'Lasa y Zabala', un 'thriller' político que quiere ser un "paso adelante" para convivir y dialogar
Enero de 1985. Un cazador pasea por el paraje de Foya de Coves en Busot (Alicante). De repente, descubre que sus perros están merodeando unos huesos. Avisa a las autoridades. Abierta la fosa, se encuentran dos cadáveres que presentan mordazas en la boca, los ojos tapados con cinta aislante y aún conservan restos de vendas.
Las primeras pesquisas apuntan a un ajuste de cuentas de bandas internacionales. Se archiva el caso sobre los dos cuerpos encontrados. Apenas hay pistas. La funda dental de uno de ellos parece que se hizo en Francia.
Diez años más tarde, Jesús García, jefe del Grupo de la Policía Judicial adscrita a los juzgados de Alicante, lee las noticias que aparecen sobre los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Se acuerda de aquel caso y lo relaciona con unas declaraciones efectuadas por alguno de los procesados sobre la utilización de la cal. Reactiva el caso. Tiene una intuición: esos restos pertenecen a los etarras José Ignacio Zabala y José Antonio Lasa.
García lleva la razón. Los cuerpos, que permanecían todavía en una cámara, son de ellos según la autopsia y los análisis que se practican. Todo el mundo se estremece.
¿Qué había pasado? Lasa y Zabala, dos presuntos etarras pertenecientes al comando Gorky, desaparecieron en octubre de 1983 en Bayona (Francia). Fueron secuestrados y trasladados al Palacio de La Cumbre, en San Sebastián, donde fueron torturados por miembros de la Guardia Civil durante el Gobierno de Felipe González -al que acusaron del señor X que daba las órdenes-.
Sus familias los habían estado buscando durante años. Es uno de los episodios más negros de la lucha de las fuerzas de seguridad estatales contra ETA y su entorno entre 1983 y 1986.
El caso se cerró judicialmente el 26 de abril del año 2000 cuando la Audiencia Nacional condenó a 71 años de prisión al ex gobernador civil de Guipúzcoa Julen Elgorriaga y al general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, a 69 años al teniente coronel Ángel Vaquero y a 67 años y 8 meses a los exagentes de Intxaurrondo Enrique Dorado y Felipe Bayo.
Y 31 años después, este viernes ha llegado a 80 cines españoles la versión cinematográfica de la historia, dirigida por Pablo Malo y con Unax Ugalde como el principal protagonista en el papel del abogado de las familias. Una película que trasciende las páginas sobre fotogramas y que ha estado acompañada desde el inicio del rodaje por la polémica.
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Malo reconoce a El Huffington Post que no ha querido hacer una película “barricada” que sirva de “arma arrojadiza” a cada uno de los lados. “Es un thriller político”, precisa este realizador, al que la película le ha supuesto un gran “desgaste psicológico”.
“Teníamos como guía el sumario. Hemos hablado también con muchísima gente a lo largo de este año y medio, de un lado y del otro. Quería hacer una película equilibrada, no un panfleto”, relata. Hicieron hasta ocho versiones del guión: “teníamos un material tan potente entre manos que sabíamos que se nos iba a mirar con lupa, ese equilibrio tenía que estar ahí”.
¿Qué dice a aquellos que critican que solo se cuente el dolor de las familias de Lasa y Zabala y que no aparezca ni un atentado de ETA en la pantalla? “Con la película es difícil meterse, no hacemos discursos políticos, lo hemos contado como un thriller político. Si alguien quiere aprovechar para crear una polémica, será en falso y postiza”.
“Otra cosa es que la gente me diga que falta contexto, echo de menos esto o aquello, lo entiendo, pero son 100 minutos contando un caso concreto”, apostilla el director donostiarra ganador del Goya a la mejor dirección novel hace diez años por Frío sol de invierno.
Malo valoró rodar algún atentado de ETA para la película pero al final se desechó la opción. “Si hubiésemos contado uno, habría podido parecer algo anecdótico porque hubiera necesitado otra película y centrarse exclusivamente en el atentado”. No obstante, precisa, “hay un montón de frases y momentos en los que se está hablando de esos años de plomo, unos años salvajes, en los que ETA estaba matando cada tres días”.
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Fotograma de la película - Momento en el que encuentran los cadáveres
Rodar las torturas y el asesinato de los dos jóvenes -Lasa y Zabala apenas superaban los 20 años cuando fueron secuestrados- fue lo más duro para el realizador. “Trabajamos con dos chicos desnudos, en lugares muy cerrados, con 70 personas, unos momentos muy desagradables. Volvía a casa todos los días con dolor de cabeza, me supuso un desgaste psicológico tremendo, pero siempre tuve muy claro que me quería lanzar a hacer una película con todas las consecuencias”.
