¿Libertad de expresión o expresión de libertad?
El otro día oí en la radio a un tuitero condenado recientemente por enaltecimiento del terrorismo (y que ha negociado su libertad con la justicia) decir que claro, las cosas se estaban poniendo muy duras y él ya se estaba empezando a autocensurar... "Por que una cosa es defender tus ideas y otra muy distinta tener que ir a la cárcel por ellas..." vino a decir, luego, después de recalcar que él estaba muy en contacto con la gente de la calle (faltaría más) acabó su intervención radiofónica haciendo un sentido alegato de dos o tres causas con las que se solidarizaba.
No pude evitar pensar que afortunadamente aquellos que sí defendieron otras ideas y la libertad de expresión durante la dictadura fueron algo mas consecuentes y a pesar de tener que pagarlo (ahí si) con cárcel ... por que sino todavía estábamos en ella! Aunque luego también pensé que en realidad la mayoría social debió ser bastante parecida al tuitero y por eso la dictadura duró tanto.
El debate sobre la libertad de expresión y sus eventuales límites se esta volviendo recurrente en estos tiempos confusos, y los tuiteros y autobuseros ya no saben de qué va la fiesta. No les podemos culpar, es un terreno muy resbaladizo y nadie está exento de caídas dolorosas. Uno ya no sabe si la reacción del tuitero en cuestión era como la de George Brassens cuando cantaba aquello de "Mourir pour des idées oui, mais de mort lente" o mas bien en la línea del marxismo de Groucho y su ya archifamoso "estos son mis principios, si no le gustan tengo otros".
Pero por difícil que sea, que lo es, el debate sobre la libertad de expresión es definitorio de nuestro tiempo, y debemos enfrentarlo. Nos jugamos mucho en su desarrollo y desenlace. Desde las famosas - y lejanas ya – caricaturas de Mahoma, a la irreverencia y osadía de Charlie Hebdo que nunca se autocensuró y finalmente lo pagó con sangre, pasando por el encarcelamiento de las Pussy Riot, las portadas censuradas de El Jueves sobre la Casa Real, el caso de lo titiriteros, o incluso los ataques de Donald Trump a los medios de información llegando hasta la ausencia del derecho a la libre expresión en multitud de países, la libertad de expresión atraviesa el mundo contemporáneo, lo define y gradúa.
Puede resultar a veces complicado poner el limite entre la ofensa a las víctimas o la incitación al odio por un lado, y la simple y libre expresión de opiniones por otro. Opiniones que aunque hirientes o de mal gusto quizás tengan que poder expresarse sin miedo a represalias. Es decir con garantías. Este asunto quizás sea una de las lagunas que contra todo pronóstico perviven en nuestras hiper reguladas sociedades y que, a pesar de los sustos que puedan procurar a unos y otros (a los ofendidos y a los ofensores...), está bien que pervivan como zonas de indefinición, para que podamos reflexionar y deliberar al respecto, cuestionar las posiciones propias y ajenas, y mantener vivo el ejercicio del espíritu critico, por mucha inquietud y ansiedad que esto pueda generar. Toda libertad conlleva una cierta inseguridad, un resquicio de incertidumbre.
Lo que sí conviene tener claro en todo momento son los criterios de juicio, su universalidad y su aplicación en igualdad de condiciones, con el fin de evitar cualquier atisbo de arbitrariedad o doble vara de medir. Un liberticida, si lo es, lo será independientemente del color de la bandera que enarbole. Da igual que se le denomine antifa, neonazi, facha, borroka, ultracatólico, salafista, hincha del balompié o patriota de no sé que barrio.
Es cierto que la decadencia occidental nos ha hecho pasar de la inanidad del pensamiento políticamente correcto al populismo de trazo grueso sin apenas transición. De la parálisis provocada por la consideración de todo posicionamiento como intrínsecamente válido y la consiguiente incapacidad de decir no a nada, al extremo opuesto del puñetazo en la mesa y la vuelta del macho alfa con coleta o con tupé. No parece haber termino medio. Pero no por eso debemos abandonar el camino de la razón, el razonamiento y la búsqueda de argumentos para convencer al contrario desde el respeto.
"La libertad es siempre la libertad de los disidentes", decía Rosa Luxemburgo, y yo añadiría que la libertad solo adquiere sentido real mediante el compromiso. Compromiso ciudadano primero, y militante después. Un compromiso crítico que se puede asumir de muchas maneras. Y cuyo ejercicio en estados de derecho como el nuestro, nunca debiera llevarnos a estar entre rejas salvo que se este violando - según el conocido principio ilustrado y concretamente lo expresado en el articulo 4 de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 - la libertad de los demás. Pero como todo compromiso, puede no estar exento de consecuencias que haya que estar dispuesto a asumir, de lo contrario no hablamos de libertad de expresión sino de un inexistente derecho a la ofensa gratuita que seria en ultima instancia derecho a la impunidad.
Por lo demás, resulta cuando menos sorprendente y a veces insultante que en estados de derecho garantistas y democráticos haya quien pretenda ensalzar sus propios actos de bajeza moral revistiéndolos con el aura de la defensa de la libertad de expresión asimilándolos a auténticos hechos de resistencia cívica bajo regímenes autoritarios.
Una cosa es la libertad de expresión y otra bien distinta el derecho a la impunidad.