La foto de Aylan rescata el debate sobre la influencia del fotoperiodismo
"He estado en tres misiones internacionales y he visto de todo, pero no sé qué tiene esta foto, que no paro de llorar. Es que la encuentro en el Telediario y me tengo que levantar de la mesa para que mis hijos no me vean". Habla un oficial de la base de Cerro Muriano (Córdoba), de la Brigada de Infantería Mecanizada Guzmán el Bueno, un militar de carrera, forjado fuera de España, con los ojos y el corazón entrenados. Y, aún así, Aylan le puede.
El cuerpo ahogado de Aylan Kurdi ya es un icono, el símbolo máximo de la diáspora de los suyos -no sólo los sirios, sino todos los perseguidos que se mueren en el Mediterráneo-. Su estampa en la orilla ha sido ese puñetazo en el estómago tan tan tan fuerte que hace que, sin remedio, abras los ojos, aunque nadie sepa por cuánto tiempo durará el dolor y la lucidez.
De la fuerza de la imagen tomada por la reportera turca Nilüfer Demir ya no hay duda. Ha movido hasta los cimientos de la Unión Europea. Pero ¿qué hace de esta foto algo tan único, cuando llevamos cuatro años viendo muerte y desastre en Siria, o décadas sabiendo del horror de Iraq, cuando España conoce en costa propia la muerte de los inmigrantes en el Estrecho?
Gervasio Sánchez, uno de los fotoperiodistas fundamentales de España, forjado en conflictos que van de Nicaragua a los Grandes Lagos, pasando por los Balcanes, cree que el poder de movilización de la foto está en que "este niño tiene nombre y apellidos, esa es la esencial diferencia". "Habitualmente reducimos todo a ceros: los heridos, los mutilados, los escapados... Es una orgía de ceros. Olvidamos que todas las listas tienen nombres e historias y que están inconclusas, además. Si los ciudadanos no reciben esa particular historia no interactúan con ellas", se lamenta.
Sánchez da la explicación, pero no por eso le duele menos esa explicación, por lo que supone de ceguera rutinaria de los ciudadanos. "La foto logra concienciar al público para que cambie y tome conciencia del gran drama. Al tiempo, sin embargo, hay una contradicción evidente: por cifras, en los últimos meses se han ahogado miles de personas en el Mediterráneo, entre ellos cientos de niños, y nadie ha hecho nada. ¿Por qué ahora sí? Parece que la gente está dormida y no se hace a la idea de lo que es que un niño se ahogue. A Aylan lo ven tendido en la arena, como dormido, ven que no le falta nada... Cuando lo más habitual es que los ahogados lleguen en muy malas condiciones, comidos o decapitados por los animales. Eso no lo ven. Es como si el público no se hiciera a la idea de lo que es ahogarse o estar bajo las bombas en Siria, cuando es el pan nuestro de cada día, es la mierda diaria. Nos rasgamos las vestiduras pero olvidaremos y volveremos a las andadas, porque así es durante décadas, hay muchos muertos ya olvidados que no tienen ni derecho a estar en una estadística. Aylan, con su calma, cuenta todo eso que no quiere verse, la verdad más dura", abunda.
Nada cambia, concluye, porque haya más redes sociales multiplicando la imagen. "Los ciudadanos siguen siendo pasivos, cobardes, nunca se hacen preguntas a priori, necesitan ser instigados por un impacto mediático".
Su colega Emilio Morenatti, jefe gráfico de Associated Press en España y Portugal, explica vía correo electrónico a El Huffington Post que no sabe bien por qué "esta imagen y no otra nos golpea y nos agita la conciencia". En su caso, su retina guarda igualmente mucha triste memoria con la que comparar, de Palestina o Afganistán. Recientemente, ha estado cubriendo para su agencia el intento de refugiados e inmigrantes de cruzar desde Calais (Francia) al Reino Unido, a través del Eurotúnel. Y, aún así, cuesta responder.
"No sé bien por qué he llorado mirando el cuerpo de Aylan inerte en esa orilla. No sé por qué la foto de un solo niño muerto puede más que la de decenas de cadáveres escupidos también por el mar. Me gustaría saber por qué esta vez, viendo la foto de Aylan, no salgo a flote de nuevo, como hice con otras imágenes de niños muertos que yo mismo tomé, y me quedo sin fuerzas hundido en mi propio llanto -escribe-. Probablemente sea porque tengo una hija de dos años que me recuerda a Aylan, y los zapatitos de ese niño muerto son como los que yo le pongo a mi hija cada vez que la visto por la mañana, y su pantalón, y su camiseta roja. Puede que sea porque pienso en su padre y siento entonces como padre, y me quiero morir".
Morenatti reconoce que "la foto de Aylan, un niño de piel blanca y bien vestido, ha despertado nuestras conciencias porque podría evocarnos a nuestro propio hijo muerto, por lo menos así creo que es en mi caso. En todo caso, el fotoperiodismo ha vuelto a hacer su papel imprescindible, que es de agitar conciencias. La muerte de Aylan no tiene precio pero al menos el drama ya tiene un icono para el paso de la historia".
