Entrevista a Almudena Grandes: "Luchar contra la pobreza no evita la alegría, la ilusión, la esperanza"
Una peluquera angustiada porque frente a su local abren un negocio chino de manicura low-cost; un aparejador que se pone el uniforme de portero tras perder su estudio, su casa, su apartamento en la playa y su familia; una profesora que hace bocadillos de Nocilla en su casa para repartirlos en el recreo... Son tres de la veintena de personajes cuyas pequeñas historias dibuja Almudena Grandes en su nueva novela, Los besos en el pan (Tusquets), en la que la escritora abandona -momentáneamente- la guerra civil y la posguerra española para zambullirse en otra durísima realidad: la de un país que lleva ocho años ya de crisis económica. Si este es un libro impresionista, como ella dice, el lienzo es su barrio, el de Bilbao en Madrid.
¿Por qué precisamente en este barrio?
Porque es como Madrid, una ciudad que se define, salvo algunos lugares como Vallecas o el barrio de Salamanca, por el caos social: casas magníficas y otras más humildes en la misma calle... Me apetecía contar esta posguerra desde un lugar como este, donde la crisis ha empobrecido a toda la sociedad, también a las clases medias urbanas y universitarias, a los funcionarios, mientras los pobres rozan condiciones de vida miserables. Y sí, es una posguerra porque la crisis en realidad ha sido una guerra de los poderes financieros contra la soberanía de la democracia, y cuando vemos en el horizonte el TTIP (el acuerdo comercial entre EEUU y la UE que está en negociación), ni te cuento lo que nos espera. La gente se ha organizado para resistir los recortes, se han empeñado en seguir viviendo su vida, en mantener su nombre y sus rutinas, y por ahí empieza la dignidad. Este libro es coherente con el proyecto de los Episodios, porque está escrito desde el punto de vista de la gente que resiste.
Pero tú ya estabas escribiendo el cuarto libro de los seis de tu proyecto 'Episodios de una guerra interminable' (Ya ha publicado Inés y la alegría, El lector de Julio Verne y Las tres bodas de Manolita)
Pensé que si Graham Greene pudo escribir una novela por la mañana y otra por la tarde yo también (ríe), y eso hice durante unos meses. Ya tenía consolidado y resuelto en un cuaderno el próximo, Los pacientes del doctor García, así que le dejé en un punto y me metí en 'Los Besos'. En realidad yo tengo muy trabajado el presente a través de mis artículos y columnas en El País: llevo años elaborando historias alrededor de la crisis y es un patrimonio mío. Fue el punto de partida, luego los tuve que reescribir y reorganizar para la novela.
La novela me recuerda una colcha de patchwork, hecha con retales de telas diferentes: aquí son retazos de muchas vidas.
Sí, y lo fundamental fue hacer un mapa mental del barrio. Necesitaba lugares trasversales, donde los vecinos se reúnan. Una peluquería, donde se junta la mitad femenina de cualquier barrio: jóvenes, mayores, ricas, pobres... ¡Como mi peluquera!, que dice que ya nadie viene a peinarse sino a teñirse, que recoge comida para Navidad... Luego, está el bar, y siempre la familia, porque yo siempre he escrito sobre familias. Ha sido un proceso complicado y sencillo a la vez, porque los libros que salen bien es porque tienes la sensación de que se escriben solos, y vas tú detrás con la lengua fuera. Es como cuando empiezan a caer las fichas de un dominó.
En esa familia hay una abuela memorable: Adela, profesora jubilada de griego, una crack de los juegos online, que entiende a sus nietos mejor que los padres...
