Rivera, el chico de la Barceloneta que sueña con ser Adolfo Suárez
En la cafetería del Parlament era habitual ver solo a Albert Rivera. En una esquina leyendo, preparando sus intervenciones. Corría el año 2006 y un veinteañero desconocido había accedido a la Cámara del parque de la Ciutadella liderando el novísimo partido de Ciudadanos, una formación surgida en respuesta al nacionalismo y bajo la tutela de un grupo de intelectuales que se reunía en el restaurante El Taxidermista.
Rivera era un jovencísimo empleado de La Caixa, descontento con los partidos tradicionales. Él mismo ha reconocido que había votado a PP, PSC y CiU en diferentes elecciones. La única afiliación que reconoce antes de Ciudadanos es a UGT, sindicato al que llegó para defender sus derechos laborales durante su época en la entidad financiera.
Casi una década después, Rivera se ha convertido en el líder mejor valorado por los españoles, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Un camino que no ha sido fácil, en el que ha tenido que esquivar puñales fuera y dentro de su partido. Pero hoy se presenta como el hombre que puede llegar a tener la llave de acceso al Palacio de La Moncloa.
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Rivera, en 2006
LA CONFIANZA DEL NADADOR
Y es que si hay un rasgo que destaca del presidente de Ciudadanos es la confianza en sí mismo. Una cualidad forjada también durante horas en la piscina. Ganó competiciones de natación con 16 años en Cataluña y también formó parte del equipo de waterpolo de Granollers. Absoluta disciplina acuática barcelonesa -cuna de los grandes especialistas-.
El pequeño Albert se crió en las calles del popular barrio de la Barceloneta. Mediterráneo puro, hijo de un catalán y una andaluza. Nacido el 15 de noviembre de 1979, sus progenitores tenían un pequeño comercio y él mismo echaba una mano durante las vacaciones de Navidades, cuando había más trabajo.
Esa mezcla de ideas, de conceptos, de indefinición para algunos y de apertura de mente para otros tiene sus raíces en este Rivera estudiante. Se licenció en Derecho por el centro privado de Esade y destacaba por su retórica. Un joven espabilado de lengua afiliada que llegó a ganar la Liga de Debate Universitario.
En estos años también apareció en su vida una figura esencial: el catedrático de Derecho Constitucional Francesc de Carreras. Una especie de tutor intelectual y, además, casi un padre en lo personal. Una relación que también tuvo sus altibajos, cuando Rivera estuvo a punto de ser descabalgado de la Presidencia de Ciudadanos, pero que al final siempre se restablece.
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En un mitin durante esta campaña
EL TRAMPOLÍN CATÓDICO
Ahora hay muchos focos, flashes y entrevistas. Pero en 2009 Rivera hacía su propia travesía del desierto y sintió los cuchillos de un grupo de críticos ‘naranjas’ -la nueva política también tiene mucho de la vieja’-. Entonces se dio cuenta que había que cambiar totalmente y se rodeó del núcleo duro que lo ha acompañado durante estos años. Esos apoyos los encontró en gente como José Manuel Villegas, José María Espejo y Fran Hervías. Ellos son parte de su clan, al que se han incorporado en los últimos años figuras como Fernando de Páramo e Inés Arrimadas.
En esa época comprendió que había que promocionarse, salir en las televisiones, atender a los medios más allá de Barcelona. Aquí jugaron un papel muy importante dos personas. Una es Inma Lucas, su jefa de prensa, que procedía del mundo de las productoras televisivas. Por otro lado, emergió la figura de otra asesora, Verónica Fumanal. Esta joven le animó a cambiar el chip sobre la estrategia con los medios, que se basaba mucho en comunicados clásicos y que solo interesaban a los militantes. La vida da muchas vueltas y hoy Fumanal es la asesora de comunicación de su rival Pedro Sánchez (PSOE).
