Mi decisión de crear una familia, teniendo en cuenta que soy gay y estoy soltero, fue seguramente una mezcla entre la teoría de la bendita ignorancia y una auténtica locura, sin más.
Las palizas eran continuas y no sé si por mi aspecto endeble o por mi aire de sabelotodo, lo cierto es que tuve que lidiar, con tan sólo ocho años, con un calificativo que, hasta ese momento, desconocía: marica.
Hay hombres de todo tipo. Los hay que tienen inseguridades y les preocupa que no se les perciba lo suficientemente masculinos. La barba no es lo que me convierte en un hombre, y la vagina no hace que sea menos hombre. El género está en nuestras cabezas.
Tuvo que pasar tiempo hasta que, harta ya de estar harta, fuera capaz un día de buscar una ayuda y lanzarme a ella: una dirección en la guía de teléfonos se materializó en una librería especializada en homosexualidad a la que mi ansiedad y mis pies llevaron, casi sin pensar. Y me quedé plantada, allí delante.
Fue un día en el coche, volviendo a casa con mi hija mayor. Esa tarde había salido la palabra "gay" en una conversación y aquello debió conectar algún cable suelto en su cabeza. Aproveché para explicarle que ser gay era precisamente eso, casarse con un chico siendo un chico.
Vivimos un período histórico reaccionario (con breves recesos progresistas) y hay que salir de este estado de cosas lo antes posible sino queremos que esto acabe muy mal, especialmente para colectivos como el LGTB o como las mujeres.
Tenía 15 años, en la pequeña ciudad de provincias en la que nací, una tarde, me siguieron hasta acorralarme y molerme a palos en un parque. Recuerdo el primer puñetazo, que me tiró al suelo y me hizo pitar los oídos, aún oigo "sucio maricón, vamos a matarte, ¿sabes que te vamos a matar, marica?".
Todas las noches voy a dormir con una alarma de sirena, un extintor de incendios y una escalera de cuerda al lado de la cama, por si sufro otro atentado. Desde hace años, he sufrido cientos de atentados: cócteles Molotov y ladrillos arrojados por las ventanas, tres bombas incendiarias y una bala a través del buzón.