Atenas acoge a los refugiados que nadie quiere en Europa
Estadio Galaxia, el nuevo lugar de acogida de los refugiados que llegan a Grecia.
ATENAS-- Los estadios de los Juegos Olímpicos de Grecia 2004 ya tienen uso: acoger a los refugiados de segunda categoría, en su mayoría afganos pero también paquistaníes, mongoles, eritreos y otras nacionalidades que no quieren los países de la Unión Europea. Tras más de una década de abandono y deterioro, el estadio Galaxia acoge desde la tarde del pasado jueves 1 de octubre a más de 1.100 personas. Muchos de ellos pasaron antes por el estadio Tae Kwo Do, el de artes marciales, para ser luego trasladados al viejo aeropuerto de Elinikón. El Tae Kwo tenía que ser limpiado para celebrar unos juegos europeos de lucha greco-romana y además, se quedaba pequeño ante la avalancha de las últimas semanas.
No hay Gobierno griego que no haya pensado en cómo rentabilizar las deterioradas instalaciones de las Olimpiadas, de cuyo coste nadie tiene una idea real. Las cifras que se manejan van desde los 5.000 a los 27.000 millones de euros. En cualquier caso, el desmadre económico de los JJOO fue la punta del iceberg de lo que ocultaba la economía griega.
Mientras Europa mira con sospechas las maniobras de Putin en Siria, EEUU se equivoca y bombardea un hospital afgano de Médicos Sin Fronteras y Tsipras aplica las primeras medidas del Memorándum impuesto por Bruselas, en Atenas hay un continuo trasiego de miles de personas, de una plaza a otra donde molestan a los vecinos; de un estadio a otro, donde no estén expuestos a la ira de Amanecer Dorado y se les dé trato humano, con baños y techos sobre sus cabezas. Otros griegos mantienen que se les está confinando para quitarles de la vista de turistas y ciudadanos, que estadios y centros de refugiados como el de Eleonas, creado por Syriza, se convertirán en guetos y aquí se quedarán, con el correspondiente coste para la economía griega.
Centro de Refugiados de Eleonas, Grecia.
Entre los 2.000 refugiados que llegan cada día al Puerto del Pireo y que los transbordadores de la compañía Venizelos trasladan a Atenas desde Lesbos, Samos o Kos, apenas hay ya sirios. Ellos y los pocos iraquíes que llegan cada mañana a la Plaza Omonia para sacar su billete camino de la soñada Europa del Norte, son refugiados de primera clase. Tienen dinero, el documento de la ONU que les legaliza como refugiados, muchos hablan inglés y son aprovechables como mano de obra en la industria del petróleo. Los afganos y otros refugiados de países africanos o asiáticos son de segunda categoría.
Mañana del miércoles, 30 de septiembre, víspera de que entre en vigor una parte de lo firmado por Tsipras en Bruselas: la subida del IVA para las islas del mar Egeo, la reforma del sistema de pensiones y la eliminación del subsidio de gasóleo a los agricultores. No es el mejor clima para pasear por la Plaza Victoria, a punto de reventar de refugiados tirados por el suelo. Hace unos días que se repartieron tiendas de campaña para dar un techo a mujeres con bebés, niños de tres o cuatro años, cientos de jóvenes y muy pocos ancianos.
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Plaza Victoria en Atenas, antes del desalojo.
Chafour Atari ha llegado hace un rato a la Plaza Victoria. Ella, su marido, hermanas y primos, más tres o cuatro niños, llegaron el día anterior a Lesbos. El transbordador los ha dejado este amanecer en El Pireo, donde los “griegos nos han tratado muy bien, no como los turcos. Nos han dado juguetes para los niños, ropa y comida”, explica sin soltar la mano de su marido. Chafour le pregunta si puede ser grabada y aceptan. Su calma y aparente felicidad solo se comprende, añade, cuando recuerda lo que han dejado atrás y mira a sus hermanos pequeños, jugando con los peluches.
