La milonga del instituto
Querido Pablo Poó: He leído tu carta, con cariño y mucha pena. Agradezco tu interés por mí pero lamento que andes tan desorientado... Ya que me espera una vida dura, agradecería que me permitieses ser feliz con 12 años. ¿Se puede seguir enseñando como hace cien años en un mundo en el que la enseñanza y la información están por todas partes?
Querido profe:
He leído tu carta con mucho cariño ... y mucha pena. Te agradezco de veras tu interés por mí. Es una muestra evidente de que eres un buen profesional, de que te preocupa tu trabajo. Lamento que andes tan desorientado.
Confieso que no me ha sorprendido tu carta. Tus quejas sobre nuestra indolencia se escuchan mucho en las clases del Instituto y mi madre dice que triunfan en el grupo de whatsapp de los padres y madres de clase. Yo diría que son un lugar común del conservadurismo educativo. Y no, no te estoy llamando facha: en esta etiqueta entran votantes de todos los partidos. Es tan lugar común que te la han publicado y publicitado en el Huffington.
Empezaré negándote la mayor: nada ni nadie garantiza el éxito laboral o profesional. Mira mi hermano mayor: 31 años y en casa, trabajando de vez en cuando en empleos mal pagados. Tiene un máster, habla tres idiomas y, salvo alguna beca, no ha conseguido trabajar en algo relacionado con lo que estudió. Sabe leer un contrato de trabajo pero preferiría no saber: está resignado a firmar cualquier cosa con tal de poder trabajar. Como dice mi tía, la sindicalista, "que te exploten, no depende de tu cultura sino de la rapiña de los poderosos permitida y protegida por las leyes del gobierno". Si el futuro es lo de mi hermano comprenderás que no esté muy animado, aunque acepto tu consejo y aprenderé a rellenar en plazo los formularios de becas y del desempleo.
Y, primera conclusión, ya que me espera una vida dura, agradecería que me permitieses ser feliz con 12 años.
Y ahora hablemos de educación. Tus compañeros y tú parecéis añorar un tiempo inexistente en el que los jóvenes se entregaban al estudio con esfuerzo y dedicación. No te sorprenderá si te digo que, según mi padre, ese lamento puebla la historia de la pedagogía. Mi padre, cuando oye esa cantinela, utiliza una cita de finales del siglo XIX, cuando todavía sólo estudiaban las élites. Decían en la Sorbona de París: "La ortografía de los estudiantes de Letras ha llegado a ser tan deficiente que la Sorbona se ha visto obligada a solicitar la creación de un nuevo seminario cuyo titular tendría como ocupación principal la de corregir los ejercicios de lengua de los estudiantes de la Facultad de Letras" (citado, mi padre dice que siempre hay que poner la referencia, en Albert Duruy, La instrucción pública y la democracia, París, Hachette,1886). Qué poco han cambiado algunos discursos, ¿no te parece?
Y qué poco han cambiado las prácticas educativas. No me cuesta nada ver a Fray Luis de León entrando en el aula y soltando eso que os gusta tanto de «Decíamos ayer ...». Bueno, quizás, si tiene un poco de inquietud, tuviese que aprender a usar un proyector y a moverse por Internet. Quizás.
El problema es que de verdad, honestamente, creéis que el aprendizaje está unido al aburrimiento y que si lo pasamos bien no aprendemos. Que tenemos que aprender como lo hacían vuestros padres y abuelos, sin golpes, eso sí, aunque vosotros no recordáis la mayor parte de lo que estudiasteis en la EGB y en el BUP. Aprobabais y olvidabais. Para vosotros la psicología, la pedagogía o la neurociencia son sólo modas estúpidas que dificultan la transmisión de conocimientos, auténtico pilar del método educativo. Transmitís. Veis al «pedabobo», como le llamáis, como un intruso listillo que entorpece vuestro trabajo cambiándole el nombre a las cosas para hacérselo más fácil a los alumnos y alumnas.
