10 gestos sexistas del día a día y cómo actuar al respecto
Hombres, ¿os sentís seguros caminando por vuestro barrio? ¿Utilizáis las llaves como posible arma? Estamos metidos en un proceso de cambio que requiere que todo el mundo observe el papel del sexismo en su vida. ¿Eres consciente de cuándo te ocurre, o de si tú también eres parte de ese sexismo?
Hay investigaciones que demuestran que la mayoría de las personas ni siquiera ven el sexismo cuando lo tienen delante.
"Las mujeres tienen pensamientos sexistas, al menos en parte, puesto que no perciben las formas sutiles de sexismo en su vida personal", explicaban Julia C. Becker y Janet K. Swim, autoras de este estudio sobre la invisibilidad del sexismo. "Hay muchos hombres que no sólo no prestan atención a tales incidentes, sino que son incapaces de considerar las situaciones sexistas como discriminatorias y dañinas para las mujeres".
¿Qué piensas sobre estos 10 ejemplos? ¿Cómo reaccionarías ante ellos?
1. Discriminación y sexismo religioso. ¿De verdad creéis que las mujeres no son capaces de ocupar un cargo de autoridad religiosa? Este silenciamiento ritualizado se lleva a cabo en casi todas las religiones principales que, con algunas excepciones, impiden que las mujeres ejerzan un liderazgo sacerdotal. Esto significa que el acceso a lo divino está restringido a los hombres y a su discurso. Esta discriminación legalmente aceptada y sus efectos van más allá de los lugares y las prácticas de culto. Desde el momento en que una chica se da cuenta de que no está invitada a participar en los rituales clericales porque es un chica, descubre que su voz no tiene poder y no es respetada, a diferencia de lo que experimentan los chicos de su alrededor. Con todo, las arcas públicas del país siguen adelgazando gracias a las exenciones de impuestos de las que se benefician muchas instituciones religiosas...
2. Doble rasero... en muchos casos. Estamos acostumbrados a vivir situaciones muy diversas en las que se aplica un doble rasero basado simplemente en el sexo, que limitan la libertad de la mujer y minimizan nuestra capacidad para llevar una vida segura, autónoma y enriquecedora. Jessica Valenti nos lo explica en su libro He's a Stud, She's a Slut [Él es un semental, ella una zorra]. Los estereotipos que narra van desde la idea de que las chicas deben mostrar más autocontrol y educación hasta el tratamiento diferenciado que reciben los hombres y las mujeres cuando envejecen y cuando utilizan su cuerpo para expresarse, pasando por las supuestas (y falsas) capacidades naturales de los chicos y las chicas.
3. La caballerosidad, también conocida como sexismo benevolente, es parte de nuestras costumbres. Una cosa es que un hombre te abra la puerta y no le importe si tú haces lo mismo por él; y otra es que se niegue categóricamente a aceptar tu oferta. El sexismo benevolente, que se considera protector y caballeroso, responde a cómo la masculinidad (y, por contraste binario, la feminidad) están construidas en torno a culturas conservadoras. Los estudios demuestran que cuantos más derechos creamos que tenemos, más probable es que pensemos de forma sexista, lo cual no dice mucho en favor del grupo creado en las redes sociales #WomenAgainstFeminism. El sexismo benevolente se define como "las consecuencias negativas de la actitud que idealiza a las mujeres como puras, morales, objetos dignos de la adoración, la protección y la provisión de los hombres". Mucho de esto comienza en la infancia y continúa bajo el manto que cubre la educación en la que se enseña a las niñas a ser señoritas y a los niños a ser caballeros, en lugar de seres humanos buenos y cívicos que se preocupan por los demás de igual manera. En otras palabras, es aquello a lo que muchos llaman caballerosidad o lo que implica ser un hombre de verdad. Los efectos negativos sobre las mujeres están bien documentados, especialmente en el entorno laboral.
Existen investigaciones que muestran la correlación entre el sexismo benevolente y la aceptación de las mujeres de los roles predeterminados. Por ejemplo, ten en cuenta las expresiones que se emplean para negar la diferencia de salarios. Hace poco, Phyllis Schlafly anunció que eliminar la diferencia de salarios (al menos admitió que era real) impediría a las mujeres encontrar marido. Este tipo de ideas está muy relacionado con la concepción sistémica del trabajador ideal: un hombre que es el principal sustento de su familia. Resulta un tema muy recurrente en las políticas conservadoras sobre el trabajo y los géneros.