Hay muchos griegos que cada día acuden a la plaza a repartir comida entre los refugiados, pero la solidaridad se ha deteriorado a pasos agigantados en los últimos días. Desde que instalaron las pequeñas tiendas de campaña, un rumor recorre los comercios que rodean Victoria. "Si a mitad de esta semana no se los han llevado de aquí, los sacarán entre los vecinos y los de Amanecer Dorado” cuenta Mantzouratos Cerasines, dueño de la óptica Mantzoypatoe, en una esquina de la gran plaza. Mantzo habla español, estudió en Madrid, en el barrio de San Blas. "Desde el lunes 21 de octubre (el día después de la segunda victoria electoral de Tsipras) han ido llegando más y más. Al ganar Syriza, saben que las leyes van a ser menos duras con ellos. Mi negocio se ha resentido, la gente no cruza la plaza. No por miedo, sino porque es difícil poner un pie entre tanta gente". El óptico señala los restos de sangre de una pelea la noche anterior entre refugiados y se queja de lo que todos los comerciantes y vecinos. Pusieron tiendas de campaña, pero no servicios, con lo que muchas de las calles adyacentes están impracticables.
Mantzouratos Cerasines, dueño de la óptica Mantzoypatoe en la plaza Victoria de Atenas.
Mantzouratos asegura que va a esperar seis meses -el tiempo en el que todos piensan que habrá nuevas elecciones en Grecia- y si no cambia nada, cerrará la óptica. El local es suyo, aunque nadie sabe cuánto le darían ahora si la plaza sigue siendo el lugar de acampada de los refugiados de segunda clase. Que son de una categoría inferior a sirios e iraquíes lo verbaliza sin problemas Tassos, el kiosquero más antiguo de Victoria, simpatizante de Amanecer Dorado. En sus tiempos jóvenes emigró a EEUU; hoy vende chuches, tabaco, periódicos, agua, bebidas gaseosas, galletas y bollos, uno de esos kioscos repletos de todo para emergencias y que abundan por todo Atenas. Tassos habla, mientras vigila por los espejos retrovisores que tiene colocados en los aleros y despacha Marlboro y bebidas gaseosas a jóvenes emigrantes, que sorprendentemente tienen cuatro euros para pagar el paquete de tabaco. De vez en cuando, alguno intenta colar monedas turcas entre euro y euro. “Muchos tienen teléfonos móviles. Y dinero, yo creo que son de las mafias y se aprovechan de los más débiles, de los recién llegados, que no saben ni dónde están. "Vienen aquí porque saben que las fronteras están abiertas, no hay nadie para controlar. Nuestros políticos están equivocados. Es un problema de filosofía, de cultura y no lo entienden. Esta gente tiene otra religión, otra forma de vida. La cosa está mal en Grecia y la partida la estamos perdiendo. Entre todos estos que hay en la plaza, sabemos que puede haber de todo (baja la voz para referirse a posibles islamistas fanáticos), pero no se ponen los medios para identificarlos”, remata, mientras exige a un grupo de jóvenes que detallen todo lo que han cogido de la nevera.
El kioskero Tassos, en la Plaza Victoria de Atenas.
El jueves 1 de octubre, mientras la mayoría de los griegos hacía gala de su habitual humor negro sobre los nuevos impuestos –“a mi padre, por fin, le van a llevar a la cárcel y me ahorraré la residencia, porque allí tendrá cama y comida gratis”, comentaba un taxista a un motero a través de la ventanilla-, la Plaza Victoria sufrió una transformación radical. Más de 1.000 refugiados fueron trasladados al Estadio Galaxia, en el camino hacia el famoso Estadio Olímpico, que hoy se cae a pedazos y hace una década proporcionó a los griegos los últimos destellos de orgullo ante el resto del mundo.
“Sobre las doce de la mañana llegó el ministro de Emigración y Refugiados, acompañado de médicos, voluntarios y policías. Hasta las ocho de la tarde estuvieron llevándose en autobuses a todos los que quisieron subir, sobre todo familias con muchos niños y alguna persona mayor. También cientos de jóvenes. Todo se hizo de buenas maneras. Cuando terminaron, los servicios de limpieza se emplearon a fondo” explica Panorea, que ayuda a su marido Tehodoros en el negocio de pastelería que tienen en Victoria. La tienda es un clásico de la plaza, sus dulces - “ojo, somos de Mitilini, la capital de Lesbos, y por eso saben diferente”, asegura Theodoros- hacen salivar solo con su olor.
