¿Sería conveniente una 'israelización' de Europa?
"Si Bélgica sigue comiendo chocolate y disfrutando de la buena vida con su liberalismo y su democracia, y no entiende que algunos musulmanes están planificando actos de terror, nunca será capaz de luchar contra ellos". La frase la ha pronunciado el ministro israelí de Transportes, Israel Katz, del conservador partido Likud del primer ministro Benjamín Netanyahu. La débil Europa necesita espabilo para luchar contra el yihadismo, viene a decir, con desdén.
Que ha habido errores, y de bulto, especialmente en los servicios de inteligencia belgas, es innegable. Hasta el Gobierno de Bruselas ha hablado de "negligencia". Y es una verdad insoslayable que, como escribe The Economist, los europeos tendrán que encajar sin ceguera que sus ciudades están ahora en la diana terrorista -que no es lo mismo que ceder y vivir aterrorizados-.
En estos días de desconcierto, en los que se busca a la desesperada un imposible escudo mágico que impida nuevos atentados, se empieza a imponer una corriente dura de pensamiento: la de quien aboga precisamente por la israelización de la vieja Europa, quien defiende que sólo con el blindaje y el extremo celo se pueden prevenir más masacres, quien cree que Katz no está falto de razón y sobra buenismo.
Pero, ¿es eso lo que necesitan los países europeos? ¿Es tan eficiente realmente el modelo israelí como para copiarlo? ¿Es aplicable a este lado del Mediterráneo? ¿Y es garantista con los derechos esenciales de los ciudadanos?
El primer modelo de seguridad que desde Israel se empeñan en exportar -y que no pocos gobiernos están empezando a estudiar en serio- es el del Aeropuerto Internacional Ben Gurión de Tel Aviv. Sus gestores sostienen que son numerosas las consultas que están recibiendo de países y compañías aéreas para adaptar el sistema a Europa, especialmente desde los atentados de París del pasado noviembre. En su caso no es un blindaje nuevo, sino en evolución y recrudecimiento desde los secuestros de aviones de los años 70.
El dispositivo cuenta con 11 puntos diferentes de seguridad y el control efectivo sobre los pasajeros comienza unos tres kilómetros antes del propio complejo de salidas, llegadas y pistas. Todo, dispuesto en anillos de seguridad que se van superando. En el primer punto de control, nada más tomar el desvío al aeropuerto, ya hay unas garitas en las que personal armado preguntan quién va y a qué se va; se pide la documentación y, dependiendo de la sospecha o del nivel de alerta, los coches, taxis y hasta minibúses son apartados e inspeccionados por agentes y perros. Superado este control, se conduce hasta las distintas terminales y aparcamientos. Todo ese trayecto está vigilado con cámaras y se escanean las matrículas de los vehículos.
Aviones de la compañía israelí El Al en la pista del Ben Gurión.
Tanto en la terminal de salidas como en la de llegadas hay controles aleatorios bastantes metros antes de acceder al edificio principal. Agentes que examinan a los viajeros y acompañantes y que piden que se muestre la documentación y el equipaje si es necesario. Una vez dentro, la vigilancia es importante en la zona de llegadas y se dispara en las salidas, ante el temor de que se suba a un avión alguien que suponga un riesgo. Ahí comienza un proceso que, pese a la defensa encendida que hace de él Israel, no deja de recibir quejas por la discrecionalidad y la severidad que implica.
Personal de los servicios de inteligencia pululan por la zona, mientras sus colegas se internan en las colas que se ordenan antes de la facturación, en las que le van preguntando uno a uno a los viajeros por sus planes, lo que han hecho en Israel... ¿Dónde se ha alojado? ¿Dónde ha ido? ¿Qué ha comprado? ¿Ha hecho solo la maleta? ¿Tiene amigos palestinos? ¿Ha contactado con alguno? ¿Con quién ha compartido habitación? ¿A quién ha contratado como guía? Son preguntas habituales. El interrogatorio es mínimo si el interpelado es israelí -judío, el caso de los árabes con pasaporte israelí es bien distinto- pero extenso si viaja un palestino -Israel ha impedido que se construyan aeropuertos en Gaza, Cisjordania o el este de Jerusalén o los ha destruido; y los escasos palestinos con permiso que viven en la ciudad santa pueden salir por el Ben Gurión y los de Cisjordania van por Jordania-. También son largamente interpelados los extranjeros. No importa si se está hablando con un religioso de los que llevan 40 años en Tierra Santa. Las preguntas no se agotan.