Lo de no ver el sexismo aunque sea evidente hace que la gente con poder especule con que "el dinero es más importante para los hombres". Quiero que os imaginéis a un político diciendo que el dinero es más importante para los judíos. O para los negros. O para las personas altas. La diferencia entre el dinero que gana un hombre y una mujer a lo largo de su vida alcanza los 431.000 dólares en Estados Unidos. Los hombres ganan menos dinero que las mujeres en sólo siete de 534 tipos de empleo. Los sexistas benevolentes son hostiles al éxito de las mujeres en su puesto de trabajo. Deberíamos cuestionar esta forma de sexismo. Al fin y al cabo, podemos esforzarnos por abrir las puertas por nosotras mismas, ya que, por desgracia, no podemos concedernos un ascenso en el trabajo.
4. El alto coste de mantenernos a salvo. Día a día, las mujeres tienen que hacer frente a los costes de la seguridad. Estos costes consumen nuestro tiempo y nuestro dinero, además de limitar nuestros movimientos. Puede restringir las oportunidades de trabajo, porque algunos empleos pueden volverse peligrosos sólo por ser realizados por una mujer. Y si no os lo creéis, preguntadle a las reporteras, camioneras, trabajadoras inmigrantes y activistas.
Hombres, a vosotros os pregunto si os sentís seguros caminando por vuestro barrio. ¿Elegís con cuidado cuándo salir a comprar o dónde coger el metro? ¿Tenéis vuestras estrategias para aparcar, como por ejemplo no aparcar al lado de furgonetas? ¿Utilizáis las llaves como posible arma, o tomáis otras medidas similares? Por si fuera poco, enseñamos a nuestros hijos que esto es algo normal, algo que hay que esperarse. Ahora podéis empezar a hablar sobre estos costes con la gente de vuestro entorno.
5. El sexismo en los medios de comunicación es una forma de entretenimiento. Los programas para todos los públicos marginalizan, materializan y despersonalizan a las chicas y a las mujeres, crean ideales perjudiciales de la masculinidad para los chicos y apoyan mitologías basadas en el status quo dominado por la figura de un hombre violento. No sólo convivimos con estos medios, sino que la mayoría de las personas, preocupadas por el bienestar de sus hijos y por su futuro, no se esfuerzan de forma activa por que las empresas de entretenimiento o los medios implicados lo hagan mejor. Cuando ves una película y por cada 20 hombres hay una mujer en la pantalla, ¿te resulta extraño? ¿Eres consciente de que aparecen 20 veces más hombres que mujeres? ¿Qué significado tiene este desequilibrio fuera de la pantalla?
6. Las mujeres pagamos más por nuestros productos que los hombres simplemente porque no se nos considera como el estándar. En un artículo del blog Jezebel se declaraba esto hace unos años: "Haber nacido mujer es un gran error financiero". Marie Claire también publicaba una lista similar. Hasta hace poco, las aseguradoras hacían pagar hasta un 31% más a las mujeres y era perfectamente legal. ¿Te parece una broma? Un paquete de 10 bolis Bic Cristal cuesta 5,89 dólares, mientras que la versión "para ella", con seis bolígrafos, asciende a 10,14 dólares. Hay que dejar de comprar esta mierda.
7. Nuestro lenguaje también se ve muy influenciado en relación con nuestro estrato social y afecta a cómo pensamos. Continuamente utilizamos genéricos masculinos, lo cual tiene consecuencias negativas. Yo lo hago todo el tiempo. Seguimos empleando palabras masculinas para denotar categorías positivas. Por ejemplo, el término hombría. Por no hablar del significado de las expresiones estar hecho un toro o ser más astuto que un zorro por contraposición a estar como una vaca o ser una zorra. A veces, se dice que una mujer es como una niña, lo cual forma parte del problema de la infantilización de la mujer adulta. Las palabras son importantes; muestran la interacción dinámica entre las ideas. Puede que suene trivial, pero en japonés los pronombres yo, tú y él difieren según el género, mientras que en los países nórdicos se está tratando de introducir pronombres de género neutro. ¿Y esto qué tiene que ver? Bueno, Japón es el lugar con más desigualdad laboral entre sexos, mientras que los países nórdicos son los más igualitarios. No digo que se trate de causalidad, sino de correlaciones culturales significativas a las que no somos inmunes.
8. Los prejuicios que tenemos contra los hombres inhiben la igualdad. He visto a mujeres coger a su bebé de los brazos del papá para cambiarle los pañales porque los hombres no son buenos con esas cosas. Puede que incluso hayas oído a los hombres referirse a sí mismos como niñeros o permanecer sentados frente a los anuncios de televisión que describen a los hombres como idiotas incompetentes y vagos desaliñados cuando se ocupan de la vida doméstica. Pero todavía más peligrosa es la repetición de mitos sobre el maltrato y la violación que puede hacer que los chicos y los hombres perpetúen ideas discriminatorias sobre quién son las chicas a las que violan: borrachas que lo piden o que cometen el error de ir por calles oscuras.
