El payaso que ayuda a la gente a dar rienda suelta a todas sus facetas
Casi todos hemos visto un payaso alguna vez. Cumpleaños y comuniones suelen depender de ellos para entretener a los niños. Pero estos personajes pueden aportar más que simple diversión. Entre los tipos de payaso está el clown, enfocado en la inocencia y la ingenuidad; dos cualidades que se pierden con la edad y muchos echan de menos.
El clown saca afuera al niño interior, y eso puede ayudar a desplegar facetas más reprimidas. Lo sabe bien Alain Vigneau, un francés residente en Barcelona que ha creado el concepto de clown esencial, una terapia —aunque no le guste esa palabra— que ayuda a los que sufren por no mostrar al mundo todo lo que son.
¿Qué es para ti un payaso?
Los payasos estamos a medio camino entre el público, el arte, y la locura y la tragicomicidad humana. Hacemos del patetismo una profesión, cuando está tan mal visto ser patético. La palabra payaso se interpreta como un insulto, pero hay humildad y generosidad en nosotros. Hacemos reír al público con nuestros problemas.
¿Y cómo has llegado del payaso al clown esencial? ¿En qué consiste?
Es un término que me he inventado. Consiste en no hacer un personaje, sino volver a lo que sabes que eres por dentro, con tus luces y tus sombras.
Por ejemplo, yo soy una persona desordenada. Si puedo estar ante un público celebrando que tengo en la cabeza un caos mareante, y veo que la audiencia, a través de su mirada, me dice "tienes derecho a pertenecer al mundo con esas sombras que conoces de ti", me vuelvo esencial. Por eso, el lema del clown esencial es "la sonrisa del corazón". Aunque suene un poco a margarina anticolesterol, hay un lugar donde, más allá de lo que nos duele y alegra en el corazón, éste puede descansar.
Ayudas a la gente por medio de talleres de clown esencial. ¿En qué consisten?
Mis pacientes son conscientes de que algo no encaja entre lo que muestran y lo que sienten. Sufren por sentirse por dentro de una forma y no poder exteriorizarlo. Algunos muestran sólo su cara de niño bueno al mundo pero dentro tienen un cabrón, igual que todos. Y otros siempre muestran al cabrón y dentro tienen un niño dulce. Da igual si es bueno o malo lo que somos por dentro, lo que nos hace sufrir es no poder serlo también por fuera.
Es importante afinar, nombrar el monstruo: "Yo quiero estar bien". Eso no me sirve. ¿Cómo? ¿Qué te sobra? "Mal rollo". Tampoco. "Me falta felicidad". ¿Y qué te falta para alcanzarla? También empleamos música, no para llevar a la gente a un estado concreto, sino porque acelera, espabila, pone en funcionamiento las moléculas.
Hay que trabajar desde una actitud amorosa, de no juzgar. Si no se superan los prejuicios, el clown esencial no funciona. Pero si se consigue, funciona en todas partes. La habilidad está en encontrar la llave que abre la puerta, pero llave hay.
¿Es muy importante ponerse nariz de payaso?
Es una máscara, uno se la pone y no hay ni que interpretar. Si se actúa, se corre el riesgo de caer en un personaje, el payasito, el estereotipo, no uno mismo. La nariz no da tanto comicidad como ingenuidad. En mis talleres trabajamos mucho sin nariz, sobre todo al principio; pero siempre llega un momento en que nos la ponemos.
El juego del payaso, como el del actor, tiene unas reglas específicas. Después de la nariz, vienen el maquillaje y el vestuario, que cuanto más minimalistas, mejor. Luego está el ritmo: no es lo mismo entrar rápido que lento. La mirada, mirar a los demás es muy importante. Y escucharse, si sale más de uno a escena.
¿Es importante la risa para el clown esencial?
El clown esencial está por encima de la risa y el llanto. Cuando la persona puede alcanzar cierta dimensión de carcajada, si logra hacer reír por sus defectos, la risa los deshace y le sana. Pero el llanto como el opuesto a la risa me resulta limitado. Cuando mis pacientes salen a escena, siempre les digo: "¡Olvídate de hacernos reír!". Sería una presión añadida. Les digo: "Interésanos".
En mis talleres lloramos bastante. De hecho, lo hacemos tan a menudo como reímos. Celebramos que estamos vivos, y eso quiere decir sentir tanto alegría como tristeza. Vadeamos las delicadas aguas de lo que nos duele, y ahí puede que lloremos. Pero no pasa nada; ¡cuánto llanto hay castrado, y qué bien nos haría llorar a gusto!
¿Funciona igual con hombres que con mujeres?
Los hombres somos muy graciosos porque somos muy torpes. Funcionamos con planes. Subimos al escenario pensando: "Tengo un plan". Las mujeres son muy buenas, una vez consiguen superar el papel de la payasita linda y seductora. Cuando se meten a celebrar su parte de mala bruja, competitiva… son estupendas. Cada género tiene su tragicomicidad particular, y cuando se alcanza, son graciosísimos.
¿Y funciona también con niños?
Yo no trabajo con niños. Se puede trabajar con ellos desde el arte, desde el teatro, pero el código clown lleva implícito un acercamiento a lo espontáneo, a lo genuino, al niño interior… En eso, ellos son nuestros maestros. Si un niño está mal, es que hay que trabajar con los adultos que le rodean.
¿Sirve esta terapia para enfermos mentales?
Es un trabajo que tiene sus límites. He visto a mucha gente de mis talleres dejar de fumar, empezar a cuidarse y quererse física y psicológicamente; he visto a la gente dejar las pastillas para dormir porque empiezan a conciliar bien el sueño. Pero hay personas que necesitan una terapia más convencional y atención médica.
Hay técnicas que sirven para conectar con personas que sufren enfermedades mentales; yo no trabajo directamente con psiquiátricos, pero he actuado en ellos. El espectáculo cambia: se levantan, se van, se golpean la cabeza contra la pared… Pero hay un código común: los payasos también estamos un poco fuera de la normalidad.
¿Se ha encontrado con gente que padezca fobia a los payasos?
Muchísima. Lo primero que les digo es: "Tiene usted toda la razón del mundo". Imagínate: tienes entre cinco y ocho años; te llevan de noche a las afueras de la ciudad, a un lugar mal iluminado; en los carromatos, oyes sonidos de animales enormes, salvajes; la carpa parece gigantesca; llegan los payasos. ¿Y a qué se dedican? A golpearse. Si eres un niño sano, te espantas.