Películas andaluzas de nuestra memoria africana
Cuatro documentales andaluces que han pasado por el FCAT 2017 miran tanto a la memoria como a la contemporaneidad africana, huyendo del mito y buscando nuestras raíces múltiples.
Existe un pequeño azulejo en algunos suelos y zaguanes de las casas de Tarifa en el que se dibuja una abstracción del sur de España y del norte de Marruecos con una palabra árabe en medio, justo cruzando el Estrecho de oeste a este. El significado de esa palabra es callejón. Así es como llaman muchos marroquíes a las aguas que nos separan. Unas aguas de comercio y de drama, de cetáceos y de aves. Un pequeño Estrecho que, en la época contemporánea, parece un océano o un cráter, más dispuesto a ensanchar sus orillas que a acercarlas.
Por fortuna, existen excepciones culturales.
El Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger, que clausuró su 14 edición hace casi dos semanas, premiando como Mejor Película a la franco-senegalesa Felicité, de Alain Gomis, conoce bien cómo la cultura puede unir de forma diversa ambas orillas bajo un mismo cielo. Desde hace catorce años, el FCAT ha sabido crear, durante siete días de cada primavera, una región única cuya capital es el cine. Y por primera vez, este año se han sumado a la cita cineastas andaluces que ofrecen una mirada compleja hacia África desde el sur de la península. El jerezano Miguel Ángel Rosales lo hace hundiéndose en nuestras raíces negras; la algecireña Miryam Pedrero, poniendo en el mapa al fondo Kati de Mali, fundamental para entender la historia de Al-Andalus; y los sevillano Manu Trillo y Alejandro G. Salgado retratando a maestros corcheros de ambos continentes o la odisea de las madres que cruzan el Estrecho, respectivamente.
Gurumbé, canciones de tu memoria negra es un premiado documental que habla de lo que nunca se nos ha contado. De las principales plazas de compraventa de esclavos en la península ibérica desde el siglo XVI y hasta bien entrado el XIX, que fueron los puertos de Sevilla, Cádiz y Lisboa. Por ello, pone el foco en la inmensa riqueza africana que ello supuso, quedando completamente integrada en nuestro ADN biológico y cultural. Yendo aún más allá, en la impronta africana que hay en todas nuestras manifestaciones artísticas, por mucho que el documental se detenga, principalmente, en la música. La palabra Gurumbé se relaciona por su fonética con gwomba, que se puede traducir como batir de manos, y con la raíz bantú ngoma, tambor. La frase del subtítulo se inspira en el escritor ecuatoguineano Donato Ndongo y en su novela Las tinieblas de tu memoria negra, que gira sobre el choque de dos mundos antagónicos, el español y el africano, en la época de la colonización. Hoy, en el sur de una Europa que tiende a las tinieblas, a blindar fronteras con concertinas y muros, el antropólogo y cineasta Miguel Ángel Rosales, rescata del olvido el peso de estos colectivos marginales que habitan en nuestra esencia y forman parte de la historia de ese culturalmente rico sur.
Bolingo. El bosque del amorcuenta también en formato de no ficción parte de esas tinieblas contemporáneas: el viaje que emprenden varias mujeres desde el corazón de África hasta el norte de Marruecos en busca del sueño europeo. Con un oscuro y personal sello estético, la narración del viaje les lleva a dar a luz en Bolingo o en cualquier otro campo parecido cercano a la frontera entre Marruecos y España. "Bolingo" significa "amor" en lingala, el idioma de un grupo de emigrantes congoleños que se esfuerzan en aportar un poco de humanidad al drama de los clandestinos en el Magreb, creando un campo donde las mujeres puedan vivir hasta que las circunstancias les permitan cruzar hacia Europa. Su director Alejandro G. Salgado emplea la animación para recrear la pesadilla de atravesar medio continente africano entre vejaciones, hambre y violaciones. Él y la productora Irene Hens han conseguido con éxito, como avalan premios y su presencia en festivales internacionales, contar de la manera más honesta posible un tema tan espinoso y complejo como la emigración de las mujeres subsaharianas. Un historia contada como una pesadilla llena de oscuridad, que poco a poco se va aclarando hasta llegar al amanecer.
'Quivir', de Manu Trillo, premiado en los festivales de Toulouse y Al Jazeera y por el Centro de Estudios Andaluces, narra la historia de Germán y Driss, dos capataces corcheros que tienen el mismo oficio a un lado y a otro del Estrecho, uno en Andalucía y otro en Marruecos. El "Otro": el magrebí, el andaluz, el de la orilla opuesta del Estrecho tiene más similitudes que diferencias. Comparten una identidad que nace desde el vínculo vital que les une a unos frágiles bosques en peligro de extinción. El documental, presente en el FCAT 2017, pudo verse en Facinas, pedanía tierra adentro de Tarifa, con la presencia de corcheros del lugar, y asimismo, al otro lado, en la Cinemateca de Tánger.
El bibliotecario e intelectual maliense Ismael Diadié, también pasó por el festival tarifeño, acompañando aIsmael, el último guardián, el documental de Miryam Pedrero, que narra la increíble odisea a lo largo de los siglos del fondo Kati. Más de doce mil documentos -tratados de botánica, música, astronomía, historia, derecho, poesía...- recopilados y conservados por la familia de Diadié desde el siglo XV, cuando sus antepasados salieron de Toledo hacia Tombuctú y que ahora comienzan a emprender un complicado viaje de vuelta desde que los salafistas tomaron la ciudad maliense en 2012. Se trata de una biblioteca fundamental para entender qué fue Al Andalus y las raíces múltiples de las que provenimos, también ocultadas por la historia oficial.
Cuatro cineastas andaluces que, junto a otros españoles, comienzan a mirar a África desde el cine, a las raíces y a la contemporaneidad que compartimos. Por fortuna, no los guían sentimientos románticos, sino de profundo reencuentro. Una suerte de fraternidad que también habla de "andaluces" y de "africanos", de uno y otro lado. África y Europa convertidas hoy en ejemplo de personalidad poliédrica, como soñaba Amin Maalouf, gracias a realizadores que se alejan de la nostalgia y el mito y se acercan a la memoria y a la justicia.
Gestionar estos horizontes culturales y llevarlos a buen puerto es la obligación intelectual del festival de Cine Africano de Tarifa- Tánger, abierto a expandirse por ambos continentes. Unos horizontes que podrían tener grandes ventajas políticas y comerciales desde que, y de momento, el cine tiende a unirnos. El paradigma del FCAT.