Así es la vida entre bombardeos de los niños de Donetsk (FOTOS)
Los niños de Donetsk están pálidos y tienen ojeras. En su día a día, el ruido de las bombas ha sustituido la campana de la escuela y pasan la mayor parte del tiempo bajo tierra, tratando de matar el aburrimiento y olvidar el miedo.
Son más de mil "los que vienen regularmente a los refugios" en Donetsk, según una estimación reciente de Unicef. Así durante los 10 meses que duran los combates entre las tropas ucranianas y los separatistas prorrusos.
Cuando pueden, viven en sus casas. "Cuando bombardean, bajamos. Llevamos aquí 10 días", explica Lioudmila Tarassova, abuela de Artiom, un niño que tiene 10 años. Es mediodía y el pequeño está en la cama, en un refugio del barrio de Kievski, en los alrededores del aeropuerto de Donestk. Con los ojos clavados en el ordenador, juega a encontrar objetos escondidos en un castillo. "A veces salgo a tomar el aire, pero no puedo jugar mucho", afirma.
Hay tres niños en este gran refugio de la época soviética que acoge a unas 40 personas a 10 metros bajo tierra, entre gruesos muros de hormigón y una sólida puerta metálica. "Casi todos mis amigos se han marchado. Están en Rusia", cuenta. Entre las camas, juega al escondite con las gemelas Sofía y Rada, de seis años.
SUS TRISTES DIBUJOS
Artiom también dibuja. "Coches, el logo del Shatkar Donetsk (el equipo de fútbol local), gente, la tierra..." Pero en la pared solo se ven dibujos de carros de combate, cañones y lanzamisiles. En otro se ve a un soldado ante tres hombres de rodillas. "Perdón por los bombardeos, no lo haremos más, lo prometemos", dicen los tres hombres, ucranianos
A Sofía tambien le gusta dibujar, "sobre todo caballos". "Y mi cama", añade. Aprovecha los momentos de calma para volver a su casa, a pocos metros del refugio donde baja "cada día". Concentrada en su estuche, solo levanta la mirada para cantar, mecánicamente, empujada por su abuela, el himno de la República popular de Donetsk y una canción a la gloria de Vladimir Putin.
En Petrovski, un distrito del oeste de Donetsk, Ania, de 11 años, y su hermana Olessia, de 3, raramente abandonan el refugio. En este sector, a solo dos kilómetros del frente, los obuses caen muy cerca. "Yo no salgo más que al lado de la puerta", explica Ania. A tres metros un poste eléctrico partido por la mitad recuerda el permanente peligro.
"De noche, cuando oigo bum muy cerca me despierto", cuenta la niña. Aquí también, Ania tiene pocos amigos. Espera con impaciencia que llegue el miércoles, cuando su profesor la llama por teléfono para darle unas clases, corregirle los ejercicios y ponerle nuevos deberes. "Me gustan todas las asignaturas, pero prefiero las matemáticas", explica tímidamente.
Los niños de Donetsk tienen escuelas improvisadas. Las de Donetsk reabrieron en octubre pero en diciembre volvieron a cerrar. "Los deberes son un entretenimiento", afirma la abuela de Ania. "No hay nada que hacer aquí, comer, dormir, comer, dormir...", afirma Snijkovskaia, madre de Micha, un niño de cuatro años.
Cuando se les pregunta por sus sueños, callan. Sus miradas buscan una respuesta. Y se echan a llorar.