Y yo os pregunto: ¿Cuándo dejó de ser cierto eso de que el niño o la niña aprenden jugando? ¿A qué edad dejamos de aprender jugando? ¿Cuándo dejasteis de estimular nuestra curiosidad y la convertisteis en asignatura? ¿Dónde enterrasteis a aquel niño, a aquella niña que no se cansaba de preguntar «por qué»?
Pues claro que queremos aprender y lo queremos aprender todo pero tengo doce años y me interesan las novelas, los viajes, fantásticos o no, los deportes, la música, los ordenadores. Vamos, que tenemos predilección por las «marías» del insti. Pero ahí no acaba todo. A algunos les gusta la mecánica, a otros el cómic, los idiomas y hasta hay frikis que les interesan las ciencias. Venimos con gigas de información. Con doce años he visto más películas y conocido más historias que mi abuelo en toda su vida. ¿Cuando leísteis El Señor de los Anillos? Yo ya la he visto seis veces. He visto paisajes, animales, terremotos, planetas que no soñaban mis abuelos. Soy como el replicante de Blade Runner: "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser".
Conozco muchas cosas pero ninguna tiene cabida en el instituto. ¡Qué pena!
Estoy seguro de que, si fuerais capaces de quitar de vuestras cabezas y de las del Ministerio el currículum y los exámenes, encontraríais en nuestros intereses materiales suficientes para explorar vuestra asignatura y hacernos apetecible ir a vuestras clases. Sólo tenéis que tirar del hilo. Creo que, excepto Leonardo, vuestro siempre socorrido ejemplo de hombre universal, así es como aprendieron los sabios en la antigüedad. Dejándose llevar por la curiosidad más que por los programas.
¿De verdad pensáis que un niño de doce años debe saber el teorema de Tales, qué son las rocas metamórficas, cuáles son los determinantes indefinidos, los orígenes de Grecia, los tipos de clavos que existen, hacer dibujo geométrico, los nombres contables e incontables en inglés, mientras salta a la comba y medita sobre el misterio del espíritu santo?
Seamos sinceros, ni vuestro Leonardo ni nuestros progenitores ni siquiera vosotros, si os sacamos de vuestra asignatura, sabríais responder a una evaluación externa de 2º de la ESO. Y no porque seáis vagos, necios o incultos sino porque aprendisteis mal. Perdón, os enseñaron mal. Habéis olvidado aquello que os importaba un bledo y aprendisteis con el único objetivo de aprobar un examen. Y habéis hecho bien. Porque la neurociencia nos enseña que es falso que el saber no ocupe lugar y, si no hubieseis abandonado tanto saber inútil, estaríais atascados.
Uy, ya lo he dicho: saber inútil. Con la iglesia hemos topado. Me explico: tomadas de una en una, cada asignatura tiene una lógica interna que es irrefutable: los niños y niñas tienen que saber esto, esto y lo otro, y además deben aprenderlo en este orden lógico. Pero eso solo tiene sentido para quienes van a dedicarse profesionalmente a ellas. No pasa nada si un alumno que no va a dedicarse a la Filología no sabe distinguir una desinencia de un sufijo pero tiene que saber comprender un texto escrito o icónico y expresarse y razonar, oralmente y por escrito, con propiedad. Objetivos más difíciles de medir en un examen.
Concluyo. Mi padre dice que me enrollo mucho. En mi opinión, los programas escolares son aburridos y sin interés para nosotros; hay un protagonismo casi absoluto de los libros de texto; las clases "magistrales" y las actividades educativas basadas en las órdenes, el control y la repetición reinan en los centros escolares como lo han hecho siempre. Ya va siendo hora de que lo cuestionemos.
¿Se puede seguir enseñando como hace cien años en un mundo en el que, como dice Will Richardson, la enseñanza y la información están por todas partes?
Mientras yo repaso tu asignatura, piensa en esto. Ya sé que cambiar las cosas siempre cuesta: os faltan medios y sobran alumnos, necesitáis apoyos y grupos de clase más reducidos, mejores sueldos y menos burocracia, más respeto social e institucional. Sí, sé que es difícil saber por dónde empezar y qué tendrá éxito. Pero ya sabes lo que no lo tiene: lo de siempre.