Los interrogados son marcados con pegatinas y códigos con los que identifica su grado de "peligrosidad": del 1 que da a los israelíes judíos con los que se cruzan pocas palabras, al 6 de los sospechosos a los que se lleva al tristemente famoso cuartito.
Hasta 2014, superado este interrogatorio había que pasar un control del equipaje en máquinas gigantes que literalmente expulsaban las maletas. Ahora sólo se mandan a abrir las maletas sospechosas -o cuyos dueños lo sean-, en una zona a la vista de todo el mundo y donde el interrogatorio se repite. Si se supera, a facturar. Si no, hay toda una parte del complejo destinada a interrogatorios más largos, zonas en las que las preguntas siguen, se mira cada objeto y cada prenda e incluso se llega a obligar a los viajeros a desnudarse o a ser cacheados. Por ejemplo, la Asociación por los Derechos Civiles de Israel (ACRI), ha denunciado reiteradamente que son habitualmente los palestinos o árabes israelíes, así como cooperantes que trabajan en Palestina, los que son sometidos a este examen extra, que califican de "racista" y "demasiado invasivo".
En los últimos años ha empezado a exigirse a determinados pasajeros que muestren sus correos electrónicos y redes sociales (sobre todo Facebook) para ver sus amistades y movimientos. Hay quien se ha negado y no ha pasado nada. Hay quien se ha negado y ha tenido interrogatorio extra. Y hay a quien no le han hecho la más mínima alusión al respecto.
Quedan por delante el control del equipaje de mano, en zonas de cola estrechas y muy controladas, y el de pasaportes, igualmente monitorizado. Los agentes de inteligencia siguen repartidos a lo largo de todo el aeropuerto, de paisano, entre las tiendas y las salas de espera, y en el caso de volar con la compañía local, El Al, aún puede haber más preguntas antes de embarcar. Aryeh Shaham, asesor legal de la autoridad del aeropuerto, se defiende diciendo que "menos del 5%" de los 15 millones de pasajeros anuales son inspeccionados, informa AP. Y que se hace una "distinción" de viajeros, no una "discriminación". Por comparar, sólo Heathrow, en el Reino Unido, tiene 73 millones de llegadas y salidas al año. El volumen de trasiego es, por tanto, notablemente más manejable en Tel Aviv.
El poder de control de Israel traspasa las fronteras de su aeropuerto. Tiene firmados convenios con los países en los que opera su compañía y eso implica que se hagan revisiones especiales aunque no sea en su territorio. Así, en la terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas de Madrid, existe un sótano en el que agentes de información de Israel examinan los equipajes de los viajeros que les resultan sospechosos e interrogan de nuevo a quien consideran oportuno. En la puerta de esta sala, un guardia civil vigila desde fuera. Lo que ocurra dentro es responsabilidad plena de Israel porque España ha cedido que así sea. El control de la Benemérita se escapa, los israelíes no responden ante ella. Este control -que se suele estirar hasta la hora final del embarque y lleva a que los afectados suban al avión los últimos y, en ocasiones, con escolta- sucede al previo en los mostradores de El Al, donde antes de embarcar hay un primer y completo interrogatorio sobre los planes de viaje. Pueden preguntar desde por los días de estancia en Israel, la religión que se profesa o la relación sentimental que pueda haber entre los miembros de una pandilla de amigos, por ejemplo.
Mujeres solas y cooperantes, además de periodistas y, por supuesto, árabes, son los objetivos primordiales de este control. El proceso completo, al ser tan largo, obliga a que los pasajeros estén en el aeropuerto con tres horas de anticipo.
Aeropuerto aparte, la seguridad abarca todas las facetas de la vida de los israelíes. Sólo un dato: más de 200.000 personas tienen trabajo en este sector, más allá de los cuerpos de seguridad o el Ejército. Muy rentable. Durante la Segunda Intifada (2000-2005), en la que se sucedieron los atentados terroristas, se reforzaron los controles en todos los ámbitos. Se suavizaron con el tiempo, pero aún hoy siguen siendo intensos. Hay vigilantes con detectores de metales manuales y arcos de seguridad y máquinas de escaneo de bolsos en centros comerciales, cines, teatros, oficinas de correos, bancos, discotecas, centros deportivos, universidades e incluso algunos colegios.
