, desgarro... No entendía nada. La mayoría de ellos tenía menos de 30 años y defendían a trabajadores pacíficos”. “Las personas que trabajaban en ese despacho eran encantadoras. Javi lo era”, asegura.
El Gobierno nunca llamó a las familias para decir nada. Pero el Colegio de Abogados “sí que se portó bien”. “Dijeron que esos muertos eran suyos y que el entierro sería allí”, cuenta Sauquillo. El entierro de los abogados de Atocha fue la primera manifestación multitudinaria de la izquierda tras la muerte de Franco. Fueron más de cien mil personas y transcurrió sin incidentes y con un silencio sepulcral por parte de los asistentes. Pasó algo que pocos se imaginaban: las fuerzas de seguridad protegían a miembros del Partido Comunista, aún ilegalizado. “Para los que íbamos en los coches fúnebres y veíamos el dolor de todas esas personas, el entierro fue una muestra impresionante de que la gente había dicho: ’Hasta aquí hemos llegado”.
Manifestación el 26 de enero de 1977 en Madrid contra los asesinatos
EL JUICIO
Almeida ha denunciado en varias ocasiones que en el juicio no se les dejó llegar hasta el final. El juez que lo llevaba era Gómez Chaparro. "Estaba acostumbrado a castigar a políticos, demócratas y comunistas, pero no a los fachas y a la derecha", recuerda. "Nos dimos cuenta de que todo estaba conectado: Fernando Lerdo de Tejada, que esperó a los asesinos a la puerta del despacho, era sobrino de la secretaria de Blas Piñar".
"Cuando empezamos a investigar más allá, no nos dejaron", asevera Almeida. "De hecho, el juez le dio un permiso a Lerdo de Tejada para ir a la boda de su hermano y no volvió. Hoy seguimos sin saber nada de él. Las investigaciones se quedaron en el Sindicato Vertical de transportes", cuenta.
La versión oficial de los asesinos es que iban a buscar a Joaquín Navarro, el Secretario General del Sindicato de Transportes de CCOO en Madrid. Pero la Almeida no lo tiene tan claro: "Esperaron una hora en el piso de arriba y escucharon quién entraba y salía del despacho. Tenían que saber que Navarro no estaba allí". Fueron los mismos asesinos los que contaron en sus declaraciones que oyeron cómo se marchaba gente del despacho. "Fue un juicio en el que bastante era haberlos detenido. Había complicidad con el juez y, además, había un clima muy tenso porque peligraba lo que habían tenido los militares hasta entonces", dice Almeida.
Sauquillo no participó en el juicio. Pero opina lo mismo que su compañera: "Yo creo que era un golpe para intentar que no se avanzase en la democracia. Lo tenían pensado. No creo que fuesen cuatro gatos".
"Los asesinos nunca se arrepintieron", cuenta Almeida, "todos los años celebraban el aniversario del asesinato en la cárcel". "Además, cuando Fernández Cerrá salió de la cárcel llamó a Dolores González Ruiz y le dijo: 'ahora nos veremos en los juzgados', ya que había estado estudiando Derecho en prisión".
SUS MUERTES TRAJERON LA LIBERTAD
Almeida y Sauquillo tienen una cosa clara: las muertes de sus compañeros y hermano trajeron la libertad a España. Sus muertes propiciaron el avance en la legalización del Partido Comunista, que se produjo en abril de ese mismo año. El funeral tan masivo demostró que los demócratas no contestarían con más violencia. Que se había acabado. "Es el único consuelo por haberlos perdido", aseguran. "Los asesinos intentaban frenar la democracia y consiguieron todo lo contrario", opina Sauquillo. La Transición, para Almeida, "no fue ese pacto de caballeros, sino una fuerte lucha de todos los ciudadanos a favor de la democracia".
Este documental filmado por miembros del Colectivo de Cine de Madrid muestra la manifestación en el entierro de los abogados de Atocha.
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