Jose Coronado: "La solidaridad es la mejor forma de dar sentido a la estupidez de la fama"
Después de pasar su infancia en Bélgica, de probar suerte en la universidad y de encontrar el éxito en la interpretación —con papeles que le han puesto en la piel de un periodista, de numerosos policías y hasta del esposo de una tonadillera—, a Jose Coronado (Madrid, 1957) no le da miedo nada. Ni siquiera lanzarse a la comedia o participar en campañas publicitarias.
Con un Goya a mejor actor protagonista por No habrá paz para los malvados y múltiples reconocimientos a sus espaldas, Coronado dice no ser amigo de la fama. De hecho, en palabras del actor, el mejor premio es poder vivir dignamente de su oficio. En su entrevista con El Huffington Post habla de esto, de sus últimos estrenos —un thriller: Contratiempo, una comedia: Es por tu bien y una serie: Haciendo cerveza con Cervezas Ambar—, de igualdad y hasta de política.
¿Qué fue lo que te llevó a dejar dos carreras universitarias (Derecho y Medicina) para pasarte a la interpretación?
En la universidad, me di cuenta de que no quería pasarme toda la vida como abogado detrás de una mesa escuchando historias de gente que no me interesaban y que quería buscar algo acorde con mi forma de ser y mi forma de vida. Yo no tenía ni idea del mundo de la interpretación; creía que era un mundo vedado para hijos de. Además, no tenía la más mínima vocación. Pero después de las carreras monté negocios, un restaurante, una agencia de modelos, y ahí fue cuando se me cruzó todo, cuando una amiga me sugirió: "¿Por qué no, para desestresarte de todo lo del restaurante (de las lechugas, de los clientes…), te metes en algo que te desinhiba?". Y entonces probé en Cristina Rota, y a la semana pensé: "Uauh, esto es una maravilla". La profesión está en lo que puedes enriquecerte, en lo que puede aportar a tu vida y en ese tiempo no estaba tan difícil entrar como está ahora y al mes de decidirlo estaba estrenando en el Teatro Piccolo de Milán una obra de Lorca haciendo un papel de una frase o dos. Y ahí, gracias a Lluís Pasqual, me entró el gusanillo de la interpretación. Y dije: "A por ella voy". De esto han pasado 30 años y aquí sigo.
¿En qué sentido "antes no estaba tan difícil entrar como ahora"?
Porque ahora hay mucha más gente y, sobre todo, mucha más gente preparada. Cuando entré estaba Imanol [Arias], Carmelo Gómez, [Antonio] Resines y tres más. Ahora das una patada y te salen trescientos chavales de 30 años, que además saben hablar perfectamente inglés, son hercúleos y guapísimos. Está mucho más caro el aprobado.
¿Qué queda de ese "niñato gilipollas", como te describías antes?
(Risas) Bueno, yo espero que no quede nada del niñato gilipollas. Sí que me queda el niño, porque un actor tiene que llevar a ese niño hasta la tumba; si no, no es actor. Hay que saber sacar a ese niño según el personaje que toque construir. Pero todo el mundo evoluciona y yo espero que haya sido para bien. Ya no recuerdo nada del niñato gilipollas, pero lo fui, como todos.
Tú alabas mucho la escuela de la vida, ¿qué has aprendido ahí?
Todo. Porque un hombre, un actor, tiene que beber de la fuente de la vida. Está muy bien que te prepares, que hagas cursos y que conozcas quién es Stanislavski y el método y todo lo que quieras. Pero al final, creo que es la escuela de la vida la que más me ha enseñado y la que más te aporta. Además, antes eran las únicas armas que yo tenía: no tenía los cursos y talleres que otros actores llevaban, pero sí llevaba mucha vida a las espaldas, me había pasado de los 20 a los 30 viviendo la vida… La década de los 80 y los 90 fue maravillosa, con la Movida y todo eso. Pude aprender bastante del ser humano y de las relaciones entre ellos.
Acabas de estrenar la película Contratiempo, dentro de un mes llegará a los cines Es por tu bien y además apareces en la serie Haciendo cerveza que se presentará a mediados de enero. ¿Puedes contarnos algo más de este último proyecto? ¿Tienes alguno más entre manos?
