Mariano Rajoy, el arte de la supervivencia
La vida de Mariano Rajoy es una historia de supervivencia. Cuando era veinteañero estuvo a punto de morir en un accidente de tráfico y al frente de la oposición se llevó otro gran susto en un helicóptero junto a Esperanza Aguirre. En su partido han pensado que caía políticamente en varias ocasiones. Siempre en el precipicio, pero hoy es el morador de La Moncloa y el favorito para ganar el 20-D.
En este nuevo requiebro para seguir adelante, el líder del Partido Popular ha abierto un camino rural para intentar conservar el puesto. Su nueva obsesión es la España de las pequeñas localidades, la que se entretiene con el dominó, la que trabaja todos los días en el campo. Es el terreno en el que se siente más fuerte, donde los emergentes todavía no han conseguido entrar. Una bajada a la calle que le ha costado hasta una agresión en Pontevedra, su tierra.
Esta campaña electoral ha sido la muestra de ese instinto de Rajoy (Santiago de Compostela, 1955). Si durante toda la legislatura ha jugado a ser un gran estadista, a resistir ante las presiones de Bruselas para pedir el rescate y a buscar las fotos con Angela Merkel mientras en España solo se le veía por una tele de plasma, de repente ha virado y se presenta en La Sexta Noche y se abraza a hipsters.
A muchos españoles les ha calado la imagen de un presidente que solo disfruta leyendo el Marca y viendo en su sofá el ciclismo. Pero Rajoy es un político de raza, no para de pensar en estrategias y de diseñar el siguiente escenario. ¡Qué se lo digan al caído Alberto Ruiz-Gallardón!
PIEL DE COCODRILO
Al presidente se le atribuye una piel de cocodrilo. Aguanta, resiste, consigue no ahogarse. Él mismo reconocía poco antes de ganar en 2011 que en su propio partido le habían dado muy fuerte. Aquel 20 de noviembre consiguió, por fin, saltar en el balcón de la sede en la calle Génova tras dos intentos fallidos. En ese asalto estaban especialmente junto a él Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Ana Mato y Carmen Martínez Castro, según explicaba el entonces líder de la oposición.
La Moncloa culminaba un sueño político que comenzó como diputado autonómico en Galicia en 1981 -en la primera legislatura de la Cámara regional- y concejal de Pontevedra en 1983. Siempre presume de haber pasado por todos los niveles de la administración y su experiencia de gestión se ha convertido en uno de sus principales argumentos para este 20-D. A los líderes de Podemos y Ciudadanos los despacha en los mítines con un “para gobernar hay que haber sido al menos concejal”. "Yo empecé pegando carteles", gusta de decir también.
Esto conecta con su filosofía de partido, partido, partido. El jefe del Ejecutivo siempre ha sido consciente que que para llegar a lo más alto había que controlar los resortes internos y las baronías. En el dramático congreso del PP de 2008 -tras su segunda derrota ante José Luis Rodríguez Zapatero- conservó la silla precisamente por el apoyo de líderes territoriales como Javier Arenas (Andalucía) y Francisco Camps (Comunidad Valenciana).
Precisamente de la calle Génova surgió su gran fantasma durante estos años: Luis Bárcenas. El extesorero del PP ha puesto frente a las cuerdas al presidente al desvelarse sus ya míticos papeles, sus anotaciones de tesorería que mostraban una financiación ilegal del partido y el cobro de sobresueldos por parte de dirigentes populares. De los mensajes de “Luis, sé fuerte” a reconocer en el Senado que se equivocó y a mostrar su indignación. Otra pirueta marianista.
En la dirección del PP reconocen el daño que les han hecho los casos de corrupción. Pero él sigue sobreviviendo, es el único del núcleo duro de José María Aznar -junto con Arenas- que está en primera línea política. Su relación con el hombre que lo eligió sucesor es otra historia llena de desencuentros y hasta de odio posterior indisimulado. El político que reinventó la derecha española en los noventa no se ha dejado ni ver en la campaña de estas elecciones. Ahora piensa que se equivocó en aquella elección.