A Malo le han llegado comentarios de que son “muy duras” esas escenas, pero su idea es que la gente no puede salir de la sala igual que como entra. Según el director, “pegarle un tiro a una persona en el cine tiene que remover, es algo tan salvaje que no se podía rodar de otra manera”.
Y en este punto, reflexiona que una de las cosas que más le ha impactado es la “edad” de los que estuvieron involucrados. “Fue lo que más me llamó la atención, cómo se puede generar tanto odio y violencia en gente tan joven”. Cuando ocurrieron los hechos, los miembros de la Guardia Civil implicados eran unos veinteañeros, menos Galinda que ya estaba en la treintena.
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Fotograma de la película
El realizador subraya que en el largomentraje no se han “metido con los socialistas ni con la Guardia Civil en conjunto” y que solo se dan nombres “de personas que fueron condenadas por un hecho concreto en un momento determinado”. En este sentido, agrega que está convencido de que los “protocolos” de la Benemérita son “mucho más lógicos en los tiempos que vivimos” y ya no se utilizan aquellas prácticas.
“He hablado con socialistas en el País Vasco y en el PP, que nos han dicho que esta película era muy necesaria”. ¿Quiénes? Malo ha mantenido charlas sobre el filme con, por ejemplo, Odón Elorza (PSE) y con Borja Sémper (PP). Sobre el último, dice que ha entablado “conversaciones muy naturales” y que incluso “ha pedido máximo respeto a los que hemos estado involucrados en esta historia”.
“Se lo agradezco”, insiste.
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Pablo Malo
Unax Ugalde también era consciente de que se enfrentaba a un papel difícil y que iba a generar muchos titulares. Se lo ofreció el productor en la barra del Hotel María Cristina durante el Festival de San Sebastián del pasado año. “En principio no lo vi, me costaba”.
Pero al final se lanzó. El intérprete, nacido en Vitoria, recuerda que tenía 17 años cuando aparecieron los cadáveres. “Las calles del País Vasco se incendiaron, era imposible no darse cuenta de lo que era eso”, rememora.
Ugalde se mete en la piel de Iñigo Iruin, el abogado ligado a la izquierda abertzale que llevó el caso por parte de las familias. Los dos se encontraron durante tres horas en el despacho para hablar sobre lo que vivió. Un trabajo de preparación largo, intenso, minucioso. Además, el actor pasó horas leyendo sobre el caso, documentándose en la hemeroteca con periódicos de la época.
Y se enfrentó a otro reto: rodar en euskera de Guipúzcoa. Él habla batua y trabajó con una coach para conseguir el acento de la zona. Está muy orgulloso del resultado.
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Unax Ugalde
Entre sus compañeros de profesión, cuenta Ugalde, había “mucha expectación” porque sabían que se metía en “arenas movedizas” y era un tema “muy complejo”. Él repite la frase de que se trata de una historia sobre derechos humanos.
“Es una película para gente valiente, que quiere abrir los ojos, aprender y entender la sociedad actual”, comenta, a la vez que hace hincapié en que es “necesaria por aunque parezca increíble, esto pasó”. “Hemos sido muy cautos para no herir sensibilidades, somos conscientes de que la gente que vaya al cine no va a salir igual”. remata Ugalde.
Y todo tiene un objetivo. La intención de esta película, añade el director, es ser un “paso adelante para entendernos, convivir, hablar y dialogar”.
Quiere el cineasta que la gente saque “la lección de que esto no tiene que volver a pasar, que ha sido un horror todo lo que ha ocurrido en este país durante muchísimos años. Este es uno de los episodios de todo lo que ha sucedido, hay miles desgraciadamente”. Malo espera que los chavales que ahora mismo están en el colegio “puedan ver con los años esta película y sepan las suerte que tienen de no vivir un momento así”.
Cuando se apagan las luces de la proyección, siente “que ha servido y que ha merecido la pena que la gente vea una película que es necesaria”.
Pero tras esta exhaustas tarea ya toca pensar en la siguiente. Ugalde confiesa que viaja en diciembre a México para rodar la cinta Manual del buen presidente y Malo dice, entre risas, que le gustaría ahora rodar una “historia de amor, sexo, lujo y gente pasándoselo bien”.