Rivera experimentó, a ritmo de apariciones en El gato al agua, que su figura empezaba a ser conocida fuera de Cataluña, que su mensaje podía calar en toda España. Era el final del zapaterismo y se forjaba dialécticamente en tertulias nocturnas, que entonces eran criticadas y ninguneadas por las primera figuras de la política nacional. Hoy son reconocidas por todos como la cantera de la nueva hornada de políticos. Allí también estaban Pablo Iglesias (Podemos) y Pablo Casado (Partido Popular). Ellos vieron claramente aquel trampolín catódico.
En este camino de partido minoritario a formación de masas, Rivera también se dio cuenta de que debía conjugar dos almas: la socialdemócrata y la liberal. En su mente tenía al inglés Nick Clegg y a su Partido Liberal Demócrata. Además, en esta construcción del discurso sobrevolaba su mayor pesadilla, la coalición que hizo en las europeas de 2009 con Libertas, un partido tachado de extrema derecha por parte de sus rivales. De hecho, el PSOE está utilizando esta imagen durante la campaña para enmarcar en la derecha a Rivera, quien les está robando un buen puñado de votos según las encuestas.
Estos dardos son precisamente los que más le han dolido durante los debates que ha protagonizado durante la campaña. Su afable rostro se volvía áspero y duro cada vez que Pedro Sánchez le ha echado en cara su intención de implantar el contrato único. Asimismo, no han sentado muy bien en la sede de Ciudadanos las críticas unánimes a la parte de su programa que aboga por eliminar el agravante penal por violencia de género. Matices que les separan del centro-centro que defienden.
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En el debate de Atresmedia
EL ESPEJO DE SUÁREZ, GONZÁLEZ Y AZNAR
Ese instinto político de Rivera le llevó a introducir en el relato de C’s -que se había basado esencialmente en la lucha contra el nacionalismo- la regeneración democrática. Esto le situó en el lugar justo en el momento adecuado. El ascenso de los naranjas comenzó en las europeas de 2014. Muchos españoles estaban hartos del bipartidismo, querían un cambio, pero no se sentían cómodos con las posiciones de Podemos.
El siguiente paso de Rivera para alcanzar la Champions League fue el 24 de mayo. Las elecciones municipales y autonómicas sirvieron para colocarle en todo el mapa nacional. Eso sí, decidió no quemar a la organización entrando en los gobiernos, pero sí apoyando desde fuera a Ejecutivos como el de Cristina Cifuentes en Madrid. Las catalanas del pasado 27-S han sido el otro escalón para subir a lo más alto. Y siempre jugando con esas dos almas de Ciudadanos: la que llega a las escaleras de los edificios de L’Hospitalet que antes apoyaban al PSC y la que conquista a los jóvenes auditores que abarrotan la Torre Picasso en Madrid que veneran a Luis Garicano -su gurú económico-.
Rivera llega al 20-D con el sueño de ser el nuevo Adolfo Suárez, uno de sus grandes referentes políticos. En los últimos meses ha reivindicado su figura y ha dicho que España necesita volver a los grandes pactos fraguados por la Transición. Pero en su discurso transversal también se acuerda del Felipe González de los ochenta y del José María Aznar de los noventa. ¡Todos para uno!
DETRÁS DE LOS FOCOS
Ahora ya tiene hechas las maletas para instalarse en Madrid. En Barcelona se queda su hija Daniela, fruto de su relación con su expareja Mariona. Ahora comparte su vida con Beatriz Tajuelo, quien se ha convertido en uno de sus grandes apoyos durante la campaña. Le ha acompañado a los debates que ha protagonizado y hasta le dejó dinero para comprar unos cupones en Cádiz mientras recorría el centro pidiendo el voto.
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Con su pareja Beatriz
El político que escucha en la intimidad a Estopa, Paco de Lucía, David Guetta y Joaquín Sabina se enfrenta a sus días más emocionantes. Porque él también tiene una vida detrás de las cámaras, en la que disfruta con las motos, vibra con los goles del Barcelona y se entretiene viendo películas como Avatar, Hable con ella, Philadelphia y Mystic River.
El 20-D los españoles decidirán si es la hora de Rivera. Una nueva época empezará, en la que también tendrá que decir al resto de ciudadanos si hará presidente a Rajoy, Sánchez o Iglesias si no gana. “Impossible is nothing”, suele repetir.