Entre el miércoles y el jueves no aparecieron los de Amanecer Dorado, pero sí hubo una manifestación de los vecinos. “No nos manifestamos por racismo, sino porque desde que pusieron las carpas pequeñas se instalaron a cientos. Como no pusieron servicios, hacían sus necesidades por donde podían” se apresura a aclarar Panorea, que no quiere ser acusada de racismo. El matrimonio se declara simpatizante de Syriza y también tienen muy claro que en las avalanchas que llegan desde las islas hay refugiados de primera y de segunda.
“Están viniendo menos sirios, eso desde luego. Se los distingue claramente. Los sirios son limpios, no tiran las cosas al suelo, tienen dinero y son educados. Los afganos no tienen ni educación ni cultura”, cuenta Panorea. Es primera hora de la tarde y la plaza está de nuevo llena de refugiados. A medida que los barcos les dejan en El Pireo, los refugiados se dirigen hacía el punto de encuentro, la Plaza Victoria. La información se transmite de unos a otros con rapidez por los móviles, el objeto más preciado de los que llegan. Theodoros mira hacía la plaza y asiente, tranquilo. Mantiene que después de las ocho de la tarde vendrán de nuevo autobuses para llevar a los recién llegados al Estadio Galaxia.
La plaza Victoria de Atenas, después del traslado de los refugiados.
En El Pireo, dentro del transbordador que trae cada día a 2.500 refugiados desde las islas, Lesbos fundamentalmente, uno de los encargados del barco descansa en la entrada. “Cada mañana o cada noche recogemos a unos 2.500. Los que han sobrevivido a la travesía desde la costa turca. Ya los puedo distinguir por sus ropas, el color de la piel, sus formas de moverse. De esos 2.500, en las últimas semanas ya no habrá más de 300 sirios. La mayoría son de Paquistán, de Afganistán, Mongolia... Ya ni recuerdo. Los sirios son los únicos que tienen dinero, son más educados. Esta semana, en vez de ir todos los días, hemos ido un día sí y otro no” añade el marinero, que se disculpa y retrocede hacia la boca oscura del gran barco.
En su lugar, toma la palabra otro marinero: Andreas, de Salónica. “No hay muchos incidentes, la mayoría de los viajes se hacen con calma, se portan bien. Los sirios tienen móviles y dinero. A veces hay una bronca entre ellos y otros de países africanos, porque intentan robarles los teléfonos móviles. Más de una vez, cuando les vamos a separar, alguno de los más jóvenes nos dice: “no me toques, que estamos en Europa”. Andreas continúa la charla con lo mal que está la situación en Grecia, mientras tira de llaves para mostrar un llavero con el rostro de Georgios Papadopoulos, líder de la Junta de Coroneles que dio el golpe de Estado en 1967. “Con éste no pasaba nada esto”, remata. La frase retumba en los oídos por conocida, por temida.
Andreas trabaja en los transbordadores que trasladan refugiados a El Pireo.
LOS REFUGIADOS DE PRIMERA EN LA PLAZA OMONIA
A las 11 de la mañana, en la Plaza Omonia de Atenas comienzan a aparecer sirios con sus bolsas de deporte y sus mochilas, las pocas pertenencias que han sobrevivido al largo viaje que empezaron en Damasco o en alguna otra ciudad en guerra, ya esté tomada por las tropas del aún presidente El Assad o por el Ejército Islámico o Daesh. Los hombres están de pie, esperando que alguien de la agencia de viajes -ya sea un turco kurdo o un tunecino que trabaja en la agencia "GR Bollyood"- les recoja y atienda, para continuar su viaje hacía Alemania, Suecia, Austria.
Su aspecto es diferente a los afganos de la Plaza Victoria. Algunos podrían pasar por europeos haciendo turismo, si no fuera por el cansancio y porque son familias completas, con hombres que a veces rayan la cincuentena, además de jóvenes, mujeres y niños. Entre los afganos es difícil encontrar hombres y mujeres con más de 50 años.
En las dos últimas semanas, el paso de sirios ha disminuido notablemente, pero aún pasan por Omonia en busca de la agencia de viajes donde sacar su billete para el autobús que esta misma noche les llevará hasta el norte de Macedonia, desde allí a Serbia o Croacia. Ya saben que por Hungría, ni asomarse. Luego Alemania, Austria o Suecia, los destinos más citados.
