Las razones por las que la nueva ola de violencia en Israel y Palestina no es (aún) una Intifada
Las afirmaciones tajantes cuando se habla del conflicto entre Israel y Palestina son una temeridad. Tan enredada está la madeja, tantos elementos entran en liza en cada paso, en el desenlace de cada episodio, que es imposible decir "sí", "no" o todo lo contrario sin un margen de error notable.
Estos días, la prensa mundial se pregunta si, tras semanas de violencia intensificada, estamos ante una nueva Intifada (levantamiento, en árabe). Sería la tercera, tras las de 1987 y 2000. La respuesta más cercana a la realidad es que no o, al menos, no aún. Hoy tratamos de explicarte por qué es pronto para recurrir a una etiqueta que es sinónimo de insurrección total, de resistencia y de dolor.
Hay una diferencia clara entre las Intifadas previas y esta que algunos medios de Israel llaman la la "Intifada de los cuchillos". Se trata del número de víctimas: la oleada de los últimos nueve días se había cobrado la vida de 20 palestinos (seis de ellos, supuestos agresores) y cuatro israelíes. En las últimas 24 horas han muerto 10 palestinos, además, en Gaza, donde inicialmente no se habían registrado víctimas mortales en esta nueva oleada de violencia. Hay al menos 50 personas heridas, el 85% de ellas, árabes. Lógicamente, las dos Intifadas reconocidas como tales duraron años (1987-1990 y 2000-2005), pero desde el principio sus cifras fueron notablemente superiores, entre tres y cuatro veces superiores. En total, 8.000 personas murieron entre atentados, ofensivas armadas y represión.
En lo que va de año, 38 civiles han perdido la vida en la zona, 30 palestinos y ocho israelíes. Son datos de Naciones Unidas.
Las Intifadas previas se iniciaron con sucesos que desbordaron un vaso ya lleno de meses y años. Pero en ambos casos hubo un detonante reconocible.
El 8 de diciembre de 1987, un coche con palestinos que regresaban a su casa desde el trabajo fue embestido por un camión militar israelí. Hubo cuatro árabes muertos y otros tantos heridos. Ocurrió en Gaza. Los palestinos tomaron este acto como premeditado, se dijo que el conductor israelí era familia de un colono asesinado en la franja sólo dos días antes y que había actuado en venganza.
El 29 de septiembre de 2000, el entonces líder de la oposición israelí, Ariel Sharon, visitó la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, el tercer lugar santo más importante para los musulmanes. Los palestinos interpretaron este paseo como una provocación imperdonable por parte de un hombre señalado, por ejemplo, por las matanzas de Sabra y Shatila en Líbano. Se produjeron incidentes en la zona, que con las horas contagiaron a toda Cisjordania y el este de Jerusalén.
Vayamos más allá. Como escribe Gabriel Ben Tasgal, analista político argentino-israelí, hay tres elementos que, dice, pueden definir lo que es o no una Intifada: que haya "acciones múltiples de violencia contra civiles", "el respaldo de las principales instituciones palestinas" y que se constate "un cierto nivel de cooperación entre las distintas facciones", desde la administración palestina a grupos armados como Hamás o la Yihad Islámica.
Revisando los tres, se podría hablar quizá de "antesala", sostiene, pero no de Intifada como tal en este instante. No hay cercanía entre el Gobierno y los islamistas, no hay unidad de acción, no hay apuesta por la violencia -que Palestina rechazó tajante en los Acuerdos de Oslo y que el antiguo rais, Yasser Arafat, llegó a justificar en ocasiones puntuales en la última intifada como legítima defensa-, no hay células activas en Cisjordania o el este de Jerusalén. De hecho, los apuñalamientos, atropellos o disparos por parte de palestinos son casos que la propia Policía israelí reconoce como obra de "lobos solitarios".
En absoluto hay nada parecido a las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, el brazo armado del Fatah de Arafat y del actual presidente, Mahmud Abbas, que apueste por cometer actos violentos.
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Jóvenes palestinos lanzan piedras en Shuafat, un campo de refugiados del noreste de Jerusalén.
Ali Jarbawi, profesor de Políticas en la Universidad de Birzeit (Cisjordania), amplía este razonamiento. Dice que una Intifada es más "seria y organizada", cuando lo que se aprecia estos días es "la esperanza perdida de una generación que se ve sin futuro, con más del 60% de paro y la ocupación en la puerta de casa". "Es más una movilización juvenil, con grados de intensidad. Ya se habló de Intifada en el otoño de 2014, cuando Israel la llamaba la "intifada de los atropellos", pero aquello tampoco lo fue", sostiene.
No son las facciones armadas clásicas las que están perpetrando los ataques, no hay lemas y casi no hay banderas -las de Fatah en algunos entierros-, "lo que es un síntoma de la falta de confianza de los palestinos en organizaciones y en lealtades que, hasta hoy, no les han aportado soluciones. Carecen de referencias y líderes a los que seguir, que señalen objetivos", abunda el profesor. No hay siquiera un estructura de partidos que den órdenes, como por ejemplo pasó en la última Intifada con las formaciones de izquierda.
Según el Palestinian Centre for Policy and Survey Research, los palestinos no se definen claramente. Un 57% apoyaría una nueva Intifada, pero un 63%, a la vez, sostiene que el camino para lograr su objetivo de un estado propio con los derechos que ello conlleva es el de la no violencia. Las heridas en Palestina siguen muy abiertas tras la Intifada que acabó en 2005, muy sangrienta, origen de las penas de prisión de cientos de hermanos, primos o conocidos. Sin estar convencidos de que a violencia aporta soluciones -nunca las ha traído a los palestinos-, no hay movilización.
