I Guerra Mundial: la Gran Guerra de la pequeña España
España lleva un siglo haciendo de la necesidad virtud. Y presumiendo de esa virtud, que en realidad nunca fue tal. Durante la I Guerra Mundial (1914-1918) España fue neutral. En la teoría, sólo en teoría, no estaba ni a favor de los aliados —Reino Unido, Francia y Rusia— ni en contra de la triple entente —Alemania, Imperio Austro-Húngaro e Italia—. Era, simple y llanamente, neutral.
La realidad histórica, sin embargo, no es tan benévola. España fue neutral porque no pudo ser otra cosa. En 1914 era un país tocado, casi hundido, que aún se lamía las heridas provocadas por el Desastre de 1898 y la consecuente pérdida de las colonias en ultramar (Cuba, Filipinas y Puerto Rico).
“Cuando estalla La Gran Guerra, España vive en otro mundo. Se ha llevado un bofetón impresionante en 1898, algo inevitable porque desde el momento en el que aceptó la guerra contra EEUU sabía que la iba a perder. Primero porque era un conflicto que se desarrolló muy lejos de casa y, segundo, porque carecía de una marina a la altura de las posesiones que debería haber tenido”. En 1914 España no hace más que “poner en evidencia esa debilidad”, relata Fernando García Sanz, investigador científico del CSIC y autor del libro España en la Gran Guerra (Galaxia Gutenberg).
Muchas de las publicaciones de la época reflejan negro sobre blanco esa incapacidad de España para sumarse a uno de los dos bandos en lucha. Son textos que, como bisturíes, diseccionan la realidad de la época mostrando la cara más fea de un país que no hacía tanto había dominado el mundo. A comienzos del siglo XX es un país atrasado técnica y mentalmente, que contaba poco en Europa y cuyo peso diplomático era irrelevante.
España fue neutral a la fuerza. De hecho, el libro recoge varios comentarios de diplomáticos que relatan el disgusto del rey Alfonso XIII al constatar que España carecía de capacidad para implicarse en el conflicto. “Es un hombre que sube al trono con 16 años, en 1902, y no se puede decir que sea noventayochista, pero sí un rey que quiere que España vuelva a ser una gran potencia. Es su obsesión. Pero es una vocación más teórica que real, porque España no está en condiciones de ser una gran potencia, ni actúa en el escenario internacional como tal”, señala García Sanz.
La neutralidad de España no fue un gesto tomado en la primera hora, sino confirmado mes a mes, año a año —la Primera Guerra Mundial no tuvo la brevedad que todos le auguraban— hasta en 27 ocasiones. “Entonces las guerras se tenían que declarar, eran procedimientos muy formales. Había que presentar una declaración expresa de beligerancia, al estilo ‘Lo pongo por escrito, con fecha y hora’. Del mismo modo, se tenía que presentar un escrito de neutralidad ante cada conflicto que estallaba. Como la guerra se prolonga y cada vez entran más países en lucha, se debe establecer legalmente la neutralidad ante cada país”.
BAILAR EL AGUA A TODOS
En los primeros años del conflicto España —el rey Alfonso XIII— aplica un doble juego cuyo enunciado es tan sencillo como peligroso: “Quiere ser amigos de todos y aliado de ninguno”, subraya el autor. El sistema político estaba en quiebra y, como consecuencia, los mismos partidos —el liberal y el conservador, con sus clientelas e intereses— sufren una debilidad extrema. El poder recae fundamentalmente en el rey, que hace, deshace, acierta y, muchas veces, se equivoca. Es él quien de puertas afuera defiende la más estricta neutralidad. Pero de puertas adentro baila el agua a cada país en función de las circunstancias: si está con el embajador alemán, critica sin reparos a Gran Bretaña; si se reúne con el embajador asutro-húngaro pone a caer de un burro a Francia. “Era una postura muy peligrosa y hasta cierto punto ingenua porque todos los diplomáticos hablaban entre sí y se comentaban lo que les había dicho Alfonso XII”, señala García Sanz.
E incluso si no se lo comentaban entre sí daba igual. Porque España, en esos cuatro años de conflicto, se convirtió en un colador por donde camparon a sus anchas espías de todas las nacionalidades y en el que gran parte de las comunicaciones estaban interceptadas, no importaba la supuesta seguridad de los sistemas de cifrado que se emplease. España era un país “del que todos sabían todo”. “La infiltración de los servicios secretos de los países combatientes era masiva”, recuerda García. Se interceptaban telegramas, incluidos los enviados o recibidos por el rey.
“Tanto Alfonso XIII como los gobiernos son conscientes de que todas las comunicaciones de España han sido violadas tranquilamente por parte de todo el mundo y de que están en manos de las necesidades de los beligerantes”. Los franceses sabían que los alemanes les interceptaban, lo que llevaba a enviar mensajes de desinformación. “La espía Mata Hari es detenida por los franceses porque el agregado militar en Madrid manda un telegrama en una clave que él sabía que ya tenían los franceses. Descifran ese telegrama y al ver que se menciona a H21 dicen: esta es Mata Hari”, relata García.
Ver Primera Guerra Mundial en un mapa más grande
A lo largo de los cuatro años de conflicto España está en venta (“Lo vende todo, todo”, recalca el autor). Y sólo va a más “porque la guerra va aumentando, es cada vez más larga y las batallas cada vez más fuertes e intensas”, por lo que se necesitan materias primas de las que España está bien nutrida, como wolframio o plomo. Del drama de la guerra se benefician los que tienen relación directa con los productos que se venden. Grandes contrabandistas, como Juan March, que comerciaban además con los dos bandos.
Un país en el que se ha colocado el cartel de Se Vende y otro en el que figura el mucho más doloroso reclamo de Sin orgullo. Porque es un país en cuyas costas se libra toda una guerra submarina a la que le importa una higa si actúan en aguas de un país neutral. “Y España no hace nada para evitar”, asegura el autor del ensayo. “España es un estado débil y un régimen político débil, y eso se nota sobre todo en el campo internacional, donde las políticas deben ser muy claras. Y eso no se da en España. Pasa, por ejemplo, con el hundimiento de barcos españoles por parte de submarinos alemanes: “Incluso los aliados pensaban: ‘¡reaccionad de una vez, actuad!’”.
En definitiva, es un país que ni siquiera conoce la verdad de lo que pasa más allá de sus fronteras. Todos los diarios estaban vendidos al país que más pagase a cambio de transmitir la propaganda de la Gran Guerra en la pequeña España
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