Schengen en suspensión: ¿el principio del fin?
La UE se abisma de nuevo ante un entristecedor capítulo de la dramática crisis de los refugiados. Los ministros de Interior, cabalgando a lomos del miedo, pergeñan decisiones que marcan una hora de infamia en el reloj del Consejo. El retroceso implica la prolongación de la suspensión de la libre circulación de personas por dos años, lo que en la práctica supone el principio del fin de Schengen.
La UE se abisma de nuevo ante un entristecedor capítulo de la dramática crisis de los refugiados. Nos pone, una vez más, en evidencia, una Europa malherida por la indiferencia ante la multiplicación de niños que, como Aylan, no son meras imágenes en los informativos, sino miles de seres humanos ahogados en las playas ante la inoperancia de la UE.
Su patético correlato es el desmoronamiento de Schengen, desaparecido en combate. Los ministros de Interior, cabalgando a lomos del miedo, pergeñan decisiones que marcan una hora de infamia en el reloj del Consejo. El retroceso implica la prolongación de la suspensión de la libre circulación de personas por dos años, lo que en la práctica supone el principio del fin de Schengen.
Mención distinguida merecen algunas derivas legislativas innobles que, so pretexto de la crisis de refugiados, continúan adoptando varios Estados miembros. Es singular el caso de Dinamarca, tradicionalmente ejemplar en materia de derechos y libertades, con su recién aprobada ley que permite la confiscación de bienes personales para financiar la estancia de personas que buscan refugio entre nosotros.
Y lo peor de todo es la revelación de Europol, que hemos conocido hace tan solo unos días, por la que 10.000 niños, nada menos que diez mil niños refugiados, habrían desaparecido tras caer en manos de sofisticadas redes paneuropeas de tráfico ilícito de seres humanos, abandonados en manos de alimañas que los prostituyen o los usan para traficar con droga, en lo que supone un caso de aterradora abyección.
Estos oscuros episodios ponen de manifiesto hasta qué punto esta interminable crisis de mil caras, que empezó diciéndose una crisis financiera, ha ido socavando sucesivamente las dimensiones económicas, sociales y político-institucionales, hasta haberse convertido en una verdadera crisis existencial para la UE.
Es imprescindible tomar decisiones para que lo que Jacques Delors definió una vez como una "bicicleta que, si no se pedalea, se cae", no derive por más tiempo en esta UE, que vive su hora más negra desde su fundación. En la que se retrocede, en la desunión y en la insolidaridad, a un estado de alarma permanente, y en la que se abandona a su suerte, no solamente a su frontera más vulnerable, que es Grecia, sino a millones de seres humanos desesperados.