Tras los pasos del Quijote: cómo emular al caballero andante cambió la vida de este joven
"Aunque suene repipi o manido, recorrer los caminos de El Quijote me cambió la vida, sin duda". Quien esto afirma es José Ramón Gándara, un joven castellonense que no dudó en ponerse en ruta por las infinitas llanuras manchegas, a lomos de su bici, con la famosa novela de Cervantes como pieza fundamental de su equipaje y vestido al modo del caballero de la triste figura.
Hace solo unos días que acaba de volver, pero no es la primera vez que recorre los escenarios de la universal novela. Ya lo hizo el año pasado, durante seis días, y estaba seguro de que volvería porque no había completado el proyecto, su proyecto.
¿Y por qué? ¿Cuál es el motivo de esta aventura? "Estaba hastiado del modo de vida que llevaba y del trabajo que tenía. Me había presentado a varias convocatorias de oposiciones a la policía y hacía unos meses que ejercía de agente de seguridad en un psiquiátrico y, aunque el sueldo me venía fenomenal, era un trabajo duro… Cuando cubría turnos de noche me dedicaba a releer El Quijote, mi libro preferido. Mientras lo leía, me acordaba de los lugares que había descubierto hace unos años, cuando hice por primera vez la ruta. Recordaba, especialmente, la sensación de paz y felicidad que tenía cuando estaba sentado ante los molinos de Campo de Criptana, leyendo ese capítulo del libro. Y ahí empezó todo. ¿Y si la hago otra vez? ¿Y si en vez de ir con mallas y casco, voy con yelmo, espada y armadura?".
José estuvo semanas preparando su nuevo "equipo", con el que poner rumbo a esas tierras en las que el hidalgo vivió inolvidables historias. Con una bandeja de camarero se fabricó su escudo; con una ensaladera y una fuente, el yelmo; compró a través de internet unas alforjas de esparto… "Yo, que nunca había cogido una herramienta, me fui a un centro comercial a comprar una radial para hacerme la armadura… ¡No sabía manejarla, pero todo me quedó genial!", cuenta el protagonista. Algo que se puede comprobar en su blog, donde explica cómo fabricó cada pieza.
"Si mi contrato de trabajo en el hospital terminaba el 15 de julio, el 20 inicié el viaje", dice entusiasmado. Comenzó en Almagro y fueron seis jornadas de ruta en las que recorrió 250 kilómetros bajo el caluroso sol manchego de verano. "La soledad y el intenso calor fueron los gigantes contra los que tuve que luchar", asegura José, que se emociona recordando la sed, el cansancio… "Lo mejor de esta aventura ha sido la gente. Porque recuerdo que cuando ya tenía todo preparado y me probé la armadura fue cuando pensé: ¡Eh, que tengo que caminar de esta guisa por los pueblos! Porque montado en la bici no llevaba la armadura y en cuanto me bajaba, me la ponía. ¡Pero fue tan divertido y la gente tan amable! Había veces que tardaba minutos y minutos en poder salir del hotel porque me rodeaban y querían saberlo todo. Me gustaba hablar con ellos y en cuanto veía en un banco a un grupo de señores, allá que me iba a charlar un rato".
Nuestro particular Quijote tiene miles de anécdotas que contar. "En Puerto Lápice, al protagonista de la novela le nombran caballero en una venta. Así que cuando llegué al pueblo, busqué la famosa venta, una de las paradas obligadas de los turistas. Me dijeron que estaba junto a la iglesia, en la plaza. Y allí me fui yo. Cuando llegué a esa miniplaza me encontré con 80 o 90 personas pendientes de que bajasen un ataúd de un coche. ¡Me quise morir cuando cientos de ojos repararon en mi presencia! Me marché y pasé delante de un bonito patio manchego, convertido en tienda de recuerdos. Entré y le pedí al dueño permiso para hacerme una foto junto al pozo. Muy amable, me dijo que sin problema… ¡Al final hasta accedió a nombrarme caballero!"
El recuerdo más importante que se ha traído de estos viajes ha sido, sin lugar a dudas, las fotos: "Tiré más de 800 fotos pero hay una selección de 20 que son las joyas". Muchas de ellas se pueden ver en sus cuentas de Facebook e Instagram, donde José ha ido detallando algunos episodios de la ruta. "Cuando llegué del primer viaje le enseñé las fotos a un amigo fotógrafo. Él me dijo que eran buenas, que era un gran material y que por qué no me dedicaba a ello. Y esta es una de las razones por las que esta aventura dio un giro inesperado a mi vida. En ese momento me dije: ¡a tomar por culo! Dejé atrás el mundo de las oposiciones y la seguridad y me matriculé en la Escuela de Artes. Desde entonces estoy viviendo una segunda juventud. He cambiado un ambiente tóxico por una vida que me encanta y estoy feliz".