Recortes en ciencia: del cauterio al bisturí
Si hay que recortar, se recorta, pero no es lo mismo evitar hemorragias e infecciones aplicando a la herida un hierro candente que servirse inteligentemente de un bisturí. Por cruel que sea la imagen, es la que asalta cuando se ve cómo se manejan algunas partidas presupuestarias para afrontar la crisis.
Si hay que recortar, se recorta, pero no es lo mismo evitar hemorragias e infecciones aplicando a la herida un hierro candente que servirse inteligentemente de un bisturí. Por cruel que sea la imagen, es la que asalta cuando se ve cómo se manejan algunas partidas presupuestarias para afrontar la crisis. Ya puestos, empecemos con los recortes en sanidad, sobre todo porque son de los que más inquietan a la población. Se han hecho mil análisis, críticas y justificaciones sobre el asunto, pero hay un aspecto que no se suele resaltar: la posible irreversibilidad de la eliminación de la investigación en nuestro sistema sanitario. Retirar la tarjeta sanitaria a los inmigrantes o establecer el copago son medidas dolorosas que se pueden contrarrestar en cuestión de días cuando empiece a pintar oros en lugar de bastos, pero puede llevar décadas recomponer los centros de investigación biomédica que hemos ido incrustando en nuestras ciudades sanitarias si ahora se desmantelan. Y la sanidad privada jamás hará la labor que se hace en ellos.
En buena parte por eso, por el hecho de que en nuestros hospitales se iban acercando los resultados de la investigación básica a los servicios de planta, es por lo que éramos admirados e incluso envidiados en el mundo, dicho sea sin triunfalismo ni aspavientos. Dentro de los recortes a que están sometiendo a esos centros, el más decisivo y dramático es el de la contratación de jóvenes científicos, lo cual nos lleva al lío general en el que están metiendo a la ciencia. Un laboratorio puede continuar durante unos años sin renovar su equipamiento científico; puede aguantar muchos más sin partidas para asistencia a congresos o estancias en centros extranjeros; pero como no se inyecte savia joven y excelente de manera continuada, es cuestión de muy poco tiempo que entre en una vía lánguida de envejecimiento que puede ser digno y noble pero que será sobre todo estéril. Esto se extiende a prácticamente todas las áreas del conocimiento por mucho que el biomédico sea el que nos afecte más directamente.
La investigación científica y tecnológica tiene infinidad de singularidades respecto a otras actividades humanas, pero una, que no es muy original, es que está basada en los jóvenes. Si se repasa la historia de los grandes descubrimientos científicos, se comprobará con asombro que los hicieron sus protagonistas cuando apenas llegaban a la treintena. Todo científico de casta sabe que a partir de cierta edad sirve para infinidad de cosas tan necesarias como dirigir tesis doctorales, planificar la investigación, captar fondos, definir líneas de interés, etc., pero lo que no pueden pretender es ser no ya revolucionarios, sino ni siquiera creativos. Piénsese en un ejemplo que no es tan ramplón como puede parecer: el deporte de élite, en particular el fútbol. Sin las tareas de técnicos, directivos y entrenadores será difícil ser competitivos, pero sin jóvenes futbolistas, la cosa se torna, simplemente, imposible cuando no patética. El recorte que se está haciendo en becas y contratos a jóvenes científicos es estremecedor no solo por el aspecto humano, sino porque tiene altísimas dosis de la irreversibilidad a la que aludimos antes.
Regidos por la derecha, era de esperar que se pusiera énfasis en acercar, cuando no supeditar, la investigación científica y tecnológica a la empresa. No critiquemos esto, pero a nuestros actuales gobernantes les propondría un ejercicio sencillo en un tema que sin duda les es caro: eliminen los bancos del IBEX 35 y observen qué queda. Quizá se sorprendan al comprobar que la mayoría de esas multinacionales españolas, que están sirviendo de débil esqueleto de nuestra economía, están basadas en la ingeniería científica. Después deberían asumir el siguiente dato. En el Instituto de Idiomas de la Universidad de Sevilla se han matriculado este curso mil cuatrocientos catorce alumnos en alemán: la inmensa mayoría son estudiantes de ciencias e ingeniería. Ese es un dato objetivo, pero reflejo de un fenómeno generalizado en toda España. Y esos jóvenes, a diferencia de los anteriores, no tienen intenciones de formarse en centros extranjeros de excelencia para retornar altamente competitivos, sino que emigran para buscarse la vida. O sea, que no volverán.
Considero inquietante el clamor desatado contra la llamada clase política (la cual, por cierto, no ha surgido espontáneamente ni por voluntad propia), porque de ahí a denostar la democracia hay unos pocos pasos; pero cada vez que un político entona engoladamente el que considera sublime soniquete de "i más dé más i" y cambio de modelo productivo, me imagino a mí mismo pidiéndole lo siguiente: déjese de monsergas que lo único que delatan es que no sabe de qué habla y pregúntele a los investigadores. Están, por si no lo sabe, en los institutos del CSIC, en infinidad de departamentos universitarios y en los centros de investigación. A dicho político no le pediría que haga caso a todas las admoniciones y propuestas que reciba de ellos, sino que les escuche porque quizá advierta cómo se pueden hacer los recortes de una manera fina y eficaz. Además, se percatará de que la pérdida de una generación de científicos e ingenieros se puede evitar con poco dinero y que el daño causado si no se hace es de los que tardan décadas en sanar. En resumen, señores políticos: aprendan a usar el bisturí en ciertos sectores como el de la investigación científica y tecnológica y no el cauterio que tan buenos resultados les podría dar en otras heridas y menesteres. En algunos de los cuales, por cierto, no usan ni lo uno ni lo otro. El lector seguramente adivina a los que me refiero.