¿Te encanta la cerveza? 7 razones por las que Múnich es tu paraíso
MÚNICH-. ¿Eres de los que ven una caña y se pierde? ¿Saboreas cada tipo de cerveza como si fueras un sumiller? ¿Te sabes todas las marcas que hay en el mercado?
Si has contestado "sí" a las tres preguntas, hay una ciudad que te espera: Múnich. La capital de Baviera, ciudad cervecera por excelencia, gira continuamente alrededor de esta bebida. Desde el mítico Oktoberfest, que se celebra hasta el 5 de octubre, pasando por los cientos de cervecerías y las fábricas, hasta el nombre de la capital... Todo tiene relación con esta bebida.
Aquí te damos 7 razones por las que si te encanta la cerveza deberías ir planificando un viaje a esta ciudad de Alemania.
1-. El propio nombre de la ciudad tiene vínculos cerveceros
El nombre de la ciudad (que, por cierto, se llama Minga en bávaro) procede de la palabra Munichen, que significa algo así como "en el lugar de los monjes" o "ciudad de los monjes". Fueron los benedictinos los que fundaron la ciudad y, precisamente por eso, el protagonista del escudo es el dibujo de un monje.
¿Qué tiene que ver todo eso con la cerveza? Mucho. Los monjes debían guardar un ayuno estricto. Para 'sortearlo' comenzaron a fabricar cerveza, a la consideraban literalmente "pan líquido" porque tenía un alto contenido nutritivo pero no rompía con el ayuno que debían cumplir.
Ese origen religioso perdura aún en los nombres de algunas marcas de cerveza que se producen en Múnich: Paulaner era la cerveza que producía la orden de los Paulinos; Augustiner la de los Agustinos; y Franziskaner la de los Franciscanos.
2-. Seis fábricas de cerveza en una misma ciudad
Paulaner, Augustiner y Spaten-Franziskaner son sólo tres de las seis grandes e históricas marcas de cerveza que se fabrican en Múnich. A ellas hay que sumar Hofbräu, Hacker-Pschorr y Lowenbrau. Únicamente estas seis compañías, que elaboran su producto dentro de los límites de la ciudad, están autorizadas a vender cerveza en el Oktoberfest, la gran fiesta que se celebra anualmente en Múnich y que reúne a millones de personas.
Con esa norma se asegura que, tanto ahora como en el futuro, el Oktoberfest será una fiesta genuinamente muniquesa. Y los requisitos que deben cumplir las cerveceras no son ninguna broma. Por ejemplo, Paulaner, que cambiará de fábrica en 2015, ha tenido que cuidar mucho la ubicación de sus próximas instalaciones para que éstas sigan estando dentro de los límites de Múnich y poder, así, seguir participando en el Oktoberfest.
3-. El Oktoberfest
La gran fiesta internacional de la cerveza, que se celebra entre los meses de septiembre y octubre, es el paraíso para los amantes de esta bebida que corre sin freno por las casetas donde se celebra el evento.
Cada año se consumen cerca de siete millones de litros de cerveza que se sirven siempre en la tradicional jarra de litro, que cuesta alrededor de 10 euros. El Oktoberfest, que atrae a cerca de seis millones de personas, está considerada como la fiesta popular más multitudinaria del mundo. Su origen se remonta a 1810, cuando en Múnich celebraron durante cinco días las bodas del príncipe Luis de Baviera con la princesa Teresa de Sajonia.
Además de cerveza, en las casetas no falta la comida típica de la fiesta. Los reyes de las mesas son el pretzel (pan suave trenzado) y el pollo. Y, ojo, durante el Oktoberfest se bebe un cerveza diferente a la habitual, llamada Oktoberfest Bier, que las cervecerías muniquesas elaboran especialmente para la ocasión y que suele tener una graduación alcohólica algo mayor de lo habitual: siempre por encima de seis grados.
Sólo un aviso: si tienes pensado ir a la fiesta en 2015, para lo que queda justo un año, vete reservando mesa ya, porque el cupo se acaba muy rápido. Si no quieres hacer eso, tienes otra opción: el día que vayas al Oktoberfest, tendrás acudir a las cinco o las seis de la mañana para hacer cola y coger sitio. Si no tienes mesa, nadie te servirá nada.
4-. Una cervecería con mucha historia
Pasear por las calles de Múnich es ir encontrándose cervecerías a cada paso. Pero una de ellas sobresale con diferencia de las demás: la Hofbräuhaus. Situada en pleno centro de la ciudad, sus orígenes se remontan a 1589, aunque el edificio actual, que puede acoger a cerca de 2.500 personas, se inauguró en 1897.
Entre sus muros ha ocurrido prácticamente de todo: Lenin era uno de sus visitantes fijos y allí se proclamó en 1919 la "República Soviética de Múnich". Y, sobre todo, allí fue donde el 24 de febrero de 1920 Adolf Hitler, cuando aún no era führer, dio un multitudinario discurso con el que sentó las bases de los puntos del programa del partido nazi.
Actualmente, la cervecería es un bonito local con una asombrosa decoración en el techo, con su propia orquesta tradicional y con 424 taquillas donde los parroquianos dejan guardadas bajo llave sus jarras de cerveza.
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5-. Los jardines de la cerveza
Comida de casa, cerveza y aire libre. ¿Te gusta el plan? Entonces tu lugar ideal son los típicos biergarten ("jardines de la cerveza", en alemán). Múnich está salpicado de estas terrazas que giran alrededor (¡cómo no!) de la cerveza y que están abiertos siempre que el tiempo lo permite.
Normalmente, el cliente puede llevar su propia comida y únicamente está obligado a pagar la bebida. Biergarten hay muchos, pero quizá la fama de uno supera a la de los demás: el de la Torre China, en el enorme Jardín Inglés, un parque en el centro de Múnich que es más grande que Central Park o Hyde Park.
6-. Donde haya algo que celebrar... hay cerveza en grandísimas cantidades
Y si no, que se lo digan a Pep Guardiola, el entrenador del Bayern de Múnich, que el pasado mes de mayo, cuando su equipo ganó la Liga alemana, fue regado con cerveza.
Es una tradición: cuando el Bayern gana algún torneo, el líquido dorado corre por el césped y jugadores y preparadores acaban empadados. ¡Felicidad!
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7-. Los camareros no se andan con chiquitas
Los camareros y las camareras de Múnich, especialmente en el Oktoberfest, son un símbolo. Vestidos con los típicos trajes bávaros, son capaces de llevar jarras y jarras de cerveza de un litro simultáneamente en sus manos. El récord lo tiene Anita Schwarz, de la Alta Baviera, que consiguió aguantar 19 jarras a lo largo de un trayecto de 40 metros sin derramar ni una gota.
Los camareros transportan también grandísimas bandejas con comida. Todos ellos, en cualquier caso, llegan con las fuerzas justas a las mesas, donde depositan su carga con una evidente cara de alivio.