Derechos Humanos en el mundo islámico, a la luz de Averroes
La cultura siempre ha estado en el centro de las relaciones entre los seres humanos, actuando de puente unas veces y de muro otras tantas. El folclore y las costumbres de un pueblo o región identifican sin duda cómo será su devenir a medio plazo a menos que se produzca un cambio de paradigma, una ruptura con la idiosincrasia cultural previa que debe ser necesariamente sustituida por una nueva y revolucionariamente diferente.
El concepto de Derechos Humanos aparece en el siglo XVIII, en el marco de las sociedades laicas, como un hecho social y de progreso intelectual separado completamente de cualquier connotación religiosa. Este movimiento de progreso, parido en foros de pensamiento, en la masonería moderna, en las revoluciones americana y francesa, en definitiva, parido bajo la luz de la Ilustración, fue un cambio de paradigma en las sociedades y en la cultura de la época que propició, siguiendo mi tesis del principio, una ruptura cultural en toda regla.
Esta ola de progreso llevó a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (París, 1789), aunque la asunción completa y definitiva de los Derechos Humanos por parte de nuestra sociedad contemporánea no se dio hasta la Asamblea de Naciones Unidas con la Declaración Universal de los Derechos Humanos (París, 1948).
Las sociedades islámicas han declarado, grosso modo, tener impedimentos con esta concepción radicalmente laica de los llamados Derechos Humanos. Para intentar aproximarnos al por qué de este hecho, de esta resistencia manifiesta, habría que remontarnos hasta el siglo XII, hasta la biografía y el pensamiento del filósofo islámico y español Averroes, que afirmó de una manera absolutamente revolucionaria que el Derecho Natural está por encima de cualquier revelación hecha por Dios, esto es, por encima del Corán o de la Sunna. Es decir, Averroes ya hablaba de los Derechos Humanos, aunque naturalmente no los llamó así porque recordemos que ese término no apareció hasta el XVIII. La consecuencia para Averroes fue el destierro y la prohibición de difundir su obra.
El debate propuesto por el filósofo sigue de plena actualidad hoy en el mundo islámico, que se sigue así debatiendo en esta aparente dicotomía entre Derecho Natural y Sharia. Es por eso, que todas las acciones emprendidas en los últimos años por buena parte de las autoridades y países islámicos han ido en la dirección de ahondar más en esta brecha como así queda patente en la Declaración Islámica de Derechos Humanos (París, 1981), el Proyecto de una Carta Árabe de Derechos Humanos o en la Declaración de los Derechos Humanos en el Islam o Declaración de El Cairo (1990). Todos estos intentos de legitimar que hay dos tipos de Derechos Humanos, los laicos de Occidente y los islámicos de parte de Oriente, son intentos fallidos, a pesar del empeño de algunos sectores islámicos en promulgar lo contrario.
En todas las anteriores declaraciones hay un carácter común: la Sunna y el Corán son las fuentes sobre las que descansan los Derechos Humanos, es por esto que la Declaración de El Cairo es más bien una carta de obligaciones que de derechos como demuestra la nula libertad de culto, o los temas relacionados con el matrimonio o con la mujer promulgados por dicha declaración. Sin pretender hacer un análisis jurídico sobre estos textos, queda patente que ciertos sectores islámicos no han entendido que el espacio laico es un punto de encuentro para que cada cual con su idiosincrasia cultural particular pueda entenderse con el de enfrente, en un espacio de seguridad y de no invasión del otro.
Gran parte de los países islámicos siguen entendiendo la laicidad como una amenaza, no como un espacio de encuentro, y es quizá ese punto el que debemos trabajar con más diligencia, el de los espacios laicos como espacios reales de progreso y de no amenaza cultural.
Desde Occidente tenemos que trabajar seriamente en la construcción de puentes en esta materia, debemos abandonar esta guerra fría en la que estamos inmersos y ponernos a trabajar para universalizar de una manera real y cierta los Derechos Humanos; y eso inevitablemente pasa por generar más espacios de seguridad y debate con los países islámicos, eso debería pasar por más encuentros, más foros y más diálogo. Debemos abandonar este tic tan nuestro de pretender vencer sin convencer; debe ser precisamente al revés, convenciendo es como venceremos al inmovilismo, creando nuevos espacios de diálogo es como derribaremos los muros que la cultura nos impone.
Seguiré defendiendo la propuesta de Averroes, el filósofo islámico, en cualquier foro, debate o discusión. Seguiré tomando como ejemplo su propuesta para así generar espacios de seguridad y progreso con el mundo islámico a cada oportunidad que se me presente. Me seguiré emocionando al saber que en el siglo XII ya hubo alguien capaz de crear esos espacios; quiero pensar que no es por casualidad que la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas se publicó el 10 de diciembre de 1948, el mismo día y mes en el que falleció Averroes.