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El dueño de un armería israelí, haciendo una demostración.
No hace falta demasiado para que un civil logre un arma legalmente. Las reglas indican que hay que ser mayor de 21 años, pasar una verificación de antecedentes penales, llevar un mínimo de tres años viviendo en el país y superar un examen de salud mental. Las restricciones son más laxas aún para los residentes de los asentamientos judíos ilegales en los territorios ocupados de Cisjordania y el este de Jerusalén, así como en otras áreas que se consideran de alto riesgo. Con 18 años ya se puede tener un arma automática. Las demandas de licencias se han disparado “en un porcentaje de dos dígitos” a raíz de la última oleada de apuñalamientos, según datos del Ministerio de Seguridad Pública israelí.
En los últimos años han surgido informaciones en la prensa local sobre las ramificaciones de la inteligencia local y el control que se ejerce sobre los ciudadanos, con su desconocimiento. Han sido incidentes más puntuales en el caso de los israelíes pero diarios cuando se vigila a los palestinos bajo ocupación. En 2014, un grupo de ex militares por primera vez denunciaron que la política de Israel "permite la intromisión en la vida de los palestinos", ahondando incluso en cuestiones que nada tienen que ver con la seguridad, como la inclinación sexual.
Israel defiende que, desde que en la Segunda Intifada comenzó a levantar el muro de más de 70 kilómetros de hormigón y alambrada que aísla toda Cisjordania, se han reducido al mínimo los atentados terroristas. A día de hoy ya no hay células terroristas organizadas como en el pasado, la organización de ataques por parte de grupos armados es casi imposible y hacerse con explosivos o pasar a suelo israelí con armas sofisticadas es inimaginable, gracias al sistema de pasos controlados o checkpoints. Pero, frente a ese blindaje, está la ilegalidad de la obra: en 2004, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) determinó que la valla/muro violaba el derecho internacional humanitario.
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Un joven palestino se descuelga por el muro entre A Ram (Cisjordania) y Beit Hanina (Jerusalén Oriental).
Como explica Amnistía Internacional, "el 80% del muro está construido dentro del territorio ocupado de Cisjordania, aislando entre sí a comunidades y familias. Separa a los campesinos de sus tierras y a los palestinos de sus lugares de trabajo, centros educativos y de salud y otros servicios esenciales". "Es una estructura compleja que incluye alambradas de espino, zanjas, zonas de arena fina para detectar huellas, torres de vigilancia, caminos asfaltados a cada lado para permitir patrullar a los tanques, así como zonas adicionales de defensa y áreas restringidas de diversa profundidad. El diseño del trazado responde al objetivo de rodear los más de 50 asentamientos israelíes donde vive un 80% de colonos, incluyendo extensas áreas de tierra alrededor de ellos", abunda.
No es este el único muro en Israel. La frontera con Gaza está completamente controlada por su Ejército, que desde 2007 aplica un cerco implacable, ante la llegada al poder de Hamás. Y se está levantando otro muro en el norte, limitando con Líbano, ante un hipotético ataque de la milicia chií prosiria de Hezbolá.
Con todas estas infraestructuras, reconoce el gobierno de Netanyahu, se ha logrado "reducir pero no detener" toda amenaza, como demuestra la actual situación de violencia, en la que no hay ataques organizados pero sí de jóvenes independientes. "No hay seguridad hermética", escribe en The Jerusalem Post el analista Yossi Melman. El experto del INSS (Instituto Nacional de Estudios de Seguridad de Israel) Slomo Brom ha reconocido que "las amenazas son distintas" allá y acá. "En nuestro caso -dice- no nos enfrentamos a ataques tan planificados y organizados por células que se identifican con el Daesh o con Al Qaeda".
Lo fundamental, ratifican los expertos, es que el viejo continente asuma al menos mejores políticas de inteligencia y de información compartida.
