Siete frases que niños y adolescentes no deberían oír de sus educadores
Cuando dices a tus hijos que no puedes con ellos y que te sacan de quicio, pierdes la batalla. Jamás les digas esto, incluso estando de los nervios. Les puedes poner un castigo que hayas reflexionado, puedes quitarles algo que adoren hasta que se porten bien o cumplan con lo establecido, pero no les digas que has perdido la fuerza y que te han ganado, porque eso es lo que significa esa frase.
Muchos padres, educadores y entrenadores hablan sin que sus comentarios pasen el filtro de lo que se debe o no se debe decir. Las palabras no se las lleva el viento. Quedan, impactan, condicionan la forma de ser de las personas a las que educamos y generan emociones como el rencor y la ira por parte de quien se siente agraviado.
Muchos de estos comentarios, cuando se dicen, ni siquiera se sienten. Son fruto de arranques emocionales y de la ausencia de reflexión. Muchas personas tienden a repetir lo que han oído en casa de sus padres, incluso a sabiendas de que les hizo mal.
Te dejo a continuación frases que todos han escuchado alguna vez o que puedes haber pronunciado. No se trata de sentirte mal y culpable si sueles decirlas, pero sí de tomar conciencia y corregir para que no se repitan. Existen otras alternativas, otras formas de comunicarnos que facilitan el entendimiento, la confianza y la complicidad entre niños, adolescentes y adultos.
1. Un día de estos cojo la puerta y ahí os quedáis.
Los niños son muy crédulos y se creen todo lo que les dices. Yo recuerdo que me creí que mi padre era el campeón del mundo del parchís, de la oca y de todo a lo que jugábamos. Y para él solo era una broma, pero yo me lo creía. En este caso era un comentario inofensivo. Pero lo mismo ocurre cuando les dicen que les van a dejar de querer, que se van a ir de casa y que se van a quedar ahí. El niño se siente culpable y desarrolla miedos, incluso dependencia emocional. No permitas que tu hijo pase por este sufrimiento por no saber controlar la situación.
Aprende técnicas y recursos eficaces para que obedezcan, pero no amenaces con algo que ellos pueden interpretar de forma angustiosa y que tú jamás vas a hacer. Hasta que ellos se dan cuenta de que forma parte del control de su comportamiento, puede haber pasado el tiempo suficiente como para haber desarrollado culpabilidad, baja autoestima, dependencia emocional y no sentirse queridos de forma incondicional.
2. No puedo con vosotros. Me sacáis de quicio.
Cuando dices a tus hijos que no puedes con ellos y que te sacan de quicio, pierdes la batalla. Jamás les digas esto, incluso estando de los nervios. Les puedes poner un castigo que hayas reflexionado, puedes quitarles algo que adoren hasta que se porten bien o cumplan con lo establecido, pero no les digas que has perdido la fuerza y que te han ganado, porque eso es lo que significa esa frase.
Realmente lo hijos nunca sacan de quicio, quien te saca de quicio eres tú, que no paras de contemplar la situación como si fuera la tercera guerra mundial, empiezas a hablar de forma atropellada, a verbalizar que estás harto o harta de niños, que no puedes más, gritas y acabas perdiendo los nervios. Si quieres que te obedezcan, habla de forma relajada, sin grandes parrafadas, di de forma clara y resumida lo que quieres que se haga; y si no lo hacen, explica cuáles serán las consecuencias. Y refuerza cuando cumplan con lo que has pedido. Con dar las gracias a veces es suficiente.
3. Si me quisieras...
Huye de la manipulación. Si quieres algo de tus hijos, pídelo. Si quieres compañía, un beso, que colaboren más, pídelo. Pero no utilices el amor para hacer chantaje emocional. Es una enseñanza que también utilizarán ellos cuando sean más mayores. "Papá, mamá, si me quisierais me compraríais una moto, me dejaríais salir hasta más tarde, etc." Si no quieres escuchar estos comentarios, no los utilices tú tampoco con ellos.
4. No puedo confiar en ti.
Todos mentimos alguna vez, todos fallamos alguna vez. Si generalizamos y le decimos que no confiamos, pensará que ya no hay nada que pueda enmendar la impresión que tienes de él. Si te ha fallado dile en qué y cómo te hace sentir. Pero no generalices como si no fuera a ser capaz de decirte jamás la verdad. Al revés, dile que sigues confiando en él y que aprecias que te diga la verdad y reconozca sus errores. Que ese es el comportamiento que te hace feliz. A ti tampoco te gustaría que te retiraran la confianza para siempre. Porque ello impide que tú mejores y seas quien deseas ser.
5. Todo lo haces mal, no hay manera, no sabes hacer nada de lo que te pido.
Después de esta afirmación en la cabeza de tu hijo solo hay una reflexión: soy un completo inútil. Esta idea de uno mismo limita la creatividad, el esfuerzo y la confianza. No hagas juicios de valor de tus hijos, alumnos o jugadores. No etiquetes. Pide solo lo que necesitas de ellos.
La solución pasa por corregir de forma constructiva en lugar de machacar con el error. No es "todo lo haces mal" sino "piensa si esto se puede mejorar y ahora me lo cuentas, creo que podrías darle una vuelta y mejorar el ejercicio".
6. Deberías comportarte como...
Las comparaciones son odiosas. Cada uno es como es. Si deseas que un niño se comporte de forma determinada o que haga o deje de hacer algo, pídeselo. Pero querer que espabile comprándolo con su hermano, con su primo o con su mejor amigo es un error y le aleja de esa persona. No querrá estar en contacto con quien es su rival y, además, le supera.
La solución es pedirle lo que necesitas de él, sin comparativas. En lugar de "te podrías parecer a tu hermano, que se pone a estudiar sin que le digamos nada", puedes decirle "sería genial y me darías una sorpresa enorme si te pusieras a estudiar sin que yo esté pendiente de ti a las cuatro, que es la hora que hemos acordado".
7. Es que eres tonto.
Ya lo decía Forrest Gump: "Tonto es el que hace tonterías". Tu hijo es alguien que se equivoca, que comete errores, que puede que no se esfuerce lo que tú le exiges, pero no es tonto. Cada vez que escucha esa palabra de ti, se lo cree. Y terminará por tirar la toalla ante determinados problemas o dejará de buscar soluciones porque la idea que tiene de sí mismo es la de que es tonto.
La solución pasa por dejar de etiquetarle. En lugar de decir "eres tonto, de verdad, no sabes ni poner la mesa", puedes decirle en qué se ha equivocado y darle la solución: "Carlos, por favor, pon en la mesa lo que falta, creo que son las servilletas y los tenedores".
Cuida tus expresiones, no solo con los que depende de que los formemos, sino con todos. Las palabras pueden hacer mucho daño y no se olvidan.