La UE contra el calentamiento y por la concordia: Premio Princesa de Asturias
Desde el inicio de su mandato presidencial, Donald Trump ha elegido, sin ambages, autopresentarse ante el mundo como la antítesis no ya de Obama, su antecesor y su némesis, sino del diálogo mismo, de la cooperación internacional, de la solidaridad entre pueblos... y de la globalización sostenible. Tras numerosas provocaciones que apuntan a la exasperación del nuevo desorden mundial, su última decisión resonante ha sido la retirada de EEUU de los Acuerdos de París (COP21), que en su día formalizaron un compromiso inaplazable de frenar el calentamiento global al que el cambio climático -del que los países desarrollados somos responsables- nos aboca sin piedad.
Se trata de un reto trascendental, histórico -de los que de veras jalonan la humanidad-, sin remisión ni vuelta atrás. O actuamos ahora o seremos víctimas de las consecuencias. Lo seremos nosotros, sí; pero sobre todo nuestros hijos y nietos. También Ivanka Trump, que vive en el mismo planeta que cualquier otro ser humano, expuesta al calentamiento, aunque su padre lo ignore o desprecie olímpicamente.
Sequías, inundaciones, subidas del nivel del mar, deforestaciones masivas... En Tuvalu, Bangladesh, Senegal, Mozambique, África subsahariana... Catástrofes que suponen el desplazamiento continuo de millones de personas que pierden así sus hogares, su futuro, su esperanza. En torno a 250 millones de refugiados climáticos redibujarán la geografía humana del planeta Tierra antes de 2050.
Aunque no se llamen Trump, todos y cada uno de esos seres humanos existen, también tienen familias, se moverán, queramos o no.
ACNUR continúa advirtiendo del imparable aumento de los desplazados por desastres medioambientales. El Consejo Noruego para los Refugiados habla de 19 millones de personas en 2014. La OIM denuncia que las sequías se han triplicado en los últimos 30 años.
Desde su minuto uno, el presidente Donald Trump está destruyendo dolosa y concienzudamente el legado de su antecesor en el cargo, Barack Obama. Pero nos muestra sobre todo, con su sobreactuación retadora, su determinación a echar un pulso a la comunidad internacional poniendo a prueba la resistencia de los valores que subvierte.
Frente a la ofensiva ausencia de todo compromiso ambiental por la Administración Trump sólo cabe una respuesta de la UE: mayor unidad de acción europea; más avances legislativos y más acciones en materia humanitaria y medioambiental.
Deberíamos aspirar a ser capaces de mostrar al inquilino de la Casa Blanca cómo sus actos redundan en falta de autoridad de EEUU en la esfera global, pero también conllevan el grave empeoramiento de las condiciones de vida y la seguridad de los 300 millones de estadounidenses, no sólo otros tantos o más millones de personas en el mundo que Trump no repute a cubierto de su "¡America First!"
Echamos de menos a una Europa basada en los valores cuando vemos los incumplimientos en materia migratoria, y cuando vemos la falta de unión para hacer frente al populista en jefe, Donald Trump, con su retirada en la lucha contra el cambio climático.
Pero también se echa de menos cuando luchamos contra la evasión fiscal y contra el fraude fiscal.
El pasado miércoles, durante el pleno de Estrasburgo, tuve la oportunidad de participar en un debate sobre el fraude y la evasión con el -recientemente investido- primer ministro maltés, el Consejo de la Unión Europea y el comisario Moscovici. Y, efectivamente, resulta crucial que los trabajos de la Comisión de Investigación sobre Blanqueo de Capitales y Elusión y Evasión Fiscales no apunten, ni menos aún se centren, ni a Nevada ni a Hong Kong, sino en la desigualdad tributaria aquí, en la Unión Europea. Porque las tan discutidas resoluciones bancarias, las tax rulings y las prácticas fiscales depredatorias, el papel de los abogados, de los asesores fiscales y de los bancos, están pidiendo a gritos un esfuerzo de armonización fiscal en Europa y desde Europa.
Por eso, la comisión de investigación Panama Leaks tiene que empedrar el camino hacia una nueva legislación que acabe con las lagunas, los agujeros legales y los muchos trucos que permiten que los defraudadores se sigan saliendo con la suya.
Más compromiso y transparencia, empezando por no eludir que la OLAF ha investigado a muchas personas y que entre ellas hay una antigua comisaria y un comisario actual, el ex-ministro de agricultura, Miguel Arias Cañete. Los europarlamentarios en pleno pedíamos ejemplaridad, pero la Comisión y el PPE deberían hacer lo propio en sus propios círculos, porque la credibilidad de la UE está en juego.
Tal falta de compromiso no hace sino alargar más y más una crisis de identidad de la UE respecto de la visión que la ciudadanía tiene de ella. No valen las declaraciones de intenciones.
Por último, un apunte: recientemente he apoyado la candidatura de la UE para el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2017, promovida por mi compañero asturiano en la delegación socialista en el Parlamento Europeo, Jonás Fernández. Esta integración supranacional se fundamentó sobre los valores de solidaridad que han mantenido unidos a una serie de países que, hasta el día de su fundación, estaban enfrentados. No es una unión de Estados inútil, y no debe serlo. Quien no cumpla con los tratados debe ser sancionado: si no se respetan los acuerdos de reubicación de refugiados, sanciones; si no se aplican las normativas para la prevención del fraude, sanciones; si un comisario aparece en los Panama Papers, ¡cese!
Mientras escribo estas líneas -20 de junio de 2017, Día Internacional de los Refugiados-, merece la pena subrayar hasta qué punto es vital que la UE se emplee a fondo, con todas las armas que tiene a su alcance, para garantizar el cumplimiento de sus textos fundacionales, y no se vea enrocada en una espiral de buenismo y segundas (terceras y cuartas...) oportunidades con quienes se niegan a respetar los principios que han sostenido, precisamente, una era de paz y cooperación en Europa sin precedentes.