Desarrollo de la infancia
Ana da las gracias a las redes sociales porque cada día le permiten dar las buenas noches a sus dos hijos mellizos, de 13 años, ya que desde principios de curso se encuentran estudiando en Estados Unidos. “Me cuentan cómo han pasado el día, cómo les va en el colegio, si han hecho los deberes…”. La conexión a Skype suaviza la distancia. Los niños se han ido a estudiar al otro lado del Atlántico con sus hermanos mayores, los hijos que Ana tuvo que dejar en El Salvador hace treinta años para iniciar una nueva vida en España. Se adaptan bien. Hace años, afrontaron el riesgo del fracaso escolar en las aulas de la Fundación Balia. Un refuerzo pedagógico y emocional que ahora da sus frutos.
Balia significa en sánscrito desarrollo de la infancia. La Fundación lleva desde 2001 ayudando a niños y adolescentes con dificultades socioeconómicas. Una apuesta por su integración social y su futuro profesional. Chicos como Arantxa e Iker, los mellizos de Ana. Empezaron en la Fundación en 2007 y el curso pasado participaron en el programa Aula Balia de Inclusión Ortega y Gasset, que patrocina la Fundación Mutua Madrileña. “Me cambió la vida”, asegura esta mujer que recibe regalos el día del padre. “Tú eres papá y mamá”, le dicen sus hijos.
Los niños necesitaban refuerzo escolar y Ana, ayuda para sacarlos adelante. El padre los había abandonado, otro fracaso en la vida de esta mujer que llegó a España muchos años antes escapando de su marido, con las manos vacías y la intención de conseguir una vida digna. Tuvo que dejar allí a sus dos hijos, el pequeño de tan solo un año de edad. Fueron muchos los que la ayudaron, empezando por el embajador de su país en España que le ofreció trabajo como empleada doméstica en su casa. “He recibido el apoyo de mucha gente”, asegura agradecida Ana.
Entró en contacto con la Fundación Balia a través de la trabajadora social. Los menores en riesgo de exclusión social son la prioridad de esta organización que actualmente atiende a más de 800 menores en Madrid. Todas sus actuaciones están orientadas a prevenir el aislamiento social, combatir el fracaso escolar y potenciar la educación en valores, el desarrollo del talento y la inteligencia emocional. Dentro de los diferentes programas que lleva a cabo, las Aulas Balia ofrecen un espacio socio-educativo dentro de los centros escolares (en su caso, en el Colegio Público José Ortega y Gasset, en el distrito de Tetuán), donde los alumnos que lo necesitan realizan a lo largo de todo el curso diferentes actividades de lunes a jueves, desde las 16.00 hasta las 19.30.
Esas tres horas y media en las que los niños recibían apoyo escolar, jugaban, hacían manualidades y merendaban se traducía para Ana en tiempo para trabajar por horas. Comían y merendaban en el centro escolar, con lo que ella solo tenía que encargarse de la cena. Dice de sus hijos que son muy distintos, la niña es mejor estudiante, mientras que el niño tiene un carácter más introvertido, aunque desde su paso por la Fundación Balia “se abre más”.
“HAN SIDO MI SALVACIÓN”
Ana guarda un recuerdo cariñoso para los educadores que han ayudado estos años a sus hijos, a hacer los deberes o a enseñarles a hacer un pin con su cara. Una de las profesoras viaja con cierta frecuencia a El Salvador y cuenta a los niños muchas cosas del país natal de su madre, que no conocen. Ellos ya no están en el programa y Ana lo echa de menos. Ha pasado buenos ratos en la Fundación, que cuida especialmente las actividades extraescolares, como las excursiones que alumnos y un familiar realizan un sábado al trimestre. Ana ha disfrutado de ellas siempre que ha podido. “Los padres colaboramos en todo lo que podemos con la Fundación”. Pone como ejemplo un curso de cocina, en el que cada uno aportó un plato típico de su país. Ana procura no perder el contacto con los profesores de la Fundación. “Han sido mi salvación, cómo no voy a colaborar con ellos si me necesitan”.
Este curso, los chicos estudiarán en Estados Unidos. Cree que se defenderán bien. En el colegio, estudiaban inglés dos veces a la semana, un nivel que al marcharse a estudiar fuera han descubierto que era bueno, observa su madre. La decisión de salir a Estados Unidos ha sido resultado de muchas casualidades. Cuando vino a España, Ana perdió todo contacto con sus hijos mayores, que ahora tienen 42 y 32 años. Su hija pequeña los localizó a través de las redes sociales. Ahora, los mayores se los han llevado a vivir con ellos. Ana los echa de menos, pero valora la educación que recibirán, sobre todo la posibilidad de aprender el idioma.
Se han marchado con un visado de estudiante por tres años. “A ver qué tal les va”, dice Ana y la pregunta lleva implícita una respuesta optimista. Todavía son jóvenes, pero ya tienen sueños. La niña se plantea estudiar medicina y su hermano dice que le gustaría ser abogado. A su madre, la opción del chico le parece bien, porque así lograría ser más distendido.
Serán tres años de larga espera en Madrid. “Aquí están mis raíces”. Un tiempo que Ana intentará matar con trabajo o con alguno de los muchos libros que le prestan y lee. “Me gusta leer libros que me aporten conocimiento, por si acaso algún día me preguntan algo y así estoy preparada para responder”.