Cambio climático: ¿comunicar la tragedia o las soluciones?
Mejor que seguir comunicando el drama climático, sería concentrarse en lo que funciona tanto económica, como social y ambientalmente. Desde los proyectos rentables de energía renovables, hasta las campañas por un cambio en los patrones insostenibles de consumo, la comunicación debería centrarse en las soluciones que pueden funcionar con la participación de todos.
Si bien para la ciencia el tema del cambio climático es cosa juzgada, para la opinión pública no lo es tanto.
Una y otra vez, los paneles intergubernamentales de expertos que estudian los cambios en el clima demuestran que los patrones de producción y consumo de la humanidad son los responsables del aumento de las temperaturas, del deshielo de los glaciares, del aumento del nivel del mar y de los cambios extremos en el estado del tiempo.
La mayoría de los ciudadanos sí cree en estas conclusiones pero no percibe sus consecuencias con una inmediatez absoluta que implique un accionar diferente y, por lo tanto, un cambio de conducta radical.
Las grandes causas de la humanidad conllevan la gestación de grandes movimientos que han construido una masa crítica para cambiar el estatus quo. Desde el derecho al sufragio universal, hasta el matrimonio entre gays, pasando por la lucha contra la discriminación racial, todas estas grandes batallas contaron con fuertes movimientos nacionales e internacionales.
No sucede lo mismo con el cambio climático. Debería ser el tema por excelencia del siglo 21, pero no es así. Mi explicación: la comunicación se ha concentrado en el drama o tragedia, de un futuro sin esperanza. Se ha querido convencer a la gente sobre la base del terror de que lo que se acerca es un futuro de aniquilación, el apocalipsis.
A nadie le gusta sentir que el futuro se escabulle y que las fuerzas de la destrucción son tan potentes. Y que quienes tratan de contrarrestarlas son apenas unos idealistas sin capacidad de cambiar las condiciones que ya vienen asignadas.
Desde la película del ex vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, a varios otros emprendimientos tan emblemáticos como ese, sin duda que dichas iniciativas contribuyeron a llamar la atención del público pero no se convirtieron en plataforma para la acción.
En efecto, las campañas sobre cómo enfrentar el cambio climático siguen restringidas a la periferia del activismo no gubernamental más decidido, a los organismos internacionales que tienen un mandato sobre el tema y, últimamente, a un promisorio desarrollo de alternativas sustentables en el sector privado.
El otro aspecto en el que la comunicación no ha sido eficaz tiene que ver con los llamados 'trade-offs', o sea la búsqueda constante de un equilibrio entre desarrollo y crecimiento económico, con menos intensidad de carbono para minimizar el impacto climático.
La comunicación no es amiga de los grises: es fanática de los contrastes y por ello no aparece aún la fórmula que permita avanzar una agenda progresista de desarrollo amigable con el clima.
Creo que, mejor que seguir comunicando el drama climático, sería concentrarse en lo que funciona tanto económica, como social y ambientalmente.
Desde los proyectos rentables de energía renovables, hasta las campañas por un cambio en los patrones insostenibles de consumo, la comunicación debería centrarse en las soluciones que pueden funcionar con la participación de todos.
Se trata de poner el cambio climático del lado de las gentes y sus necesidades, e involucrar a todos porque el beneficio es para todos.
Al analizar este tema recuerdo que hace más de una década, el llamado Protocolo de Montreal, planteó un desafío similar. Este es un acuerdo intergubernamental creado para proteger la capa de ozono ante su deterioro a causa del uso de hidrofluoruro de carbono en los sistemas de refrigeración industrial y residencial.
La pregunta era: ¿cómo justificar los costos asociados a la transformación tecnológica sin dar cuenta efectiva de los beneficios?
En un inicio, el esfuerzo de comunicación recayó en los científicos que explicaban una y otra vez el daño que los fluoruros causaban a la capa de ozono y la necesidad de intervenir para evitar daños mayores. Era el drama de la destrucción de la capa de ozono, y el Sol acercándose más a nosotros.
Pero todo cambió cuando un grupo de comunicadores descubrió que de lo que se trataba -- de hecho-- era de evitar el cáncer de piel y el aumento de las cataratas, producto de los rayos ultravioletas que actuaban cada vez con menor filtro como resultado del debilitamiento de la capa de ozono.
Así, el Protocolo de Montreal tomó rostro humano y la transformación tecnológica en los países en desarrollo se convirtió también un acto de cooperación entre sur y norte sin precedentes, a partir de la generación de incentivos que hicieron viable la transformación tecnológica requerida para que todos dieran un paso adelante.
Aquí la comunicación fue esencial en perfilar el cambio. Es hora de que lo sea para lograr un desarrollo que tome en cuenta a la Tierra, su gente y el clima.