Desde hace varios años me he dado cuenta de que los formatos de televisión o prensa ya no son los únicos canales para llegar al espectador y de que internet y las redes sociales son muy importantes, y la propuesta de Ambar me pareció muy simpática. Conocí bien quiénes son: gente que trabaja con una modernidad y una profesionalidad impresionantes, pero que no por ello dejan de cuidar la artesanía de su producto. Además soy cervecero y tuve la oportunidad de probar las diferentes variedades de cerveza y creo que pueden pasearlas por todo el mundo, porque tienen todas las visas para triunfar.
'Hay muchos Joses en el mundo' es el cortometraje en el que participa Jose Coronado dentro de la campaña de Cervezas Ambar 'Haciendo cerveza'. La serie, la primera hecha en España sobre el oficio cervecero, está basada en hechos y personajes reales.
Es curioso que empezaras tu carrera profesional haciendo un anuncio de whisky y ahora te hayas pasado a la cerveza…
¡Es verdad, Doble V! Sí, sí, sí. Y yo no quería, fue el enganche: un whisky con dos suecas en Menorca. Pero la verdad es que me daba mucha vergüenza.
Las series viven su momento álgido. Después de Hermanos de leche y Periodistas ¿le has vuelto a coger el gusto a la pequeña pantalla con El príncipe y Haciendo cerveza?
Le cogí el gusto a las series desde el primer momento. Me hacía gracia cuando otros actores me decían: "Por dios, un actor que haga teatro no puede hacer televisión, que es un medio menor". ¿Cómo puede ser menor un medio que llega a cuatro o cinco millones de personas cada semana? Yo nunca le hice ascos a la televisión, y además es un formato en el que me gusta mucho trabajar. Te exige mucha capacidad de resolución, hay que hacerlo todo muy rápido y siempre me ha gustado esto.
También te hemos visto tanto en thrillers como en comedia. ¿En qué género te sientes más cómodo actuando?
Me siento muy a gusto con una pistola en la mano; es mi hábitat (risas). Por trabajo, me he visto manejando muchas pistolas en thrillers y la comedia es un género muy muy difícil. Lo tenía apartado hasta que me llegara el momento y me ha tocado con esta película, que es muy divertida y en la que además están Javier Cámara y Roberto Álamo, que son dos enormes profesionales. La verdad es que me he sentido muy arropado y me han ayudado mucho. He visto la película y creo que no desentono demasiado, así que el reto está superado.
¿Y te identificas más con tus papeles de galán o con los de poli malo?
Me identifico con el último papel que tenga entre manos. He aprendido que a mí lo que me gusta de la profesión es el oficio. Que unas veces viene de un color y otras veces, de otro. Entonces tengo la capacidad de ilusionarme, de enamorarme y de sentirme a gusto con lo que tengo entre manos. Pero sí que me encuentro más a gusto en los thrillers, simplemente porque es lo que más he hecho. He estado mucho tiempo con el gremio, con la poli, en interrogatorios, en redadas y los conozco muy muy muy bien. En la comedia es más difícil tener referentes; hay que tener la capacidad del tempo de la comedia, de saber jugar a él, pero es algo que no se aprende, tienes que sacarlo de ti mismo.
Dices que trabajáis con la Policía para preparar el papel.
Sí, sí. Yo me acuerdo de que en Brigada Central (1989-90), la primera serie que hice, tuvimos que firmar un documento en el que asumíamos nuestra responsabilidad de meternos en esas redadas, esos interrogatorios…
¿No estás harto de llevarte siempre la etiqueta de "don Juan"?
