20 cosas que tienes que saber después de haber expulsado a un bebé de tu interior
1. Los dolores posparto. Dolor. Después del parto. ¿Quién lo sabía? Cuando Dios diseñó a la mujer para que diera a luz, nos hizo la puñeta pero bien...
2. El primer pis. Llévate una jarra y échate agua con ella en tus partes como si estuvieras intentando imitar a una estrella porno. Ayuda.
3. La primera caca. Que no cunda el pánico. No vas a tener otro bebé, solo lo parece. Recuerda el tamaño de la última cosa que expulsaste y la perspectiva de hacer caca no te intimidará tanto. No se te está cayendo el culo. O puede que sí, si tienes almorranas. Cosa que es bastante probable…
4. Tu hijo tiene un aspecto raro. Pero que muy raro. Te dirán "qué mono" o "qué niño tan guapo" y aceptarás las opiniones de los demás, pero a ti te seguirá pareciendo un abuelo amoratado y sin pelo con sangre seca, piel pegada y una cara llena de arrugas.
5. Sus partes íntimas son ridículas. Te preocuparán las consecuencias que podría tener en su vida si se le quedaran así. Los niños tienen los testículos como pelotas de golf y el pene muy pequeño en proporción. Aparentemente, la hinchazón no tarda en disminuir. Y si no baja, es de esperar que el mote de tu hijo en el colegio vaya a tener algo que ver con pelotas.
6. Su primera caca en realidad no es caca. Es alquitrán. Las matronas se meten en tu habitación por la noche, llenan el pañal de tu hijo de melaza y te ponen a prueba para ver si sabes deshacerte de él o para ver si decides echarle un vistazo y buscar en Google "¿por qué los pañales vienen rellenos de alquitrán?".
7. La primera ducha será como una escena de Carrie. Es normal. Puede que pienses que nunca volverás a encontrarte bien y que seguirás andando como John Wayne para siempre, y puede que así sea, pero te sentirás mucho mejor gracias a la ducha.
8. A las matronas les encantan los bebés. Entrarán a tu habitación y cogerán al tuyo sin previo aviso. Le estrujarán los testículos, le darán masajes en la tripa para que hagan caca y le manosearán tanto la cara que llegarás a pensar que cuando te devuelvan al bebé la tendrá como si se hubiera puesto bótox.
9. Tu hijo te odia. Eso no es llorar. Es comunicarse con su maestro —el diablo— para comentarle cómo va su plan de destruirte. Ahora en serio, en realidad no te odia. Puede que te parezca que nunca llora cuando le cogen en brazos los demás o que disfruta no dejándote pegar ojo en toda la noche, pero lo que pasa en realidad es que es tan dependiente de ti que hasta da vergüenza. Los bebés humanos dan vergüenza.
10. La idea de que una personita diminuta te chupe los pezones se convierte en una realidad. Ahora te sientes como una madre de verdad. Y como una vaca.
11. Hay gente en el hospital que tiene la capacidad de oler tu vulnerabilidad. Gente que le hace fotos a tu bebé cuando más mono está y que luego intenta cobrarte un millón de libras por ellas. Te enseñarán 50 fotos iguales de tu hijo en la misma postura y te pedirán que elijas tus favoritas. Y, si tu pareja es como la mía, puede que hayas tenido que rehipotecar la casa para cuando haya acabado.
12. La comida en el hospital es tan mala que la gente prefiere soportar dolores en casa antes que comer melocotón y papillas. Esas papillas son pis calentito con un toque de leche materna y los melocotones que te ponen son partes del cuerpo que han dejado sumergidas en azúcar durante la noche anterior. Y las natillas de chocolate ni las pruebes. Ni las toques.
13. Se tira pedos. Eructa. Tiene hipo. Hace ruidos raros cuando duerme y te hace pensar que cuando te despiertes te vas a encontrar a Chucky riéndose mientras la cabeza le da vueltas. Esperarás que la gente sepa que es el bebé el que hace esos ruidos y no tú. Aunque no te darías cuenta si fueras tú la de los pedos: el control del esfínter es algo que escasea en este momento.
14. Todo el que te conozca querrá ir al hospital a verte. A la gente le encanta visitar hospitales. Se sienten VIP cuando entran en el ala de maternidad. Y tú sí que eres VIP —very in-pain person, o sea, una persona muy dolorida— y tienes pinta de estar al borde de la muerte y te sientes como si estuvieras al borde de la muerte. Aún estás tan colocada con los fármacos que te dan que entablar una conversación con adultos es como intentar tamizar harina con una red de pescar. No hay filtro suficiente y nada detiene al torrente de mierda que sale…
15. Ahora tienes la tripa como un globo que se va desinflando poco a poco y que da bastante penita. Si haces presión en la zona, te darás cuenta de que sería una cama elástica perfecta para Stuart Little. Y si te la cortaras, el personal de cocina del hospital la utilizaría para servirla como gelatina de nectarina.
16. Todo el mundo quiere que empieces a tomar anticonceptivos a la de ya. Un sinfín de matronas vendrán a hablarte de lo fértil que eres y de lo probable que es que te vuelvas a quedar embarazada. Sin embargo, parece que se olvidan de algo crucial: no volverás a practicar sexo jamás. No quieres volver a ver un pene en tu vida. Y si alguno se te acerca, lo más probable es que lo acabes destruyendo por el bien de las mujeres del mundo. Fin.
17. Todo tu cuerpo está enfadado. El cerebro, los ojos, la tripa, la vejiga, el culo. Pero la vagina no está enfadada. Está en p&%@ carne viva. Habrá que darle un momento para que se calme, pero, ahora mismo, ella y tú no sois amigas precisamente…
18. La gente te pregunta si ya tienes leche, y, en cierto modo, esperas que entre por la puerta alguien disfrazado de vaca, como si acabara de salir de un anuncio de una marca de leche, se quede contigo para siempre y te dé leche cada vez que tu hijo la necesite. Pero las cosas no son así. Lo que pasa de verdad es que a los tres días de dar a luz a tus tetas se les olvida que son tetas y empiezan a creer que son aspersores. No sé de qué jardín serán estos aspersores, pero, al ritmo que llevan, deben de ser, por lo menos, del de la reina de Inglaterra.
19. En el hospital, todos quieren que te vayas a casa lo antes posible. Estás ocupando un valioso espacio y una cama y, ahora que ya has traído al mundo a ese diminuto y apestoso humano y que se han asegurado de que no es un cuadro de Picasso viviente, ya te puedes ir. Pero no lo hagas. No te vayas hasta que no estés lista. Que te den toda la ayuda y todos los consejos que sea posible antes de volver a casa. Porque, una vez en casa, tu hijo esperará que sepas lo que haces y tú desearás haberte quedado más en el hospital. Ojalá hubieras retrasado esa sensación de fracaso al intentar meter al bebé en el coche…
20. Deja de preocuparte. No eres una supermujer. Nada es normal, nada es perfecto. Para tu hijo, eres normal. Para tu hijo, eres perfecta. Nadie te está juzgando. Tu hijo depende de ti y ser responsable de otro ser humano no es precisamente pan comido. Es más bien "oh, Dios mío, no puedo con esto". Pero puedes. Y cada día será más fácil. Respira, mamá.
Has madurado y expulsado a un ser humano de tu interior. No hay nada de lo que no seas capaz.
Excepto dormir.
Eso ya no lo puedes hacer.