Las ilustraciones prodigiosas de Stephen Wiltshire
La vida de Stephen Wiltshire parece el argumento de una de esas películas comerciales candidatas al Oscar. A la edad de tres años se le diagnosticó autismo, pero también se descubrió que era poseedor de una memoria visual prodigiosa y de un gran talento para el dibujo. Con un simple vistazo, este artista británico de talla internacional es capaz de memorizar paisajes hasta el más mínimo detalle, que luego reproduce con igual precisión en sus ilustraciones hechas a mano.
Nació en Londres en 1974, fruto de un matrimonio de inmigrantes originarios de las islas de Barbados y Santa Lucía. Aunque con cinco años no hablaba ni se relacionaba con el resto de la gente, pronto sus educadores descubrieron su afición por el dibujo. Ha sido siempre su forma de comunicarse con el mundo.
Su pasión era tal que fue incluso la razón para pronunciar sus primeras palabras. Un día sus profesores decidieron retirarle su material de dibujo, para que Stephen se viera obligado a pedirlo en voz alta. Finalmente llegó a pronunciar la palabra "papel". A los nueve años ya era capaz de hablar.
Su enorme habilidad para retener información hizo que aun siendo un niño recopilara una infinidad de datos acerca de todos los modelos de coche posibles, los mismos que pasaba horas dibujando. Más tarde su interés se centró en el paisaje urbano de Londres, uno de los más complejos del planeta y que al británico no le costaba memorizar. Así es cómo demostró también su asombroso dominio de la perspectiva.
Wiltshire no solo es capaz de recrear vistas que apenas ha observado durante unos segundos; también dibuja con sencillez estructuras arquitectónicas imaginarias. Tras demostrar ante el mundo que en su talento no había trampa, pronto comenzó a recibir premios y encargos. Vendió su primera obra con tan solo ocho años y el primer ministro británico de la época, Edward Heath, pidió que le dibujara la Catedral de su Salisbury natal. Sus libretas de trabajo se han convertido de hecho en un registro de cómo ha cambiado Londres en las últimas décadas. Él fue quien retrató Canary Wharf cuando todavía estaba construyéndose y el primero en inmortalizar las inéditas vistas del nuevo gran rascacielos de la capital inglesa, The Shard, a petición del hotel Shangri-La, que ocupa los pisos más elevados del edificio.
En los inicios de su carrera ya comenzó a publicar libros con recopilaciones de sus obras y se convirtió en protagonista de exposiciones en todo el mundo. Muchos de sus trabajos no se limitan a los márgenes de un lienzo, ya que es capaz de ilustrar murales de varios metros de largo a mano y de memoria, sin que ello suponga una mera reproducción automatizada de la realidad. Aunque se le considera una cámara humana, a cada una de sus detalladas reproducciones aporta un toque personal y distintivo que no se puede encontrar en otro mundo que no sea el suyo.
El motivo por el que prefiere retratar edificios que a personas quizá tenga que ver con su condición, pero lo cierto es que con su talento conmueve a quien admira sus obras. En 2006 se convirtió en miembro de la Orden del Imperio Británico y desde hace años viaja por todo el mundo atendiendo peticiones de todo tipo, cuando no se encuentra trabajando en su galería, cercana a Trafalgar Square en Londres. Ahora las igualmente complejas fisionomías de Roma, Nueva York y Tokio han pasado por la magia de sus manos. Una de sus obras puede llegar a costar 15.000 euros, cifra muy alejadas de los grandes del arte pero que le permite vivir de su prodigioso talento, que es también su apasionada afición.