Subo rápidamente por la escalera que lleva a nuestro piso. François ya está en el dormitorio, cuyos ventanales dan a los árboles centenarios del parque. Nos sentamos en la cama, cada uno en el lado en el que suele dormir. Solo puedo decir una palabra:
-¿Y?
-Es verdad -responde.
-¿El qué es verdad? ¿Que te acuestas con esa chica?
-Sí -admite, mientras se tiende sobre la cama apoyándose en el antebrazo.
Estamos muy cerca el uno del otro sobre esa cama tan grande. No puedo mirarlo a los ojos, me rehúye la mirada. Las preguntas salen a borbotones:
-¿Desde cuándo? ¿Cómo ha podido pasar? ¿Por qué?
-Un mes -dice.
Mantengo la calma. No me pongo furiosa, no grito. No rompo ni un solo plato, pese a lo que dirán los rumores, que me atribuirán millones de euros en desperfectos imaginarios. No soy consciente del terremoto que se acerca. ¿No podría decir que solo fue a su casa a cenar?, le sugiero. Imposible, sabe que la fotografía se la hicieron a la mañana siguiente de una noche que pasó en la rue du Cirque, en un piso que la actriz pidió prestado. ¿Y hacer como Clinton? Pedir perdón públicamente, comprometerse a no volver a verla. Podemos volver a empezar, no estoy dispuesta a perderlo.
Sus mentiras suben a la superficie, la verdad se impone poco a poco. Admite que la relación dura desde hace más tiempo. De un mes pasamos a tres, luego a seis, luego a nueve, hasta llegar, por fin, a un año.