MENOS EXPLÍCITA, MÁS "NUESTRA"
Françes Fernández, psicólogo social, ahonda en la lectura fijándose, además, en lo que queda explícito. La foto de Aylan suma diversos factores que ayudan a que una "sociedad acomodada y aséptica" de pronto se vea implicada por un desastre, sin sentir repulsa. "Cuando hay gente que apaga el televisor porque, si come con las noticias, le sienta mal; cuando hay quien pasa la página de un diario porque la foto es dura; cuando todos los mensajes vienen ya edulcorados o con advertencias... Cuando eso se suma, la gente quiere una verdad descafeinada y la de este niño, aún siendo una durísima, cumple con esa necesidad", sostiene.
A su juicio, es esencial para entender su impacto la "concreta imagen" de una sola persona, no de un colectivo; el hecho evidente de que el dolor de la infancia "llega más"; que es un pequeño "que podría ser el de cualquiera, incluso por el color de piel"; que la tragedia que lo ha matado está lejos pero su muerte no, ocurre en las costas europeas, y el factor proximidad "acrecienta la empatía"; que "ante el rechazo que genera la sangre o la mutilación, Aylan es algo limpio".
No se puede desdeñar, añade, que pese a que la solidaridad "es un sentimiento hermoso que casi todos albergamos", la sociedad se encuentra "en una fase individualista muy fuerte", que hace que "miremos hacia adentro". "Es más complicado romper esa coraza de indiferencia, de que todo el mundo está mal y yo también, con dramas globales. Una historia individualizada llega, toca nuestros sentimientos. Pasa, por ejemplo, con los desahucios", compara.
ENTRE EL LEVANTAMIENTO Y EL CANSANCIO
Lo interesante, añade, es que sin esta foto-puñetazo en vez de rebeldía ciudadana se podría haber acabado en una "insensibilización", por exceso de colas, de trenes, de barcazas. Claro, depende también de lo que afecte a cada país, "pero a veces la frontera entre lo que genera acción y lo que genera cansancio es débil".
A todo eso hay que sumar el eco de los medios. Lo que impacta es primera plana y minuto de oro. No deja de programarse y repetirse. Y, a fuerza de golpes, entra. Si el eco se multiplica con las redes sociales, la imagen se fija. Es una retroalimentación clara. "Los medios lo dan porque llega y llega más porque ellos la repiten", sostiene Manuel Castellano, catedrático de instituto sevillano especializado en análisis del discurso.
En su caso, cita a Susan Sontag y una de sus obras esenciales, Ante el dolor de los demás. "La fotografía en particular -comparte con Sontag el profesor- dota de realidad a unas realidades tangibles que los más privilegiados queremos ignorar. El fallo garrafal es que los humanos no hemos sido capaces de ser empáticos y de tener esa realidad presente. No nos imaginamos siquiera que el drama puede ser así. Lo grotesco nos espanta y aleja, aunque se digiere bien en la ficción. En la prensa, genera escándalo. Lo menos estridente, como esta foto, y con un menor, nos deja asumir eso que no vemos habitualmente", señala.
Por eso, insiste, la sociedad occidental tiene que mirar la foto "hasta que le sea inolvidable de verdad y, por tanto, imposible de consentir que se repita". A su juicio, más allá de analizar qué tiene esta foto de diferente, hay que analizar quién mira esa foto y el "momento de vergüenza" en el que se recibe. "Quien más, quien menos ha estado este verano en la playa. Suma componentes en la ecuación: playa, niños, acumulación de noticias, conciencia sucia por no atender dramas como el sirio. Todo cuenta", concluye.
LOS EFECTOS Y LOS PICOS MEDIÁTICOS
Frente a los más críticos, Gervasio Sánchez estima esencial poner en valor lo que se ha logrado con la publicación de la foto de Aylan y el conocimiento de su historia. "Por supuesto que ha habido movimiento, ha sido la única manera de que estos mediocres y cínicos europeos se tomen en serio lo que pasa. En menos de 24 horas tras la muerte del chico se han multiplicado por cuatro los refugiados que Europa está dispuesto a acoger. Este niño muere y no muere por nada, sino que muere por muchos. Su familia está destrozada pero su padre, que se ha quedado sin hijos y sin esposa, tiene que saber que sus hijos son unos héroes y han permitido cambiar el mundo a mejor.
Hace 20 años en Ruanda, recuerda, morían miles de niños diarios por cólera. Pero es que esas son las consecuencias de la guerra, como en Gaza el año pasado. ¿Por qué no impactó igual? ¿Es que hay muertos de primera y de segunda? La sociedad es más fría, más hipócrita de lo que creemos, pocas veces actúa. Sólo nos movemos por el impacto mediático, por la hipocresía. Por ejemplo, ningún político recuerda que en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se sextuplicaron las ventas de armas. Ya no se habla de eso.
"Hay fotos que sí que han servido para cambiar las cosas", defiende, como las de la niña Kim Phuc corriendo rociada de napalm, tomada por Nick Ut, que cambió por completo la visión de los norteamericanos de la guerra de Vietnam. Pero creo que, en este caso, volveremos a las andadas hasta que tengamos un pico de audiencia de nuevo, porque estos casos son utilizados para vender, se abren debates para subir la audiencia, y tener otro pico".
Decía Nilüfer Demir tras tomar la foto que sólo esperaba que algo "cambie" con su labor. Es la famosa frase de Martha Gellhorn -corresponsal de guerra etiquetada como la esposa de Ernest Hemingway-: "Yo tiro piedras a un estanque. No sé cuál es su efecto, pero al menos tiro piedras".