Precisamente, Rajoy ha visto caer durante esta legislatura al que fuera su más duro competidor por el ‘trono’ del PP: Rodrigo Rato. Otro mito derrumbado, el del supuesto autor del milagro económico español. El que fuera vicepresidente del Gobierno ha pasado a ser “esa persona” para Rajoy, que sintió su amenazante sombra, junto a la de Aguirre y Juan Costa, en los mayores momentos de zozobra de su liderazgo.
Pero esos humos ya han pasado, como los del tabaco. Durante su estancia estos años en La Moncloa ha logrado dejar de fumar y ha pasado del puro a aconsejar hasta en Twitter que la gente abandone esta adicción.
Eso ha logrado el líder del PP, que también se apunta como uno de sus grandes goles la organización del traspaso de poder en la Casa Real. Será el presidente que pilotó el cambio de Juan Carlos I por Felipe VI. Este hecho histórico está muy presente incluso en su lugar de trabajo, donde tiene una fotografía enmarcada con el monarca y los exlíderes Aznar, Zapatero y González.
LAS DOS VIDAS DE MONCLOA
En su despacho también tiene una fotografía con el Papa Francisco y su mujer Elvira Fernández, con mantilla. Siempre un paso detrás de él, se ha convertido en su gran apoyo personal y hasta político. Su influencia también se nota en los círculos de poder. De hecho, su asesor Jaime de los Santos -quien la acompañaba por ejemplo en la copa de Navidad que ofrece el presidente a los periodistas- acaba de ser nombrado director general de Promoción Cultural de la Comunidad de Madrid.
Hay dos vidas en La Moncloa, la del despacho y las de las dependencias personales. Allí se han criado durante estos años sus hijos Mariano y Juan, receptor de la ya mítica colleja por su crítica en la Cope a los comentarios del videojuego FIFA. Un núcleo familiar en el que está también su padre, un juez de carácter sobrio pero que dio libertad a sus hijos. Todavía recuerdan en casa el disgusto que dio el dirigente popular cuando se fue desde Galicia a Ibiza con 16 años, en autoestop hasta Barcelona, donde cogió un barco hasta la isla pitiusa. Más alegrías provocó cuando se convirtió en el registrador de la propiedad más joven de España.
Pero la historia familiar de Rajoy también está marcada por dos duros momentos. El primero fue la muerte de su madre en 1993, cuando tenía 61 años. Al jefe del Ejecutivo le hubiera gustado que Olga Brey le hubiera visto en La Moncloa. El otro lo vivió estando ya en la sede presidencial. Su hermano Luis fallecía el 26 de marzo de 2014, un día antes del cumpleaños del líder del PP.
Es que esta legislatura no ha sido nada fácil para el presidente, cuyos máximos quebraderos de cabeza han tenido que ver principalmente con la crisis económica y con Cataluña. Muchos momentos de tensión. Los mejores han sido, según ha confesado, cuando cambió la tendencia en el dato del paro.
En estos momentos siempre ha estado su jefe de gabinete, Jorge Moragas, el hombre que susurra directamente al presidente. Este político barcelonés se ha convertido en el gran guardián de sus secretos -junto con la vicepresidenta-. Alrededor de Rajoy se han fraguado durante este tiempo varias órbitas de influencia. Por un lado han estado los ‘sorayos’, el clan de dirigentes próximos a Sáenz de Santamaría, y, por otro, el G-5, el grupo formado por veteranos ministros y amigos personales de presidente como Ana Pastor, José Manuel García-Margallo o José Manuel Soria. También ha jugado sus bazas la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que se prepara para la futura sucesión.
Ese será ya otro capítulo de la derecha española, el posmarianismo. Todavía estamos enfrascados en el arte de la supervivencia.