Los 'padres helicóptero' tienen que dejar que los profesores hagan su trabajo
Ante todo, deben dejar de sobreproteger y mimar a sus hijos.
Últimamente parece que muchos colegios están adoptando una actitud extrañamente permisiva y se están plegando a las exigencias de multitud de padres y sus hijos. Ocurre en todos los escalones de la educación, desde que empiezan el colegio hasta la universidad. No queda claro por qué las administraciones de los colegios piensan que no deben imponer límites, disciplina y requisitos rigurosos para aprobar.
Quizás sea una reacción desmedida contra la disciplina excesiva que se aplicaba en el pasado. O quizás las administraciones de los colegios simplemente se estén adaptando a las presiones de los padres helicóptero que insisten en que sus hijos tienen derecho a hacer lo que les dé la gana y aprobar, sin importar si han asimilado o no los contenidos.
Sea cual sea la causa, las administraciones le están haciendo un flaco favor a los jóvenes y a la sociedad en su conjunto.
La tasa de trastorno de estrés postraumático entre los colegios se está disparando y, si las cosas siguen igual, no habrá nadie dispuesto a asumir esta profesión. Lo más triste es que estos colegios están educando a niños incapaces de ser miembros productivos para una sociedad civilizada.
La infancia es una fase de la vida en la que se produce un intenso desarrollo físico, emocional y psicológico. Los niños necesitan aprender qué comportamientos se consideran deseables en su sociedad y cómo relacionarse con sus compañeros y con otros adultos en el futuro. Tienen que aprender a seguir las mismas reglas de juego que los demás, al contrario de lo que se está haciendo ahora. Hay que enseñarles que romper las reglas a su antojo o saltárselas por completo no es aceptable.
Los niños tienen que aprender valores esenciales como la empatía, la responsabilidad, el trabajo duro y la autodisciplina. Se les debe enseñar lo que es la meticulosidad, la resiliencia y la integridad. Del modo en que lo están haciendo los colegios ahora, el resultado está siendo el opuesto.
Cuando los colegios se niegan a establecer límites, a enseñar las consecuencias de ciertos actos o a ponerles a los alumnos un listón académico y social razonable, se les está privando de aprender las destrezas y la actitud necesarias para que tengan éxito en el futuro.
Hace poco, leí un artículo fascinante escrito por Kathryn Streeter en The Week, titulado My daughter's teachers stood up to my helicopter parenting. I'm so glad they did (Los profesores de mi hija se mantuvieron firmes ante mi actitud de madre helicóptero y me alegro de que lo hicieran). En el artículo, Streeter explica que fue a hablar con los profesores de su hija y con el jefe de estudios para exigirles que la niña repitiera un curso porque era la más joven de la clase y, aunque se desenvolvía bien en el plano académico, en el plano social se quedaba atrás.
El colegio discrepó y le dijo a la señora Streeter que su hija estaba "en el curso que le corresponde". En el artículo, un año después de acceder a la decisión del colegio, asume lo acertada que fue y dice que "da gracias por haberles hecho caso". Su hija prosperó tanto académica como socialmente y le "mostró cómo afrontar la presión y, en última instancia, a ser una mejor persona".
La escritora se dio cuenta de que "uno de los mayores desafíos de los profesores y directores es lidiar con padres estresantes y sobreprotectores que [como ella] no son capaces de ver una perspectiva educativa mayor. Lo que parece una crianza atenta puede ser, involuntariamente, una desventaja para los hijos".
Esta madre aprendió la valiosa lección de apartarse un poco para que el colegio pudiera hacer su trabajo y compartió lo aprendido para ayudar a que otros padres les hagan un favor a sus hijos.
Nuestros colegios no deberían involucionar en instituciones en las que los niños deban ser severamente castigados por la más mínima infracción, pero hemos llegado al absurdo extremo opuesto.
Los niños merecen respeto, pero también límites y orientación. Nadie debería aprovecharse de ellos, pero tampoco se les debería permitir aprovecharse de los demás.
No se les debería humillar por no saberse el temario, pero debería haber un listón claro y firme que marcara los requisitos que deben superar para avanzar al siguiente peldaño educativo.
A quienes piensen que consentirles todo les hace más felices, que sepan que las estadísticas contradicen dicha creencia. Un artículo reciente de Toronto Star se hizo eco de una nueva investigación que muestra que la tasa de depresión, ansiedad y adicciones entre los estudiantes de secundaria y universitarios se ha disparado en los últimos años, y muchos señalan que la sobreprotección de sus padres tiene gran parte de la culpa.
En numerosas instituciones de enseñanza superior, padres de jóvenes y adolescentes se quejan a los profesores y les exigien que aprueben a sus hijos aunque no hayan realizado exámenes y trabajos al nivel mínimo requerido.
Y los padres helicóptero deben asumir su parte de responsabilidad para corregir el rumbo de la situación. Ante todo, deben dejar de sobreproteger y mimar a sus hijos. Tienen que darse cuenta de que cada vez que le consienten algo a sus hijos, están minando sus posibilidades de tener una vida repleta de felicidad y éxitos.
Los padres helicóptero también deberían dejar de meter presión a los colegios y ser menos permisivos con sus hijos. Deberían hacer como Kathryn Streeter y escuchar los consejos de los profesionales de su colegio.
Tienen que aceptar que sus hijos no deberían obtener la calificación de aprobado si no han asimilado los contenidos mínimos, así como deben aceptar que sus hijos estén sometidos a la disciplina apropiada y que su mal comportamiento no quede impune. Deben darse cuenta de estas cosas para que sus hijos sean positivos, productivos, estén debidamente educados y se conviertan en miembros socialmente exitosos de la sociedad.
Puede que este sea el único modo de salvar a nuestros hijos y, quizás, hasta el futuro de la sociedad.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Canadá y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.