En el libro los abuelos son muy importantes. Siempre he dicho que si a mi adorado abuelo Manolo Grandes -sale en todos mis libros- le trajera aquí y le dijera: 'mira qué crisis tan terrible', se partiría de risa y me diría: 'esto ni es crisis ni nada'. La gente de esa generación tenían una fortaleza, cultura y sabiduría que nosotros quizá no, y que desde luego nuestros hijos han perdido. Los españoles siempre hemos sido pobres: ahora no nos queremos acordar, pero ser pobre cuando éramos pequeños no era humillante ni vergonzoso, era un ingrediente de la vida. Había que luchar contra la pobreza pero eso no evitaba la alegría, la ilusión, la esperanza. Ese espíritu, ese ánimo de los abuelos es lo que le falta a los españoles de hoy para poder rebelarse. Pero aunque la crisis es la atmósfera del libro, no es un catálogo exhaustivo de situaciones de crisis, porque la novela -lo decía Don Benito (Pérez Galdós)- es un espejo de la vida, de una época, y la gente se enamora, se desenamora, se pelea o se aficiona a los videojuegos, como Adela.
Es que la pobreza de nuestros padres y abuelos tenía un componente de dignidad que luego, durante los años en que fuimos ricos, pasó a ser algo oscuro.
Y el libro es una reivindicación de la cultura de la pobreza. Nos haría bien recuperarla, estaríamos mejor armados para afrontar lo que nos espera, que es mucho. Recuperar este espíritu: no es un drama ni una derrota, es la condición de la vida. Mis tías abuelas, además de besar el pan cuando se caía al suelo, hacían tortillas francesas con el huevo que sobraba de rebozar, de un color horrible, marrón, y decían '¡pero si está muy rico!' Nuestro hijos no tienen ni puñetera idea de cómo se come eso.
Pero los jóvenes, que se enfrentan a un futuro muy incierto, sí están creando ahora una nueva cultura, más austera y solidaria...
Eso sí es Marca España. Yo viajo mucho por Europa y los periodistas extranjeros siempre me preguntan por qué no explota España. Y es porque entre todos hemos tejido una red para que no se caigan los que peor lo llevan. Redes familiares, con gente muy valiente y generosa que pone todo su esfuerzo y dinero -aunque sea poco-. Es una solidaridad distinta a la que cuento en Manolita, porque la conciencia política que integraba estos gestos en un movimiento colectivo ha desaparecido, pero queda el valor y generosidad de mucha gente. Por eso en 'Los besos en el pan', cuando tuve que escoger un bastión de resistencia colectiva, escogí un centro de salud: también es muy trasversal, todos lo necesitamos en algún momento de la vida. Este es un libro de combate: estamos tan obsesionados con los grandes temas y desafíos históricos que nos olvidamos de la gente que lo está pasando mal, y por eso lo he escrito, para no perder de vista el sufrimiento de la gente.
¿Y tú no te sientes tentada de pasar al combate político en primera línea, después de la experiencia de tu marido, Luis García Montero (fue cabeza de IU a la Comunidad de Madrid)?
La política no me tienta, y después de la experiencia de Luis, menos aún. Soy muy afortunada porque me gusta mucho mi oficio y no dependo de nadie para escribir. La fidelidad de los lectores, que son los que me dan de comer, la vivo siempre como un compromiso y una responsabilidad: no puedo escribir tonterías porque son mis patronos y no puedo defraudarles. Soy más útil escribiendo que metiéndome en política directamente. ¡Y además odio que me hagan fotos!
Pero siempre has tomado partido políticamente, y has apoyado a Izquierda Unida, ¿lo vas a hacer también de cara al 20D?
¡No! Sólo me voy a manifestar este 7 de noviembre contra la violencia machista... Yo he votado siempre por un partido con el que ahora mismo no me identifico por razones políticas y también personales. Se supone que tenemos más opciones, pero la verdad, no me apetece votar a ninguna. Y votaré, aunque tuve la tentación de no hacerlo, aunque Rajoy ponga las elecciones el 20 de diciembre, para que nos distraigamos pensando en la cena de Nochebuena. Pero, con toda certeza, no voy a apoyar públicamente ninguna opción política. Soy una mujer del siglo XX; echo de menos una cosa que parece que va a dejar de existir, un partido pequeño que no aspire a asaltar los cielos ni a gobernar, sino a representar valores con los que me identifico, ya sea con dos, tres o cuatro diputados en el parlamento. O eso o un (Jeremy) Corbyn, pero como no veo ninguno en el horizonte español...