Rahaf es una exestudiante de Económicas en la universidad de Damasco que no acepta ser grabada, pero sí hablar. Están en la puerta de la agencia de viajes, cerca de Omonia, donde compran los billetes que esa misma noche les llevaran hasta Macedonia. Han llegado esa mañana. Les acompaña la familia de otro amigo, un constructor en Damasco. “Hemos vendido nuestras casas, nuestros coches y todas las cosas de valor que teníamos. También nos han ayudado otros familiares”, explica Rahaf, mientras a su lado, el constructor le recuerda lo que han pagado por el viaje para que lo traduzca. “El viaje de Damasco a Atenas nos ha costado 1.350 dólares por persona, llegamos ayer a Mitilini. Somos diez personas y esos bultos que están ahí es todo lo que queda de nuestro equipaje. Lo demás, lo tuvimos que tirar por la borda en el viaje de Turquía aquí”.·
Mientras Rahaf se explica, otra de las jóvenes que está con ella -ambas escondidas tras las gafas de sol- le apunta la amabilidad de los griegos, mientras que los turcos poco menos que les echaron fuera a trompicones. “Los campos de refugiados en Turquía están repletos y nos tratan fatal”, apunta el constructor, mientras otro de los miembros del grupo sale de la agencia con los billetes para los diez. Hasta Macedonia, cada ticket ha costado sólo 40 euros, una cantidad insignificante para un trayecto de más de 600 kilómetros. La familia de Rahaf se quedará en Alemania, donde les esperan unos viejos amigos. La del constructor continuará hasta Suecia, allí tienen dos primos.
Rahaf y su familia, recién llegados a Atenas camino de Alemania.
Nidolaos Belhads Aliman es un tunecino que trabaja para la agencia de viajes GR Bollyood. Cada mañana espera en Omonia a los sirios que llegan desde Lesbos o Kos e incluso Samos, las islas más cercanas a la costa turca. "En las últimas semanas están entrando muchos menos refugiados sirios, pero sí que llegan más afganos y paquistaníes. Hay muchas diferencias entre unos y otros. Los sirios y los iraquíes vienen mucho más organizados. Suele haber algún miembro que habla inglés, tienen dinero para pagar los pasajes hasta aquí y de aquí a la frontera. No vienen a quedarse. A veces no permanecen aquí ni un día. Muy al contrario, quieren salir hacia Macedonia cuantos antes. Van a Alemania, Suecia y también Noruega. A menudo tienen allí algún conocido, les dan trabajo en las plataformas de petróleo. Es otra cultura. Sin embargo, los afganos llegan perdidos, no saben ni dónde están”.
Pero también entre los sirios hay categorías. Amir Mohamed Jalaf es un kurdo sirio. En Omonia espera a otros compatriotas con su mujer, dos hijos y sus esposas, más dos niños, al lado del traductor de árabe al griego. No hablan inglés, han llegado huyendo de una ciudad al norte de Damasco. En su larga travesía, han visto cientos de cadáveres en el mar y pese a todo, ahora se siente más tranquilo. En un momento de la charla, Amir se da la vuelta y enseña las cicatrices de las torturas de la policía secreta siria por ser kurdo. Con él viajan siete personas más, dos de ellas niños. Sólo quieren seguir hacía el norte, tiene dos primos en una pequeña ciudad de Alemania donde les están esperando.
En lo que va de año, Grecia ha recibido unos 400.000 refugiados según ACNUR. Sigue siendo el mayor punto de entrada por vía marítima. Solo en septiembre, más de 168.000 personas cruzaron el Mediterráneo, una cifra que quintuplica la de septiembre del 2014.
Mientras desde Bruselas se aplican a vigilar con lupa que el Gobierno cumpla las nuevas medidas de austeridad, los griegos se preguntan qué va a pasar con todas estas gentes que ocupan estadios, centros de refugiados y calles. La economía más deteriorada de Europa arrastra una carga más, la que no quieren los vecinos del Norte. Y una pregunta sigue en los corrillos de los cafés de Atenas. “¿Por qué a nosotros nos castigan por no pagar deudas y los húngaros de Víktor Orbán, que se saltan la ley internacional de acoger a los refugiados, nadie les sanciona?”.