Reformar la educación: la casa por el tejado
El sistema educativo es uno de esos extraños ámbitos en los que comenzar la casa por el tejado deja de ser un absurdo para convertirse en una necesaria realidad.
Hace poco debatía respetuosamente con un compañero en Twitter (sí, han leído bien, "respetuosamente") sobre la idoneidad de los sistemas de calificación actuales. Según él, las calificaciones no hacían otra cosa que ahondar en la brecha social ricos-pobres ya que, más que premiar el acierto, castigaban el error. Así que, como solución, proponía una nota basada en el esfuerzo, independientemente de la consecución de objetivos o de la asimilación de conocimientos.
Le pregunté si se dejaría operar por un cirujano que se hubiese esforzado mucho, pero por sus respuestas colegí que no yo no estaba entendiendo la base de su razonamiento (aún hoy sigo sin hacerlo).
A los pocos días me topé, gracias también a la red social de entre 140 y 280 caracteres, con Conrad Wolfram, un físico inglés que dice que "El 80% de lo que se aprende en la asignatura de matemáticas no sirve para nada".
Este señor, matemático por la Universidad de Cambridge y fundador de Computer Based Math, una compañía centrada en rediseñar la asignatura de matemáticas, no es profesor de Secundaria, ni siquiera de Primaria, pero a estas alturas de la película ya no debería de extrañarnos, ¿verdad?
El bueno de Conrad piensa que invertimos demasiadas horas de clase en aprender a calcular grandes divisiones y ecuaciones a mano, así que apuesta por introducir la computación en las aulas y dejar que sean las máquinas las que se encarguen del cálculo.
Por supuesto que le acompañan una legión de fan-teachers dispuestos a tacharte de medievalista cuando intentas debatir, al menos, sobre la utilidad de saber resolver una ecuación a mano.
La mezcla, como verán, es explosiva: por un lado los que dicen que la nota que refleja conocimientos es una injusticia que cometemos contra los alumnos, que mejor valorar el esfuerzo; por otro (y muchas veces coincide en que son los mismos) los que piensan que lo que enseñamos en clase no vale para nada. Y luego te encuentras, en Bachillerato, con que tienes que dedicar medio curso a poner a los alumnos al día porque lo que tenían que aprender en la ESO, vete tú a saber por qué, no lo han aprendido.
Creo que necesitamos parar y reflexionar.
El sistema educativo actual necesita una reforma de arriba abajo: es necesario actualizar el currículo e introducir nuevas técnicas de enseñanzas que respondan a las demandas que, como sociedad, tenemos de nuestros futuros ciudadanos y, de paso, a las del mercado laboral, porque, queramos o no, será quien los contrate o los deje en paro. En este sentido, echo de menos una mayor formación en ofimática, por ejemplo: mis alumnos no saben manejar un Excel sencillo o tabular un texto.
Pero esa reforma ha de hacerse desde los estadios superiores hacia abajo, en orden descendente: es decir, hay que comenzar la casa por el tejado.
Por mucho que se te revuelvan tus susceptibles entrañas docentes, no puedes obviar que la enseñanza tiene un claro carácter finalista: el deber principal (hay más cosas, como la formación en valores o el descubrir cuáles son los talentos innatos de tus alumnos para explotarlos al máximo, pero los doy por supuestos) de un profesor de Primaria es preparar a sus alumnos para la Secundaria. El de Secundaria, prepararlos para un Bachillerato, Ciclos Formativos de Grado Medio o para que se defienda en el temprano mercado laboral con las mínimas garantías. El de Bachillerato, para la Selectividad y para su ciclo o grado.
Si no tenemos en cuenta esto estamos estafando a nuestro alumnado.
Tú puedes ser una máquina gamificando tu clase, invirtiéndola o convirtiéndola en una emulación de Silicon Valley, pero si tus pupilos tienen que hacer frente a una Selectividad y no los estás enseñando a tomar apuntes o a preparar un examen de varios temas, los estás engañando. Es como comprarle a tus hijos solo ropa de verano sin pensar que, en unos meses, llegará el invierno.
El compañero con el que debatía en Twitter me respondió que eso ya no era asunto suyo, que él se ocupaba de sus alumnos mientras caían en sus manos. Como si con junio se acabara el mundo o nuestros adolescentes dejaran de crecer. Es terrible.
Por eso hay que empezar la reforma desde arriba, desde el sistema universitario. Porque si este se basa en atender en clase, tomar apuntes y examinarse, por mucho que te duela o que estés en contra, has de preparar a tus alumnos para ello.
Los años que me toca impartir clase en 1º de ESO lo vivo de primera mano: me llegan alumnos de Primaria que solo saben trabajar en grupo (o aprovecharse del trabajo del resto del grupo) o que no saben llevar un cuaderno al día. Entonces comienzan a suspender, a no enterarse de nada, a darse cuenta de que no saben trabajar solos... un drama.
Y no es que no haya que enseñarles a trabajar en grupo, dibujar, jugar y todo lo que queráis añadir a la lista, ¡es que hay que enseñarles de todo aunque no te guste! Por la sencilla razón de que tenemos que dotar a nuestros alumnos de todas las herramientas necesarias para desenvolverse con garantías más allá de la frontera que marque nuestro ámbito de actuación docente.
Tan nocivos son, en este sentido, los docentes innovadores que reniegan de los métodos tradicionales y dejan a sus alumnos desvalidos de cara a su futuro académico, como los tradicionales que aborrecen unas técnicas que les serán de extrema utilidad para ese mismo futuro académico y profesional.
Pero para ser profesor hay que pasar unas oposiciones, para ser bombero, para ser médico... Si tan desastroso es el sistema de "estudio y examen"... ¡quitémoslo! ¡Pero a todos los niveles!
De todas maneras, tan mal no nos ha debido ir cuando este denostado sistema educativo ha llevado al ser humano a los avances técnicos que disfrutamos actualmente. Cosa distinta son nuestros niveles éticos y la calidad de nuestros valores, pero ahí tenemos la culpa todos: familias y docentes.
En el tema del físico inglés no voy a entrar: primero que me pongan ordenadores que funcionen en la clase y luego hablamos.
En estos pensamientos andaba abstraído cuando, esta semana, tenía que hacer un regalo a mi suegra y veo que su colonia está de oferta en una cadena de perfumerías:
- Perdone, ¿me puedes decir en cuánto se me queda con el 40% de descuento?
- Ay, perdona un momento, "porfa" (tía, ¿cómo se hace eso?).
Como me pareció feo decírselo yo, me quedé esperando hasta que otra dependienta me desveló el precio final. Entonces pensé: "Esta chica seguro que era de las que decía desde el fondo de la clase 'pero, maestro, esto, a mí, ¿para qué me va a servir?' ".
[Por si os interesa, os recomiendo mi nuevo libro "Espabila, chaval" (Temas de hoy, 2017), un libro tanto para adolescentes como para sus familias con los que ayudaros a conseguir esa motivación que, a veces, nos falta en los estudios.]