¿Crees que ha sido buena la irrupción de los nuevos partidos políticos como Podemos? Independientemente del resultado que consigan en las urnas, ya se atribuyen un cambio sustancial en los modos de hacer política en España.
Dudo que realmente hayan transformado la política. Recibí con ilusión la irrupción de Podemos y desde luego la llegada de Carmena y Colau a los ayuntamientos de Madrid y Barcelona. Esas dos alcaldesas premian la movilización civil de estos tiempos. Pero como soy mujer del siglo XX, la mercadotecnia de Podemos me impide adherirme a ese partido... ¿Dicen que no son ni de izquierdas ni de derechas, que la ideología no sirve para llegar al poder? Lo entiendo, pero me sitúo al margen. En el fondo, soy una pitufa gruñona, tiene razón Pablo Iglesias. Ya no habrá bipartidismo, pero sí dos bloques, así que ideológicamente no cambia el panorama. ¿Han impregnado de cierta transparencia la política? Sí, saber que Esperanza Aguirre tiene 90.000 euros de ajuar es una conquista... pero pequeñita.
¿Cómo estás viviendo el pulso independentista en Cataluña? ¿Crees que los resultados del 20-D pueden despejar la vía a una solución?
Siempre he dicho lo mismo: habría que haber hecho un referéndum hace mucho tiempo. Por dos razones: la fundamental, porque sí existe el derecho de autodeterminación si hay conflicto. Pero sobre todo, por los efectos terroríficos de que no se haya hecho. Rajoy y Mas se retroalimentan permanentemente: Rajoy para ganar votos en Cuenca y Mas para que no le salpique el 3%. Es una dinámica perversa, que paraliza la vida de este país, que tiene muchos problemas... Y hay mucho teatro, como vimos el pasado lunes en la sesión del Parlament con Forcadell. Promover una declaración de independencia con el 48% de los votos es algo tan loco, tan inconcebible... pero cómo no va a tener solución. Me acuerdo del País Vasco: las cosas son infinitamente peor cuando corre la sangre y hay cadáveres en la mesa de los forenses. Si allí se ha solucionado, ¡cómo no en Cataluña! Y lo que está haciendo la CUP me duele, aunque no sea catalana. Que un partido anticapitalista, aunque sea de inspiración anarquista, diga que se sientan a negociar con Convergencia... Habría que hacer las cosas de forma distinta. Me parece una irresponsabilidad gastar el dinero en campañas y banderas, ¡quizás en unas nuevas elecciones!, cuando hay tanta gente que lo está pasando mal.
Eso nos lleva de nuevo a tu libro: dice uno de tus personajes que hay que ser muy valiente para pedir ayuda, y más valiente aún para aceptarla. Es el aparejador que acepta un empleo como portero...
Es otro de mis personajes favoritos, el tipo de héroe al que más admiro. Volvemos a la era Galdós, a esas señoritas que empeñaban las sábanas y dormían con abrigo, pero tenían la salita impecable para recibir... Este es un libro de resistentes, y la emoción de los resistentes es la alegría, no la tristeza. No es un libro optimista pero sí esperanzado: hay personajes que encuentran la salida, la oportunidad para ser felices. Como yo nací optimista, ser pesimista me desordena, me produce una quiebra sentimental.
Quizá por eso Los besos en el pan no es un libro triste.
Y no descarto volver sobre este tema: esta crisis producirá una gran literatura, porque lo que estamos viviendo es épico -para mal, una épica desgraciada-. Afecta a toda sociedad, menos a cuatro millonarios, y va a cambiar la forma de vida de este país. Generará literatura apasionante, y mi libro es como un boceto, una mirada de urgencia, que tendrá que cristalizar cuando cristalice esta realidad. Pero todavía no sabemos cómo. Es un libro impresionista.