Yo no estoy harto de nada. Mientras pueda vivir dignamente de mi trabajo, que me llamen lo que quieran. No me importa lo de galán; de hecho, cuando me lo dijeron por primera vez, tuve que ir a buscar la palabra al diccionario. Y entonces me enteré de que era un hombre de buen aspecto, de buenas maneras, educado, con capacidad de seducción. Y pensé: "¡Pues qué bien!". Lo que no quería era quedarme encasillado en un solo registro. Por lo tanto, cuando vino Enrique Urbizu (La caja 507, No habrá paz para los malvados) a darme el relevo para pasar de galán a tipo duro del cine español, se lo agradecí muchísimo. Pero tampoco pretendo quedarme de tipo duro, pretendo hacer otras cosas. Lo que hago es adaptarme a la realidad. Porque nuestra profesión ya bastante voluble e inestable es. Por lo tanto, lo que hay que aprender es a amar el oficio y a trabajar en lo que te toque y no estar siempre soñando con: "Yo quiero hacer el personaje de tal en teatro"... Entonces, va a ser difícil que vivas de este oficio.
¿Cuál es el trabajo que más te ha marcado?
Una obra de teatro que se llamaba Algo en común, de Harvey Fierstein, que trataba de un homosexual que perdía a su marido por sida en los años 90, una época en la que a nadie le gustaba oír hablar de eso. Nos atrevimos a meternos con ello y me dio muchas satisfacciones porque ahí me di cuenta de que me importaban mucho más los silencios que los aplausos, me importaba cómo llegaba yo al espectador. Descubrí que al mismo tiempo que entretenía, podía hacer reflexionar sobre el tema. Y eso me lo constató esta obra. Mucha gente vino con lágrimas en los ojos dándome las gracias. Y dije: "¡Coño, algo he aportado, algo he hecho!". Además coincidió que ya llevaba ocho o diez años de carrera y fue con esa obra con la que empecé a sentirme actor. Hasta entonces, es como si estuviera haciendo la universidad. Hay mucha gente que piensa que en la interpretación sólo hay que llegar a la marca y mentir. No es verdad. Hay que pasar por la universidad como en cualquier otra carrera. Necesitas unos años de aprendizaje.
Hace poco, para felicitar el año nuevo, tuiteaste dos citas de Albert Einstein y de Malcolm X sobre la paz. ¿Qué otros referentes tienes?
Desde Gandhi al mismo Obama, que es un tipo al que adoro y que es una bendición, sobre todo en contraposición con la realidad que tenemos ahora del demente este. Obama me parece un buen referente del siglo XXI.
¿Es la fama lo peor de tu profesión?
Es lo más peligroso, lo más molesto, lo menos tangible, lo que más te puede cambiar, sobre todo para mal. Es algo que siempre me ocupó y me preocupó cuando la fama llegó a mi vida y cuando vi cómo jugaba con ella. Entonces me resistí a que me siguiera solamente para llevarme a photocalls y a fiestas, que es lo que peor llevo de esta profesión. Y, sin embargo, sí que vi que a través de la fama surgía un buen canal para aportar algo a la sociedad, sobre todo a través de la solidaridad. Entonces, ya que sólo por ser famoso te escuchan, he intentado aprovecharla para algo más que para hacer crecer a la industria. Así que, desde hace unos años colaboro con mi hijo con Ayuda en Acción para darle algo de sentido a esta estupidez que es la fama.
Precisamente, dicen que fue tu hijo Nicolás quien te animó a entrar en la ONG Ayuda en Acción. ¿Ocurrió así realmente?
Así es. Él siempre ha sido muy consciente, muy involucrado y muy inquieto desde niño. Fue él quien se hizo un viaje por Ecuador y Perú y volvió fascinado. Y yo, que llevaba un tiempo dándole vueltas a este tema, dije: "Tengo que pringarme más". Fue cuando me metí a morir con ellos, he hecho varios viajes y espero que queden muchos más.
Hablando de viajes, ¿fue tu experiencia en Planeta Calleja tan dura como pareció?
Sí, sí, fue muy duro. Cuando ves luego las imágenes, dices: "¡Bah!". Pero cuando te ves a 4000 metros de altura allí en el Himalaya, que a esa altura es el triple de esfuerzo, y haciendo marchas diarias de 12 o 13 kilómetros entre riscos y pendientes, pues sí, fue duro. Aparte, dormíamos en establos, en el suelo, cocinábamos lo que nos daban los pocos lugareños que había… Fue duro en todos los sentidos, pero a toro pasado, fue una experiencia maravillosa y única. Fue un privilegio estar allí, en el techo del mundo, y encima compartirlo con tu hijo. Estuvimos 15 días juntos hombro con hombro. Reforzó mucho más nuestra relación.
