Referéndum en Colombia: tres visiones sobre la búsqueda de la paz
Este domingo Colombia está a un paso de hacer realidad uno de sus sueños más ansiados: la paz. Con el acuerdo firmado el pasado domingo en Cartagena de Indias se puso fin a más de 50 años de guerra —que ha dejado 250.000 muertos— y se mostró al mundo cómo el país quiere dar carpetazo al capítulo más sangriento de su historia. Ahora son los colombianos los que tienen la última palabra. Lo harán con sus votos en el referéndum al que están convocados 33 millones de ciudadanos. El acuerdo será ratificado si el 13% de la población opta por el 'sí'.
De acuerdo con los sondeos, el 53% de los colombianos participará en el referéndum, de los cuales un 72% lo hará a favor del 'sí', frente a un 28% que se decantará por el 'no'. Hasta el último momento la campaña de los dos bandos ha continuado, siendo los expresidentes colombianos, Álvaro Uribe y Andrés Pastrana, los que lideran la campaña por el 'no'. Desde la perspectiva de ambos, el acuerdo da impunidad a las FARC y condiciona el futuro desarrollo de Colombia.
Para el actual mandatario del país, Juan Manuel Santos, el 'no' sería "catastrófico" y se volvería al conflicto armado. En la misma línea que Santos se han manifestado las FARC. Para que esto no suceda y venza el 'sí' en las urnas cruzan los dedos ambos responsables de sellar el acuerdo, Naciones Unidas, el resto de ONG y el mundo entero que mira a Colombia con una cierta esperanza de cómo se pueden terminar conflictos que parecían imposibles. Ahora es el turno para que la sociedad, testigo y víctima del conflicto, hable. Estos son tres testimonios que reflejan tres realidades del país.
El mismo día en el que las FARC asesinaron a su hermano, Luz Alba (Anserma, 1964) decidió que abandonaría Colombia. El dolor que sentía, el mismo que había padecido años atrás cuando asesinaron a otro de sus hermanos y a su madre, no fue lo único que le llevó a poner tierra de por medio. Aquel 22 de mayo de 1999 su hijo, que por entonces tenía siete años, la vio llorando en la cocina de su casa. "¿Por qué lloras, mamá?, le preguntó. Ella, sin matices, le contó la realidad: “Porque las FARC han matado a tu tío". "No llores por eso mamá, es normal. Las FARC matan todos los días". Se quedó atónita.
"Fui consciente de que si mi hijo lo veía como algo normal, algún día se sumaría a sus filas y lucharía con ellos, cosa que simplemente me aterrorizaba. Decidí que teníamos que marcharnos, que quería vivir en paz, y nos vinimos a España", explica Luz a El Huffington Post, llorando.
Todo un océano de distancia no impidió que la pesadilla para esta familia cesara. Hace sólo dos años las FARC mataron a otro de sus hermanos, lo que inevitablemente ha condicionado sus sensaciones ahora que parece que la paz es, por fin, una realidad. "Me gustaría creérmelo, me hubiera gustado pensar en el momento en el que se anunció el acuerdo que era de verdad, pero todavía no soy capaz", asegura.
Para que funcione, para que dentro de 10 años pueda decir que su país vive lejos de aquella pesadilla, Luz defiende que tiene que acabar "corrupción en los altos cargos", cosa que ahora cree que no sucede. Eso es, a su juicio, lo que ha impedido que no se haya visto hasta este momento un acuerdo entre las partes implicadas. Y eso es lo que precisamente le impide saber qué votará en el referéndum del 2 de octubre. No sabe si se verá con fuerzas de votar el día 2, pero deja claro que está a favor de la paz, del acuerdo. Quiere volver a Colombia, pero sin miedo. Eso sí, todavía está "muy enfadada" con la política de su país. Creció bajo el miedo y es incapaz de confiar aún.
En el año 1984 en Barranquilla, Colombia, un joven universitario de Leyes y Sociología, cansado del movimiento estudiantil y de las juventudes comunistas, decidió cambiar su vida y unirse a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que ya llevaban dos décadas de lucha armada. El mundo estaba en plena Guerra Fría y Yezi Arteta explica a El Huffington Post que en su decisión influyó su "desazón frente al movimiento estudiantil".
