El drama que relata la imagen ganadora del World Press Photo 2016
La foto que este año ha ganado el World Press Photo, la competición de fotoperiodismo más importante del mundo, es un pequeño milagro. Tomada de madrugada, a la luz de la luna, en condiciones precarias, con una larga y peligrosa guardia a las espaldas de su autor, el freelance australiano Warren Richardson. Tan milagroso fue tomar la imagen como lo que cuenta en sí: el paso de un padre y su hijo por la frontera entre Serbia y Hungría, refugiados que han logrado alcanzar las puertas de la Europa comunitaria tras escapar de la guerra -Siria, Irak, Afganistán...- y que tocan el cielo con las manos. Sólo un metro más.
La instantánea fue captada en la noche del 28 de agosto de 2015. Es un instante, la culminación de cinco días de espera por parte de un grupo de refugiados, de unas 200 personas. Toda la noche, explica el fotógrafo afincado en Budapest, estuvieron estos civiles y la prensa que les acompañaba jugando "al gato y al ratón" con la policía húngara, con la orden clara de no dejar pasar a nadie. Ni uno. Como si fueran delincuentes.
Era esperable que este año el WPP premiase una foto de Siria o del drama de los refugiados, la gran vergüenza del año que se ha ido y del presente, pero además de eso ha dado un bofetón a la Europa que, en vez de ayudar, se cierra, cuando tiene la obligación de atender a toda persona que se presente como refugiado. Lo dice el derecho internacional.
Hungría, situada en el límite del espacio Schengen de libre circulación, ha acumulado más de 70.000 peticiones de asilo en 2015, siendo el segundo país con más trámites de la UE, tras Alemania. La mayoría de los refugiados -que comenzaron a llegar en oleadas mayores el pasado verano- se precipitaban a iniciar su papeleo en Hungría por ser el primer país comunitario que pisaban, siguiendo la ruta desde Turquía, Macedonia y Serbia, en cuya divisoria Richadson tomó la foto.
Las autoridades húngaras, comandadas por el ultraderechista Viktor Orbán, decidieron cerrar la frontera ante el flujo de refugiados, instalando una alambrada y colocando soldados en la zona para impedir su paso, contraviniendo las leyes internacionales que constatan que todos los estados están obligados a atender un éxodo causado por un conflicto armado evidente. Budapest llegó a aprobar una ley por la que el "cruce ilegal" de la frontera podía pagarse con hasta tres años de encarcelamiento o la expulsión inmediata del país.
ACNUR, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, alertó de que esta norma potenciaba la "xenofobia" y negaba a los exiliados un derecho esencial. Lejos de amedrentarse, Orbán insistió: "No existe un derecho fundamental a una vida mejor", justificó. "Los refugiados musulmanes ponen en peligro a la cristiandad europea", fue añadiendo, alentando el fantasma del diferente. "Si no protegemos las fronteras, seremos minoría en nuestro propio continente", apuntaló ante los demás jefes de Gobierno de la UE.
Resultado: una bajada drástica de unos 3.000 refugiados entrando al día en el país a unas pocas decenas a final de año. Hoy el flujo en la zona es casi inexistente, porque los perseguidos se están desviando a Croacia o Eslovenia o apostando -a la fuerza- por la vía marítima desde Turquía hasta Grecia.
Estas son otras de las imágenes galardonadas en la edición del WPOP de este año, con los refugiados a foco: