Canallas en Canal 9
Pero lo grave, y lo triste, y lo desasosegante de lo que ha pasado en RTVV va más allá de la muerte laboral de 1.300 personas. Lo terrible es que lo han hecho a la vista de todos, con los votos de la mayoría, con el respaldo de la ley.
Escribo esto tras un día nefasto de veras. Para el periodismo en general, para las televisiones públicas en particular, y sobre todo, sobre todo, para Canal 9, para RTVV, esa televisión autonómica tan denostada (con razón) y llena de gente honesta... y de todo lo contrario. Conozco bien esa casa. Trabajé años en ella. De hecho, uno de sus entonces directivos, consiguió que me despidieran por que mi marido, uno de los periodistas más capaces y menos dóciles que conozco, le ponía pegas a sus directrices manipuladoras y contrarias al buen periodismo. Como no podía despedirlo a él, porque era fijo (eran otros tiempos) me echó a mi. Pero esa es otra historia...
Decía que conozco bien la casa. Lo sé todo sobre ella. La vi nacer, la vi entrar en barrena. Y voy a verla morir. Por eso este ha sido un día duro.
Ayer en Radiotelevisión Valenciana lloraban, literalmente, por docenas las personas que saben que después de diez, quince o veinte años en la casa se van a quedar sin trabajo. Otros tantos sólo sentían ira, miedo, rabia. Porque no ha sido un accidente, no es el azar lo que las ha llevado a este punto. El Gobierno del PP, con Alberto Fabra a la cabeza, y la dirección de la empresa, con José López Jaraba al frente, llevan un año y medio preparando los despidos masivos que hoy han anunciado. Ha sido una tortura a fuego lento. Un ceremonia impropia de una democracia del siglo XXI. Han cambiado las leyes que han querido, han organizado las votaciones que han necesitado, han comprado voluntades, amenazado y extorsionado y finalmente han puesto 1.300 dianas en las cabezas de 1.300 profesionales. Ayer fue el día de la ejecución. Por eso la gente lloraba, por eso y porque la impotencia, en manos de la buena gente, acostumbra a desembocar en lágrimas.
De casi 1.700 trabajadores se van a quedar apenas 400.
1.300 personas que, en el peor de los casos, no han cometido otro delito que ser obedientes a los jefes que hoy les dejan sin trabajo. 1.300 familias que caen por culpa de la gestión de los mismos que hoy les despiden.
Gestores que han colocado en la casa a sus amigos y familiares, hinchando la plantilla hasta límites indecentes. Que han saqueado las cuentas a costa incluso de la visita del Papa. Que han destrozado la audiencia. Que se han cargado decenas y decenas de carreras profesionales. Que han perseguido, aislado y represaliado a quienes han osado llevarles la contraria...
Y ahora son ellos mismos, los que aplican los despidos masivos, como si no fueran los máximos responsables de todo lo que ahora esgrimen como razones para dejar a 1.300 personas en la calle.
Pero lo más descorazonador es que no van a hacer una buena televisión después de esta "razzia" brutal. No saben, ni quieren, ni pueden, ni les importa. Cada cual intenta salvar su futuro, aunque sea al precio de vender su alma al diablo. Alberto Fabra, ese político criado en brazos del otro Fabra, Carlos, y del sin par Francisco Camps, pretende seguir políticamente vivo sacrificando en el altar de los recortes de Rajoy a quien sea necesario. Y José López Jaraba, un pobre diablo llegado a director general, hace lo que le dicen. Quizá espera que su obediencia le reporte nuevos cargos con derecho a visa, chófer y despacho. Lo de la televisión les importa un bledo. Ni el servicio público, ni el derecho de los ciudadanos a estar informados, ni la cultura, ni la lengua, ni nada parecido. Un recorte como el de RTVV solo puede llegar si antes se ha planteado, debatido y reflexionado sobre qué nueva televisión se quiere y de esto no ha habido ni asomo. RTVV no les importa. No les importa nada.
Pero lo grave, y lo triste, y lo desasosegante de lo que ha pasado en RTVV va más allá de la muerte laboral de 1.300 personas. Lo terrible es que lo han hecho a la vista de todos, con los votos de la mayoría, con el respaldo de la ley. Yo creo que la gente lloraba ayer porque sabía que esto no acaba aquí, porque en el reino de la arbitrariedad nadie está a salvo. El atropello de ayer en RTVV estaba planificado, preparado, y seguirá y seguirá hasta que este país sea un desierto. Son ellos o nosotros. No pararán. RTVV no es más que un anuncio de lo que viene.
Un periodista de Canal 9, Julià Álvaro, describió hace unas semanas en El País algunas claves imprescindibles para entender la degradación de la cadena.
Leerlo y maldecir es todo lo que podemos hacer....