Su evolución en la guerrilla fue rápida: ascendió hasta comandante del Frente 29 de las FARC, que formaba parte del Bloque Occidental, y que contaba con unos mil combatientes bajo el mando de Jorge Torres Victoria alias Pablo Catatumbo. Sin embargo, en julio de 1996 todo cambió. Durante un combate con el Ejército fue herido en la zona de Remolinos de Caguán, capturado y encarcelado durante 10 años. "Creo en el destino plenamente y cuando estaba en las FARC no se me pasaba por la cabeza que pudiera renunciar. En mi cabeza sólo cabían dos escenarios: o moría o el proceso terminaba en la negociación. Jamás pensé que pudiera caer preso, cosa que me salvó de morir en la selva", explica Arteta.
Cuando salió en libertad la decisión ya estaba tomada: iba a dejar las armas y a marcharse del país, ya que consideraba que su vida corría peligro "por los grupos paramilitares". "Renuncié a la lucha armada porque creía que el proceso estaba estancado y vi que en América Latina se estaban dando cambios ideológicamente afines a lo que yo pensaba. Creía que se podía actuar a través de lo social", recuerda.
Viajó hasta Barcelona, donde vive y trabaja como investigador de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona. Desde allí vivió el anuncio del acuerdo y compartió con amigos el momento de la firma. "La paz era uno de mis objetivos cuando estaba en la cárcel. Fue un momento personalmente muy emotivo. Ver cómo Timochenko, Timo, como le llamábamos, que es de mi edad, de mi generación, con el que coincidí en la guerrilla anunciaba el acuerdo, me produjo mucha emoción".
De la intervención de Timochenko, Arteta pone especial interés en el momento en el que pidió perdón a las víctimas: "Lo que hizo fue sentar las bases de la conversión a lo social, lanzar señales de hacia dónde van. Estaba preocupado porque no mencionaban a las víctimas, pero era algo calculado, estaba preparado mencionarlas al final. Esto demuestra hasta qué punto han cambiado las FARC, que están irreconocibles". En este sentido, apunta cómo la guerrilla no concebían que el concepto de víctima fuera aplicable a alguien que no fueran ellos: "Bombardearon a los campesinos, lo que dio lugar a la guerrilla". Pero ahora todo eso ha cambiado. Arteta reconoce que por su parte también hubo "ataques descontrolados" y "prácticas" que, asegura, él discutió internamente, mostrando su oposición: "Los secuestros son una de las cosas que más han perjudicado a las FARC, ya ni se hacían por tema políticos, sino económicos".
Ahora Arteta mira atento al referéndum. Está convencido de que saldrá el ‘sí’ al acuerdo. Debido a su condena, él no puede votar, pero entre sus próximos objetivos está el de volver a Colombia, donde pretende ayudar en la nueva etapa en la que entra el país.
Cuando Erika Antequera (Barranquilla, 1978) era joven quería lo que muchos a su edad: coger la mochila y viajar por toda Colombia. Pero era consciente de que no era posible. Lo sabía por la peor causa de todas: su padre, dirigente del partido de izquierdas Unión Patriótica —nacido en 1985 de un proceso de paz de las FARC con el entonces presidente Belisario Betancur—, fue asesinado en el aeropuerto de Bogotá en 1988. Ella sólo tenía 10 años.
Antes de la muerte de su padre, Erika recuerda cómo la vida de su familia no era fácil. "Llevaba escolta, aquellos años eran horribles. Veía a amigos de mis padres que un día estaban comiendo en casa y al día siguiente estaban muertos", evoca a El Huffington Post.
Pese a tanto terror, Erika decidió seguir en Colombia y comenzó periodismo. A los 23 años decidió irse a España para completar el último curso de la carrera. Aquí sigue desde entonces, porque, asegura, "le han tratado muy bien". "Se me quitaron las ganas de volver", afirma contundente. Por eso dice, con la misma sangre fría con la que narra uno de los capítulos más duros de su vida, que se sintió "feliz" cuando supo que se había alcanzado el acuerdo de paz.
"Siempre me ha parecido algo positivo, al fin y al cabo la paz era el sueño de mi padre. Eso sí, lo importante no es la firma del acuerdo, sino lo que viene después. En Colombia las raíces del conflicto están en la corrupción, en la impunidad… Y con todo eso es lo que hay que acabar, porque es lo que ha impedido que haya paz", sentencia. Para que el acuerdo funcione y Colombia viva en paz, Erika aboga por "resolver cuestiones estructurales básicas". "Hay que depurar a las fuerzas armadas, garantizar derechos básicos como es el de la vida, reeducar a nuestros niños o, en definitiva, lograr una política real, no corrupta".
Como firme defensora de la paz, y creyente de que un futuro mejor sí es posible para su país, Erika irá a votar el 2 de octubre. "Sin dudarlo, votaré por el ‘sí’".