Carta abierta de un abstemio a Fernando Savater
Estimado señor Savater,
Hace muchos años ya que vengo leyendo sus columnas, artículos y libros, que comento a menudo con familiares y amigos. Leerlos siempre ha sido una suerte de bálsamo, como lo era (¿es?) verle pasear por la Concha: mientras usted pudiera pasear por la Concha, había esperanza... Nunca agradeceremos los vascos suficientemente el haber tenido en usted nuestro particular Voltaire. Algunos no lo harán nunca, claro, ya sabemos. Pero otros haremos todo lo posible por saldar esa deuda con usted y unos pocos más, nuestras particulares luces de Euskadi en los tiempos más oscuros. Para mí, usted siempre ha sido una referencia, la referencia, en según que asuntos. Será por eso precisamente que me ha sorprendido su último artículo publicado en el diario El País: Los abstemios. Articulo brillante, como casi siempre. Acertado, afilado y mordaz. Peeero...
Sí, esta vez hay un 'pero', y es que me sorprenden por su parte algunas de las afirmaciones, o más bien, algunas conclusiones un tanto precipitadas, rayando el silogismo. Algunas que me atreveré a rebatirle venciendo el vértigo que me supone como novato en estas lides semejante osadía. Pero la juventud (la poca que me queda) siempre tiene algo de inconsciente, así que vamos a ello...
Confieso que quizás me haya visto retratado en su definición de abstemio frente al nacionalismo, y toda catalogación siempre le hace a uno sentirse incómodo. Y es que, en efecto, sin contar lo de literato o artista, su definición de abstemio encaja de pleno con mi forma actual de pensar: no comparto los fervores separatistas del nacionalismo en Cataluña o el País Vasco porque, en efecto, abomino de cualquier planteamiento nacional, sea el que sea. De hecho, estoy de naciones hasta los... Decir que no me he sentido español o vasco ni un minuto en mi vida sería faltar a la verdad en mi caso, pero aprendí precisamente de usted que algunos temas deben regirse por la razón y no por el sentimiento. Y sí, detesto las banderas independientemente de su juego cromático, chillón las mas de las veces, excepto quizás la que diseñó Rem Koolhas para la Unión Europea. En cuanto a las fronteras, no me negará usted que resultan odiosas; no por nada, una de las grandes conquistas de los europeos ha sido llevar las suyas a la irrelevancia, y no por nada también, los mayores enemigos de lo que representa Europa han hecho, hacen y harán todo lo posible porque resurjan.
Para usted puede que sea postureo estético. Por mi parte, y sin ingenuidades, sigo pensando que un mundo sin banderas y sin fronteras sería un mundo mejor, pero cuesta mucho avanzar hacia él. Concuerdo sin embargo en que para acercarse, no se debe traicionar a las palabras, ni retorcerlas, ni obnubilar al personal a base de eufemismos atractivos. En última instancia, las cosas son lo que son, y al pan, pan, y al vino, vino: yo valoro mi ciudadanía nacional, claro que sí. Pero la valoro por ciudadanía, no por nacional. No estoy muy seguro que los símbolos nacionales tengan que acompañar al Estado de derecho como respaldo de la ciudadanía que permite la libertad dentro de la igualdad, como afirma usted. En todo caso, sería al revés: la Constitución -esto es, el pacto ciudadano- y los derechos, libertades y obligaciones consagrados en ella son los que hacen válidos y potables cualquier símbolo nacional. El hecho nacional no conlleva necesariamente un pacto ciudadano. Es el pacto ciudadano el que convierte una nación en Estado de derecho, y no al revés, ¿no cree usted? Por eso, la Transición, la Constitución y sus Estatutos de Autonomía tienen tanto valor, porque consagraron a España como Estado de Derecho.
Tengo el recuerdo de haberme manifestado con usted -o más bien, siguiéndole a usted- al grito de "¡Estatuto, Constitución!" por las calles de San Sebastián, sin tener la mas mínima sensación de estar defendiendo ninguna nación, sino mas bien las libertades cívicas, y tambien el recuerdo de haberle oído a usted decir que "La idea de España me la sopla y me la suda. A mí lo que me interesa son los derechos, los valores y los ciudadanos". Es mi caso también, me la trae al pairo la idea de Cataluña o del País Vasco, ya que lo que me importa son los derechos y libertades de mis conciudanos, y el bienestar de las personas, no el de las naciones o los territorios. De ahí también mi sorpresa por su artículo.
Se han de defender los pactos y las convenciones frente a los radicalismos, desde luego, pero no para sustituir un símbolo nacional por otro, sino para preservar el valor intrínseco de la convención independientemente del símbolo nacional que la adorne. Por lo demás, y ya voy acabando, me importa poco que me tomen por gente de derechas, defensores de lo establecido, como dice usted. Algunos procedemos de una cultura de izquierdas en la que la defensa de la legalidad democrática vigente, ya fuera en la Segunda Republica o la Monarquía Constitucional en el País Vasco de los años de plomo, nos hace concebir la izquierda como una tradición, aunque este término tenga poco glamour izquierdista, activista o postmoderno. La Libertad no se casa con nadie, usted lo sabe bien. Y ser demócrata implica reconocer que el rival polític, tiene su parte de razón por muy de derechas que pueda ser. Lo demás es sectarismo, que en la izquierda abunda, se lo reconozco. Ver morir asesinados por el radicalismo a concejales de izquierdas o de derechas indistintamente y simultáneamente le quita a uno esas manías bastante rápido, qué le voy a contar...
No quiero despedirme sin intentar responder a su pregunta sobre qué queremos los abstemios. Muy sencillo: Liberté, Egalité, Fraternité. Eso, y superar de una vez por todas las naciones con o sin estado en una Unión Europea de verdad. No es escapismo, quizás utopía o idealismo, pero sobre todo una gran necesidad.
Cuando quiera, le invito a un trago.
Atentamente.