Prostituirse no es solo abrirse de piernas
Cuando se empieza, como en cualquier otro oficio, uno se dice que la próxima vez será mejor. Me refiero a cuestiones de seguridad, a temas que hay que tocar o no, o a cosas prácticas como saber hacer un masaje. La primera vez me pareció una pena no haber podido hablar con mi cliente.
Nunca he tenido una visión victimista de la prostitución. Comencé a interesarme en el oficio durante mis estudios de enfermería. Porque, en un momento dado, uno se dice: tengo que trabajar para ganarme la vida y no hay ninguna razón para no permitirme hacerlo de esta forma. Al principio evaluaba esa posibilidad con distancia, y finalmente, con 21 años, decidí poner un anuncio en una página web de scorts. Fue antes de fin de curso.
Tuve respuestas bastante pronto, pero quería tomarme el tiempo que hiciese falta para elegir bien a mi primer cliente. Quería a alguien que me gustase por teléfono. Mientras tanto llegaron las vacaciones y al final quedé con un hombre en un hotel, durante una hora o hora y media. Debía tener unos 40. Gané 200 euros.
Cuando se empieza, como en cualquier otro oficio, uno se dice que la próxima vez será mejor. Me refiero a cuestiones de seguridad, a temas que hay que tocar o no, o a cosas prácticas como saber hacer un masaje. Estas cosas se van aprendiendo poco a poco. Recuerdo que la primera vez me pareció una pena no haber podido hablar con mi cliente, no haber podido descubrir más sobre él. Ahora intento ir a tomar una copa con ellos antes. Pero nunca suele ser en sitios lujosos. Jamás he tenido una imagen de este oficio a lo Pretty Woman, así que nunca me ha importado que mis citas sean en hostales o hoteles de carretera. No me alucinan las habitaciones bonitas o las bañeras grandes, y me da igual si mi cliente tiene o no tiene dinero. Lo principal es sentirme segura. Por eso, he ido bastantes veces a los domicilios de los clientes. Pero nunca lo he hecho en mi casa.
Durante la carrera, el número de encuentros dependía del número de llamadas que recibía y de mi disponibilidad. Cuando hacía prácticas, por ejemplo, podía llegar a estar un mes sin quedar con nadie. Pero durante ese periodo, esta actividad me permitió pagar fácilmente el alquiler y todo lo demás. Después, con la prostitución ganaba bastante para poder permitirme dedicar mi tiempo como voluntaria a asociaciones o causas que me importan. Los meses en que me iba bien podía llegar a ganar entre 4.000 y 5.000 euros, y de media la cantidad estaba entre 2.000 y 3.000 euros. Ahora ejerzo de forma ocasional, porque tengo otro trabajo remunerado.
En general, no me gusta tener varios clientes al día. Solo lo hago con los asiduos, porque prefiero estar concentrada y no estar cansada para poder dedicarme completamente a ellos. Podéis pensar que la prostitución consiste simplemente en abrirse de piernas y dejarse hacer, pero yo no estoy de acuerdo. Me encanta detectar los problemas de mis clientes para intentar ver cómo ayudarles. Con algunos, a los que solo he visto una vez, he seguido intercambiando SMS.
En todo caso, siempre he sido natural con mis clientes. No soy de esas que dicen: la prostitución es mi trabajo, y no me permito disfrutar; eso lo guardo para mi pareja. Al contrario, considero que mi trabajo tiene que ser agradable. Varias veces me han pagado solo para correrme, sin que haya habido siquiera penetración.
En cuanto a mis íntimos, nunca les he escondido mi profesión. A ninguna de mis parejas tampoco, porque estoy orgullosa de esta actividad y estoy orgullosa de lo que soy. Ahora tengo 26 años y seguiré todo el tiempo que quiera. ¡No tengo fecha de caducidad! E incluso tener hijos no me supone ningún problema. Tener este oficio no nos convierte en malas madres.