Triple nacionalidad: centrifugado
El nacionalismo es una ideología conservadora, aunque algunos se proclamen nacionalistas de izquierdas, que persigue la identificación de las personas con causas que les son ajenas o hasta contrarias a sus intereses.
Nací en el País Vasco, de donde era mi madre, pero he vivido la infancia y
el resto de los más de 50 años que ya tengo en una Cataluña española.
"Igual en un tiempo tendrás la triple nacionalidad", bromea mi mujer.
Nada que me emocione, pues dejé de creer en las patrias ya en la
adolescencia, al tiempo que decidía que tras la muerte no hay cielo ni
infierno.
Así que desde el escepticismo patriótico y el pensamiento de izquierdas,
en este momento de efervescencias nacionalistas de toda índole, me
pregunto por qué tantas otras personas dedican su tiempo y energía, su
vida, a buscar argumentos divisores, diferenciadores..., fronteras
mentales que antecedan a las físicas. Al fin y al cabo, encontrar
semejanzas o diferencias es solo una cuestión de atención, de selección
de ciertos aspectos entre los infinitos aconteceres de lo humano.
Junto a esto, también es evidente que la argumentación sobre la hacienda
y el déficit fiscal es definitiva en este momento en Cataluña, lo que añade
confusión a las proclamas de gobiernos y acólitos. Es realmente difícil
distinguir actualmente el nacionalismo pecuniario, sin duda aupado por la
crisis, del nacionalismo esencialista y así no hay manera de saber a
dónde pretenden llevarnos, cuál puede ser la estación de destino.
El gran recurso de las propuestas independentistas es no desvelar cómo
será el paraíso, posponer los detalles hasta que sea imprescindible
definirlos, una vez la gran partida haya sido ganada. El éxito colosal de
sus consignas es que tras pocas palabras y símbolos cada cual puede
imaginar el futuro como mejor le complazca. Y ni tan solo es necesario
imaginar, ya que se impone un sentimiento eficaz que transporta a algo
mejor que la realidad cotidiana. Y eso, en tiempos en que lo cotidiano es
ciertamente devastador, reconforta.
Pero a mí los detalles sí me importan, pues son esenciales para
vislumbrar si se trata de avanzar hacia un estado de mayor justicia social
o si será más de lo mismo o incluso peor. No creo que haya que descartar
esta última posibilidad, un proceso de independencia liderado por un
partido cada vez más claramente decantado hacia el ultraliberalismo, no
me parece que vaya a desembocar en mejores condiciones de vida para la
mayoría.
En el otro extremo de la cuerda, el nacionalismo español aviva miedos
ancestrales y otros más modernos, como la maldita economía, en una
mezcla despistada sobre a quién conviene dirigirse primero, si a los
catalanes que han de votar en breve o al resto de los españoles, en
previsión de acontecimientos futuros.
Pero el despiste mayúsculo se lo lleva la izquierda tanto en Cataluña
como en España. Intenta encontrar un ideario que la ubique pero carece
de programa creíble y sigue el paso de una actualidad política marcada
por intereses que se corresponden con el pensamiento neoliberal y el
nacionalismo conservador.
Intentaré no centrifugarme. El nacionalismo es una ideología
conservadora, aunque algunos se proclamen nacionalistas de izquierdas,
que persigue la identificación de las personas con causas que les son
ajenas o hasta contrarias a sus intereses. La creencia en la comunidad de
pertenencia ordena las acciones de cada uno en la dirección que unos
pocos disponen, en la defensa de intereses que casi nunca son comunes.
Aunque no soy anarquista, pues para ello tendría que asumir demasiadas
incómodas contradicciones, en el ni dios, ni patria, ni rey, sí estoy de
acuerdo. Una sociedad que aspire a una mayor justicia social no puede
permitirse reyes, ni dioses que dicten leyes o rediman culpas, ni fronteras
como conchas de molusco. Supongo que para algunos será una
atrocidad pensar que prefiero eliminar fronteras a crearlas. No me
supondría ningún problema la desaparición de España como país,
integrado en Europa, África u Oceanía, o mejor con todos a la vez. No
albergo esperanza de que esto suceda, así que no he pensado en cómo
gestionarlo, pero no creo que organizar una nueva Pangea conllevara
tantos desastres como nos ha costado dividirla.
Por ahora, tomada la república por IKEA, las alternativas no son fáciles,
pero como para llegar a acuerdos habrá que cambiar la Constitución, bien
podríamos aprovechar para barrer a fondo.
Aunque, bien pensado, tener tres nacionalidades no estaría tampoco mal.
Por ahora, lo más cercano a ser apátrida o, simplemente, ciudadano del
mundo.