Días uniformados en Kiev
Policías y miembros del grupo Autodefensa rodearon anoche el Hotel Dnipro para desalojar, en principio, al grupo extremista Sector Derecho, que ocupa dos plantas. Decenas de personas aparecieron en uniformes desastrados, blandiendo bates y barras metálicas; había pasamontañas, chalecos, walkie-talkies. Circularon rumores de disparos y un herido fue sacado del hotel en brazos hasta un coche. Sobre las tres de la mañana sólo quedaban un puñado de policías soñolientos.
Kiev nada en un puré de sentimientos armados. Aquellos jóvenes envueltos en banderas europeas que lanzaron el Maidán se han esfumado hace tiempo. Mejor dicho, han vuelto a sus estudios, a los exámenes, las facturas, las fiestas en la residencia. Igual que los veteranos, la clase media y quienquiera que tuviese algo que hacer.
Sólo quedan los uniformes, que han tomado el control de sus inquilinos. Hay personas que, al vestir camuflaje y botas, se comportan como Russell Crowe en Gladiator; deben notar en sus manos el destino del género humano y sentir la necesidad de dar órdenes, sea para usar el baño en un bar o para abrirle paso a un camión entre la muchedumbre. Cualquier oportunidad es buena para caminar implacable y girar el cuello con firmeza.
El abanico miliciano es variado; sus miembros, adscritos a diferentes grados de derecha nacionalista, provienen de todos los rincones de Ucrania y usan múltiples símbolos, lemas y estéticas de otra época. Unos reflejan el orgullo guerrero de los cosacos y las heridas incurables de la Guerra Mundial (cosas que se tarda en leer; yo no puedo). Otros parecen jóvenes desfavorecidos que no dudaron en ponerse un brazalete a cambio de una misión y un plato de rancho.
Algunos kievanos se empiezan a cansar de su presencia indolente. Con un toque de superioridad capitalina, se refieren a ellos como habitantes de los Cárpatos, que acampan u ocupan edificios en Kiev con la excusa de proteger la pureza revolucionaria. Los más indulgentes valoran el sacrificio brindado al Maidán; pasar el día bebiendo y pidiendo cigarrillos, dicen, resulta un premio escaso por haber puesto las carnes a chamuscar.
Pero si hay algo que no soportan los uniformes es el ocio. La falta de dinero y agua corriente hacen del tiempo libre una pesadilla, sobretodo después del colocón revolucionario. A falta de enemigo común, tienen sus rencillas, y al lado de ciertas barricadas crecen las pilas de botellas vacías, y la frontera entre milicianos y merodeadores locales se difumina peligrosamente. De parques y bocas de metro brotan alcohólicos que piden dinero en nombre del Maidán, mientras muchos uniformados pasan el día bajando cervezas de litro y haciendo sonar las barras de hierro en el cemento.
Con todo, las amodorradas milicias recibieron atención este domingo. La Iglesia Ortodoxa ucraniana, para recordar a los caídos 40 días después de la matanza en las calles del centro, sacó sus mejores túnicas y crucifijos para montar una misa de gran solemnidad y tambores lentos. Kiev se transformó en un inmenso entierro; las ancianas dejaban rosas entre las barricadas, junto a miles de velas, banderas, cruces y fotografías de víctimas; caminaban del brazo y se enjugaban las lágrimas con la misa de fondo. El saludo oficial de la plaza seguía siendo el mismo:
“¡Gloria a Ucrania!”.
“¡Gloria a los héroes!”.
En teoría, estos grupos armados (con muletas, bates, barras de hierro cortas; a veces sale a relucir un fusil) siguen ahí como vigilantes del Maidán hasta las elecciones del 25 de mayo, por si el Gobierno provisional no da la talla o llegan los rusos. Mientras tanto, echan el tiempo frente a las hogueras como si esperasen una nueva ocasión para poder sentirse a gusto con su uniforme.