Los secretos de Sorolla que se esconden en su casa museo de Madrid

Los secretos de Sorolla que se esconden en su casa museo de Madrid

JOSE LUIS RDS FLICKR

Joaquín Sorolla puede definirse como el pintor del 3. Porque cada vez que un año termina en ese dígito se conmemora el aniversario de su nacimiento y también de su fallecimiento. El artista valenciano nació en 1863 y murió en 1923.

Siguiendo esta lógica, 2013 hubiese sido su año. Se conmemoraban 150 años de su nacimiento y 90 de su muerte. Sin embargo, no fue exactamente así. Las casualidades han hecho que su momento llegue en 2014.

Desde el mes de septiembre y hasta el 11 de enero, se puede visitar en el edificio de la Fundación Mapfre de Madrid la exposición Sorolla y América, que antes pasó por el Museo Meadows de Dallas y el Museo de Arte de San Diego. El edificio CaixaForum de Barcelona recogió parte de su obra hasta el mes de septiembre en una muestra titulada Sorolla. El color del mar y el Museo de Bellas Artes de Castellón expone hasta febrero la colección Sorolla fiesta y color. A esto se une la recientemente inaugurada Trazos en la arena, que se puede visitar hasta el mes de marzo en el Museo Sorolla de Madrid. Por si esto no fuera suficiente, el Hotel Intercontienental de Madrid ha decidido inspirarse en el valenciano para la elaboración de su menú de Navidad, a cargo del chef José Luque.

Llegado este punto parece claro que Sorolla está ahora más de actualidad de lo que lo estuvo en 2013. Y siendo de esta forma parece igualmente claro que es un buen momento para descubrir la faceta más desconocida del artista. Su bisnieta Blanca Pons-Sorolla; la directora del Museo Sorolla de Madrid, Consuelo Luca de Tena; y la conservadora de la galería, Covadonga Pitarch, abren las puertas de la que fuera su casa (hoy museo) para descubrir, a través de sus estancias, su lado más desconocido. Así era Joaquín Sorolla.

UNA CARTA CADA DÍA

Joaquín Sorolla conoció a su mujer, Clotilde García del Castillo, cuando tenían 15 y 14 años respectivamente. En 1888 comenzaron una historia de amor que les mantuvo unidos hasta el final de sus días. Ni cuando Sorolla estaba de viaje se separaban. Para recortar distancias se escribían una carta al día (una cada uno) contándose los pormenores de la jornada. El artista además le hacía llegar diariamente un ramo de flores. "O las encargaba personalmente o le pedía a un amigo las encargase", explica la bisnieta de la pareja.

Las cartas, cuyos originales se conservan en el museo, se recogen en dos tomos titulados Epistolarios de Joaquín Sorolla: correspondencia con Clotilde García del Castillo (2008). Suman en total 1.174 cartas, aunque la galería madrileña conserva "alrededor de 14.000 piezas de documentación", entre cuadernos y correspondencia en general, explica Covadonga Pitarch.

Volviendo a la pareja, Sorolla dibujó en múltiples ocasiones a su mujer. El estudio de su casa museo está presidido por el cuadro Clotilde con traje gris (1900) y decorado con múltiples tablillas en las que aparece como protagonista. Clotilde murió seis años después que el artista. "Cuando falleció él, ella dejó de arreglarse y sufrió un importante bajón. Le faltaban los ojos que la miraban", cuenta la bisnieta de la pareja.

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El salón de la casa presidido por dos cuadros de Clotilde. Vía juantiagues (Flickr)

MENÚ DE CUATRO PLATOS

En todas las cartas que Sorolla le mandaba a Clotilde le dedicaba unas líneas a su menú diario. Siempre se refería a la calidad de la comida, compuesta por cuatro platos: primero, pescado, carne y postre. Acostumbrado a que una cocinera valenciana dirigiese la cocina de la casa de la calle General Martínez Campos, donde se sitúa el museo de Madrid, no aceptaba cualquier cocina y cuando el menú no era de su gusto prefería comer huevos fritos con jamón.

Los menús que sí le gustaban y que se conocen a la perfección son los que disfrutaba en los hoteles Blackstone de Chicago y Savoy de Nueva York. Sorolla guardaba todas las cartas porque en su reverso le gustaba hacer dibujos, que hoy se conservan en los archivos del museo Sorolla. Los menús se servían en Estados Unidos, pero estaban compuestos por platos de origen francés, que han inspirado al chef José Luque en la elaboración de su menú de Navidad. Son propuestas como el consomé 'Ox-Tail' clarificado de ñoqui de remolacha y trufa Melanosporum, el cosmopolitan de champagne o el spring-roll de cangrejo real.

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Uno de los dibujos hechos por Sorolla en Chicago.

COLECCIONISTA COMPULSIVO

Las paredes del Museo Sorolla están adornadas por infinidad de pinturas hechas por el artista (hay un total de 1347 entre cuadros y bocetos rápidos), pero también cuenta con una amplia variedad de adornos de cerámica como pequeñas pilas de agua bendita, platos o vasijas. Hay alrededor de 800 y todas fueron compradas por él.