El sistema israelí, que lleva casi 70 años tratando de detener a los llamados "terroristas palestinos" sin lograrlo plenamente, viendo cómo el fenómeno se transforma pero sobrevive, tiene una base de barro, por debajo de todo el armazón de hierro que muestra al mundo. Sencillamente, parte de una realidad que no existe en Europa: la criminalización generalizada de los palestinos a los que ocupa y de los árabes israelíes, que son casi 1,2 millones de personas. Su manera de actuar "afianza la idea del terrorismo palestino" y evita que su pelea se vea como una lucha por lograr un país, ahonda el antiguo corresponsal de El Periódico en la zona, Joan Cañete. Más allá de las sospechas puntuales sobre un individuo o una organización, se vigila a todo un pueblo, que conforma hoy un estado considerado observador de Naciones Unidas desde 2012.
¿Se debe hacer lo mismo, poner a todos los musulmanes o árabes de Europa bajo la lupa y la inspección?
Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), confía en que Europa no se decante por esta israelización, pero lamenta que, aunque no se vaya a este punto de control máximo, "el recorte de libertades y derechos es un hecho ya". "A veces, por un intento muy consciente de sobredimensionar la amenaza", denuncia. Que hay riesgo es "innegable", pero no es la primera amenaza del continente, matiza.
Entiende que una sociedad avanzada como la europea "debería ser absolutamente incapaz de asumir" un modelo como el israelí. "Nuestra sociedad no puede soportar una militarización completa, no sólo por idealismo, sino por operatividad: no se puede controlar a cada turista o cada contenedor que llega a un puerto -resume-. Sería imposible mantener el sistema actual y estaría en riesgo de colapso".
Esa visión holística de la seguridad que tiene Israel y que "hace ver al palestino como terrorista" no ha servido tampoco para alejar toda violencia sino que, a juicio del profesor Núñez, ha ayudado a "consolidar la ocupación" en Palestina con imposiciones inimaginables en Europa. "Se produjo el atentado de Charlie Hebdo y aumentó la seguridad en París. Atentaron en París y se incrementó la seguridad en Bruselas. Y ahora atacan Bruselas... Hay que asumir que esto no se resuelve con muros y soldados, sino yendo a las causas, a la raíz", defiende. Habla de seguridad pero también de integración de inmigrantes y refugiados, de educación o creación de empleo. Problema: que pesan más las decisiones vistosas y aceleradas, sobre todo cuando hay que influir en el electorado. Francia, sin ir más lejos, habla de "guerra" justo en año de comicios presidenciales.
Desde los ataques del 11-S de 2001 Occidente se ha enfrentado a la amenaza yihadista de formas muy diversas, desde ofensivas como las de Afganistán e Irak al incremento de los servicios secretos, pasando por leyes que arañaban la intimidad de los ciudadanos y algunos de sus derechos, con la seguridad como justificación.
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Agentes belgas vigilando en una estación de Bruselas, tras el intento de atentado en un tren Thalys, el pasado agosto.
Los últimos golpes sobre Europa han acelerado el debate sobre si es necesaria una vuelta de tuerca más. Cada país, Bélgica en cabeza, ha de hacer examen de conciencia, ver sus fallos y resolverlos. Pero también se buscan medidas comunitarias. Ahora está en estudio la creación de un registro europeo de identidades de pasajeros, que aún no ha sido enviado a pleno por divergencias entre las distintas formaciones. La izquierda, sobre todo, reclama que vaya en paralelo a la aprobación de una ley de protección de datos, que aclare a quién se vigila, por cuánto tiempo, cómo se guarda la información que se recopile...
Este verano se van a reforzar los controles de Internet para acceder a comunicaciones sensibles y "contrarrestar la propaganda" de grupos como el ISIS. Ya se está hablando con las compañías de telecomunicaciones de la Unión para ver cómo ponerlos en marcha.
El pasado noviembre se aprobó hacer "controles coordinados y sistemáticos de las fronteras exteriores de la UE para reforzar la seguridad", retocando el Tratado de Schengen. Las autoridades estarán obligadas a escanear todos los documentos para cruzar esa información con las bases de datos de Interpol y el Sistema de Información Schengen de Segunda Generación o SIS II, que es la base de datos europea.
Aún, sin embargo, queda mucho debate, precisamente porque la libertad es uno de los pilares fundacionales de la UE y queda mucho por aclarar antes de redactar normas que la pongan en peligro.