El presidente palestino Abbas no alienta la insurrección. Ha hecho un llamamiento público a su pueblo para que no haga uso de la violencia para defenderse de la ocupación de Israel, rechazando cualquier iniciativa que no sea "no violenta". "No queremos una confrontación armada con Israel (...) Deben usarse medios pacíficos, nada más", defendió a principios de esta semana.
No le vendría bien una estampa de violencia extrema ya que no tiene capacidad policial de controlarla y podría volverse en su contra, con una población desesperanzada que puede culparlo -ya lo hace, cada vez más, la base juvenil- de su vida sometida.
Existe finalmente un elemento contundente, físico, que hace diferente la situación: ahora existe un muro de 700 kilómetros, declarado ilegal por la justicia internacional, que aísla por completo Cisjordania y algunos barrios de Jerusalén Oriental del territorio de Israel. Las patrullas, los checkpoints y las limitaciones de permiso de trabajo, estudio o tratamiento médico completan una estructura de blindaje que ha evitado que se cuelen posibles atacantes.
El que ha sido máximo negociador palestino, Saeb Erekat, ha publicado una tribuna en Newsweek en la que defiende que se deje de hacer la pregunta de si hay o no Tercera Intifada, "porque esa pregunta ya no es relevante para el pueblo palestino" frente a la ocupación, sufrida día a día "en casi medio siglo". "Esa es la principal fuente de violencia de nuestra región", sostiene, la "opresión y humillación diaria". Palestina, recuerda, hace un año que pidió la ONU protección internacional. Nada se ha hecho y la frustración se acumula.
Los medios internacionales han comenzado a poner el foco en la violencia de la zona tras las limitaciones de acceso a la Explanada de las Mezquitas -en pleno año nuevo judío, hace unos 10 días-, pero la zona estaba un poco más caliente de lo normal desde este verano, cuando unos colonos quemaron vivos a tres miembros de la familia Dawabsha, padre, madre e hijo de año y medio; el otro hijo, de cuatro años, sigue ingresado con graves quemaduras.
Este caso fue un golpe anímico muy duro para los palestinos, que además a día de hoy siguen esperando a que Israel detenga a los culpables. Frente a eso, las redadas inmediatas que el Ejército israelí inicia en su territorio en cuanto hay un robo o agresión en una colonia -en las que viven ilegalmente cerca de 600.000 personas, indica la ONU-. Ahí las detenciones son rápidas, sin duda.
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Entierro del niño de 13 años tiroteado por Israel en Belén (Cisjordania).
Al goteo de muertes de los Dawabsha tras días en el hospital, sin arrestos, sin justicia, a la "impunidad" que denuncia la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), se han sumado los choques entre jóvenes árabes y judíos ultraortodoxos en Jerusalén, el cierre de Al Aqsa y toda la Explanada de las Mezquitas, la consiguiente tensión en las calles de la ciudad vieja jerosolimitana, en la que conviven ciudadanos de los dos lados, los apuñalamientos (más de palestinos a israelíes, pero también a la inversa)... Más aún: se ha acumulado el malestar de cada año cuando el único paso de Gaza -ya una minúscula grieta de salida y entrada- se cierra por completo por las fiestas judías y la violencia colona de la temporada de la aceituna, con tala y quema de árboles.
Se hilaban los casos de violencia e Israel respondía con dureza, "una lucha sin descanso", como la denomina el primer ministro, Benjamín Netanyahu. Se han sucedido las demoliciones de casas de atacantes árabes, las redadas en campos de refugiados que han dejado más de 300 detenidos, las cargas con balas reales y de goma y gases lacrimógenos frente a los cuchillos, piedras y cócteles molotov al otro lado. En mitad de las refriegas, otra muerte más dolorosa que las demás que ahondó la rabia, la del niño de 13 años Abdel al-Rahham Shadi Abdala Obeidallah, tiroteado por Israel en Belén. El Ejército ha reconocido que le disparó por error.
El caliente magma se adereza de mucha frustración política, larga de décadas: un estado palestino que reconoce medio mundo pero no las grandes potencias que tienen verdadero peso decisivo; un conflicto del que nadie se acuerda porque por delante están Siria o Ucrania -el presidente de EEUU, Barack Obama, ni lo sacó a relucir en su último discurso en la Asamblea General de la ONU-; una resolución ante el Consejo de Seguridad que siempre se promete y nunca sale adelante, reclamando el fin de la ocupación; el anhelo de llevar a Israel a la Corte Penal Internacional que no se materializa; la falta de elecciones en Palestina desde 1995; la sensación de que sus líderes no valen para poner fin al conflicto; el llamado status quo que no cambia, y que en realidad no es status quo, porque cada día que pasa hay situaciones que desgastan, que empeoran las vidas de los palestinos...
Medios israelíes y palestinos llevan publicando desde el jueves que se están llevando a cabo diversas reuniones de los departamentos de seguridad de los dos gobiernos para intentar calmar la situación. Algo se mueve. La prensa de Israel sostiene que incluso Netanyahu va a proponer una serie de medidas, de las que nada se sabe aún, para convencer a Abbas. La evolución de la crisis en los próximos días será determinante para acercanos o alejarnos de una etiqueta, la de Intifada, que es más un "chiclé", como lo llama Joan Cañete, ex corresponsal de El Periódico de Cataluña en la zona.