9. Hacemos como que el acoso en las calles, la normativa comunitaria para mujeres y para el colectivo LGTB, o no existe o no tiene importancia. Me atrevería a asegurar que muy pocas personas les hablan a sus hijas o a sus hijos inconformes con su sexo sobre el acoso en las calles antes de que ocurra. Simplemente, los efectos de este acoso son reales; no debemos subestimarlos.
10. Dejamos que nuestras escuelas enseñen lecciones sexistas y perpetúen los sistemas jerárquicos de organización por sexos. En primer lugar, nuestro sistema educativo borra de la historia las contribuciones de las mujeres y no ofrece un retrato adecuado del pasado ni los suficientes modelos de roles. Las niñas van a la escuela con seguridad y ambición, pero esa actitud se queda ahí.
En segundo lugar, las escuelas están plagadas de normas sociales que, si no se exploran, acaban con la diversidad y la igualdad; por ejemplo, la obligación de seguir un código de vestimenta.
En tercer lugar, muchas están basadas estructuralmente en modelos complementarios para hombres y mujeres, desde las juntas o los consejos, que tienden a estar dirigidos por hombres (porque, claro, ahí es donde se mueve el dinero), hasta las asociaciones de padres y madres (en las que se implican mucho más las madres). La administración de la escuela sigue estando dominada por los hombres en una industria, la educación, que está compuesta en su mayoría por mujeres. Por tanto, los niños están inmersos en un ambiente educativo que desdibuja la labor histórica de las mujeres, que sexualiza a las chicas en términos anticuados como las reglas de apariencia y moralidad, que proporciona ejemplos jerárquicos diferenciados por sexos y que no sabe enseñar lo que es la justicia, lo cual perjudica tanto a los niños como a las niñas.
Para cuando los chicos y las chicas acaban el instituto y entran en la universidad, los chicos tienen el doble de posibilidades para postularse a un cargo. Conozco el duro trabajo individual de algunos maestros que se esfuerzan sobremanera por remediar estas situaciones, pero como las instituciones y las culturas, muchas de nuestras escuelas siguen siendo profundamente patriarcales. ¿Por qué no te propones intentar que tu escuela preste más atención a cuestiones de género tan prioritarias en vez de obviar algunos síntomas como el bullying homófobo y sexista, los problemas en matemáticas y las crisis de chicos, entre otros?
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Esta lista es bastante corta. Dejando a un lado el daño físico real con el que nos podemos encontrar, convivir con el sexismo cotidiano es como luchar toda tu vida contra una infección leve. Cuando las mujeres toman nota del sexismo que experimentan en su vida (por ejemplo, cuando hablan abiertamente sobre el acoso en las calles o sobre el tratamiento diferenciado en el trabajo) y lo llaman por su nombre dejan de aceptarlo como algo normal. Como en el caso de las políticas que tienen que enfrentarse a los comentarios sexistas y a la comodidad de sus oponentes al campar libremente por un club masculino. Cuando los hombres empiezan a darse cuenta, cuando piensan en las diferencias, pueden llegar a empatizar. Es el primer paso para el entendimiento, como señala Jamie Utt: "Tal y como se da en la actualidad, la masculinidad es en esencia una expresión de opresión patriarcal". Antes de que esto pueda ocurrir, sin embargo, las mujeres tienen que contar sus historias y registrar sus objeciones legítimas y la gente tiene que escuchar y entender por qué es importante. La prevalencia de estas costumbres culturales sigue banalizando los perjuicios por cuestión de género.
No obstante, las mujeres se ven claramente perjudicadas por partida doble, puesto que denunciar el sexismo les puede causar problemas. Un reciente estudio mostró algo que, por desgracia, ya sabíamos: las mujeres que abogan por la igualdad en el trabajo son penalizadas por ello.
Lo triste es que mientras que expresar ideas sexistas resulta educado, confrontarlas se considera de una enorme grosería y de mal gusto, y esta prohibición de la educación social es un impedimento significativo para un cambio positivo en la vida cotidiana. Cuando un hombre en una fiesta del barrio hace un comentario obsceno sobre mis pechos o cuando otro no deja de interrumpirme en una reunión, parece que soy yo (y no ellos) la hostil, la estridente y la desagradable por decir algo como: "Mi cara está más arriba" o "¿Podrías dejar de interrumpirme?".
Lo cierto es que estamos metidos en un proceso de cambio para la concienciación, que requiere que todo el mundo observe el papel del sexismo en su vida. ¿Eres consciente de cuándo te ocurre, o de si tú también eres parte de ese sexismo?
Traducción de Marina Velasco Serrano