"Sabemos por las cartas que era un comprador compulsivo y que Clotilde a veces le regañaba por ese impulso coleccionista", explica Covadonga Pitarch.

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Las paredes de la zona de cocina, en la planta baja, de la casa museo de Madrid. Vía Yukino Miyazawa (Flickr)

PINTOR INCANSABLE

Comenzó a pintar con 8 o 9 años cuando ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Carlos en Valencia y no paró hasta 1920 cuando la salud le obligó a hacerlo. A los 57 años sufrió un ictus que le hizo soltar los pinceles. Fueron menos de 50 años de trabajo y en ese tiempo pintó casi 5.000 cuadros. Sorolla vivía para pintar. Empezaba a hacerlo a primera hora de la mañana y sólo paraba a la una para comer y dormir la siesta. A las cuatro retomaba la tarea hasta la hora de cenar.

Pintaba sin parar y no le gustaba que nadie le molestase. Aunque en su última etapa quiso unir su casa con su estudio —se accedía de una a otra sin pasar por la calle—, marcó la separación en forma de timbre. Si alguien quería acceder a su lugar de trabajo tenía que esperar a que él le abriese.

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Detalle del estudio de trabajo de Sorolla. Vía Yukino Miyazawa (Flikcr)

ADMIRADO EN EE UU, Y ESPECIALMENTE EN NUEVA YORK

Cruzó dos veces el océano Atlántico, una en 1909 y otra en 1911. La primera ocasión acudió con motivo de una exposición organizada en la Hispanic Society of America de Nueva York. La muestra fue un verdadero éxito. Solo se pudo visitar durante un mes y aún así acudieron hasta el lugar, situado en las inmediaciones del Bronx, más de 200.000 personas. Éste es aproximadamente el número de visitas anuales que recibe el Museo de Sorolla en Madrid y, proporcionalmente, es más de la gente que acudió a la exposición Dalí. Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas que el Museo Reina Sofía de Madrid acogió en 2013. Esta muestra, que batió récords en la pinacoteca, recibió algo más de 730.000 visitas en cuatro meses.

En 1909 Sorolla llevó 350 obras a Nueva York y vendió unas 200. "Podían haber sido más, pero no quiso", cuenta su bisnieta. Esa admiración de entonces sigue más de 100 años después. El país conserva un 5% de la obra del autor. "Sólo en instituciones americanas hay 150 obras, más que de Picasso", cuenta Pons-Sorolla. Además del lienzo de la Hispanic Society of America, un encargo por el que recibió 150.000 dólares que invirtió en la construcción de su casa de Madrid, existen otras obras como El baño, Jávea o Clotilde sentada, ambas en el Metropolitan de Nueva York (MET).

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Parte del mural de The Hispanic Society of America de Nueva York. Vía gigi_nyc (Flickr)

AMIGO DE TIFFANY

En sus viajes a Nueva York conoció al hijo del joyero creador de la casa Tiffany, Louis Comfort Tiffany. Fue en la exposición de 1909, en la que el neoyorquino adquirió varias obras del valenciano y le encargó un retrato que formaría parte de la serie de personajes ilustres de la sociedad estadounidense.

La relación de admiración fue mutua porque Sorolla también decidió adquirir varios lámparas en la fábrica Tiffany Glass Furnaces. Fueron tres que hoy cuelgan en el techo del salón y el comedor de la casa museo. Las tres contrastan con el resto del mobiliario, todos ellos de estilo español.

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La lámpara de Tiffany que cuelga en el salón de la casa museo Sorolla. Vía Koldo (Flickr)

ARRUGAS DE PINTAR

Sorolla murió con 60 años, era relativamente joven pero su cara estaba llena de arrugas. No era una cuestión de genética, sino del sol. Para captar la luz de las playas y jardines, como él sabía hacer, tenía que pintar sin nada que le protegiese. Sólo se permitía el lujo de cubrirse bajo un toldo (el equivalente a lo que hoy es una sombrilla) cuando viajaba al norte de España y pintaba en los arenales de Zarautz (Gipuzkoa). "Eran las playas a las que iban las clases más altas, incluida la familia real, y no le gustaba pintar de forma expuesta", explica su bisnieta.

Acudían a esa zona de España porque allí no hacía tanto calor como en su Valencia natal, y las temperaturas les permitían lucir los vestidos blancos y sombreros que Sorolla representaba en sus cuadros. Uno de los que mejor recoge estas forma de vestir es Paseo a la orilla del mar (1909), para el que Clotilde y su hija mayor tuvieron que posar con la ropa típica del norte en la playa de la Malvarrosa de Valencia. En Zarautz hubiese tenido que pintarlas desde la sombra y no hubiese podido captar bien la luz.

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El cuadro Paseo a la orilla del mar (1909) Vía Koldo (Flickr)