Goya a mejor actor en 2011 por No habrá paz para los malvados, Hombre del año por la revista GQ en 2014, y ahora Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Echando la vista atrás, ¿alguna vez te habías imaginado tantos y tan variados reconocimientos?
No, no. No vivo para los reconocimientos ni vivo para los premios. Los recibo muy feliz y muy agradecido, pero lo que digo siempre es que el mejor premio, el único, es poder tener un trabajo continuado que te permita vivir dignamente. Ese es el premio; todo lo demás son alharacas y guiños que te coronan la tarta. Pero bueno, sobre todo es maravilloso para la gente que te quiere, para tu familia, que les gusta que te reconozcan el trabajo bien hecho.
En alguna ocasión dijiste que no te arrepientes de nada en tu vida. ¿Ni siquiera de ir a Tokio a pedir perdón a tu novia, como contaste en Viajando con Chester?
Pues no, de eso no me arrepiento. Pero sí que me arrepiento de otras cosas que he hecho y que ahora las haría diferente. Eso de "no me arrepiento de nada" son comentarios que se hacen de joven. Pero luego vas cambiando y vas evolucionando. Me hace mucha gracia cuando hay gente que me dice: "Eh, que tú dijiste que a ti te gustaba el blanco". Pero claro, han pasado los años y ahora me gusta el amarillo. Tengo que evolucionar. Sería triste que estuviera pensando igual con casi 60 que con 30.
Te declaras luchador por la igualdad entre sexos. ¿Cómo lo haces en la educación de tus hijos?
Lo hago muy bien (risas). Lo hago muy bien en ese sentido, pero no en otros, porque luego no tengo ninguna autoridad ni capacidad de mando. No sé mandar, no sé dar órdenes, pero sí que me lo propuse cuando tuve a mi hijo primero y luego a mi hija. Creo que es fundamental; si no nos consideramos iguales, estamos locos. Cuando tuve una niña intenté darle las mismas pautas de libertad y la misma confianza que a mi hijo. Y valorarlo igual. Aunque es difícil. Porque si con 14 años viene tu hijo y te dice que tiene tres novias, piensas: "Ese es mi hijo". Y, en cambio, si te viene tu hija contándote eso, no es lo mismo. Sin embargo, he hecho el ejercicio de que la procesión va por dentro, y tendré que sonreír igual que le sonreí a él. Tengo el referente de cómo traté a mi hijo. No sé si será mejor o peor, pero intento hacerlo igual con la niña.
Esa habitación que tienes en casa con una gran pantalla, ¿qué te aporta, en qué momentos acudes a ella?
Es mi vía de escape, mi paraíso. Es donde yo me encierro, donde disfruto de que me cuenten historias, que es lo que más me gusta en la vida, donde aprendo de mi profesión y donde recargo pilas para poder seguir trabajando.
Hace más de un año, también en Viajando con Chester, decías que te alegrabas de la irrupción de los nuevos partidos como Podemos y Ciudadanos. ¿Qué piensas ahora de ellos?
Que donde dije digo, digo Diego. Que no. Yo pensaba que sí, porque confiaba más en la clase política, confiaba más en que podían llegar a entenderse entre pactos y poner uno aquí y uno allá, pero eso parece que es imposible y ellos mismos se están retratando y es por su culpa; no es por culpa de la sociedad, que ha estado al pie del cañón y se ha comportado de una forma espectacular. Pero ellos no han sabido hacerlo. Parece que ahora no les ha quedado más remedio y están ahí, pero casi por imposición legal, no por voluntad propia. Estoy bastante desilusionado con la clase política en los últimos años.
¿Quién miente más y mejor: los políticos o los actores?
Los actores, claro. Nosotros vivimos de eso, trabajamos muchas muchas horas para conseguir que una mentira parezca verdad. Ellos en cinco minutos te intentan mentir descaradamente por el morro, cuando luego encima se descubren sus mentiras. Son unos mentirosos a quien se les pilla rápido. Son muy malos mintiendo.